SURA DÉCIMO PRIMERA.
Escribiré sólo aquello que me
inspire Aquél de quien ando enamorado. No esperéis de mí otra cosa. Pues camino
hacia el final de mis días y ya mi vida le pertenece. Digo sólo las palabras
que Él pone en mis labios, aquellas con las que sabe inducirme a cantar las
maravillas de su amor. No creáis que escribo yo: es Él quien conduce mi mano
por la albura del soporte y yo lo dejo hacer y decir lo que quiera. Deleitosa
es su sabiduría y cuanto os revela a través de mí, utilizándome.
SURA DÉCIMO SEGUNDA.
Es tampoco el tiempo que me tiene
prometido y es tanto lo que se atesora en mí que no he de decir sino una mínima
parte de cuanto de Él me ha sido confiado. Mentiría si no dijera que veo su
rostro en cuanto miro. Es su voz la que escucho y no otra. Son sus pasos los
que me animan a seguirle. Sólo Él me subyuga y estoy por ir tras Él como el
perrillo.
SURA DÉCIMO TERCERA.
¡Apartaos, que voy! Ni sé lo que
me arrastra. Yo me dejo llevar por este remolino que me envuelve. Este viento
que ciega y que me empuja, no soy yo. Perdonad esta velocidad inducida. A mí me
lleva, ignoro por qué no a vosotros . Me voy y puede que no vuelva, pues no sé
adónde voy.
SURA DÉCIMO CUARTA.
Días de garrafa. Cuántos días de
vacío a la espera de que se obrase el milagro, de que se hiciese el prodigio que
viniera a transformar su vida. Pero pasaban días de garrafa, uno tras otro y otro
tras uno. Nada ocurría en su existir que no fuera estar a la espera, siempre
aguardando a que ocurriese lo inesperado. Era la subida al monte Carmelo, donde
no se hallaba otra cosa que no fuese NADA, para ponerte a prueba.
SURA DÉCIMO QUINTA.
Andar en la certeza, pese a la
oscuridad. Paso a paso, avanzar en las tinieblas. No haber dudado, pese a no
ver. No hacía falta meter los dedos en la herida del costado o en el hueco de
la lanzada. Era Él, no había lugar para la duda. La desconfianza mata el amor y
no puedes andar en amor si desconfías del enamorado en lo más mínimo.
José Antonio Sáez Fernández.
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