“Haz gala, Sancho, de la
humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores;
porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más
de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Inumerables son aquellos que, de
baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y
desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran. Mira, Sancho:
si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay
para qué tener envidia a los que los tienen [de] príncipes y señores, porque la
sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la
sangre no vale. Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte
cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le
afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás
al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo, y corresponderás
a lo que debes a la naturaleza bien concertada. Si trujeres a tu mujer contigo
(porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin
las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque
todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una
mujer rústica y tonta. Si acaso enviudares, cosa que pu[e]de suceder, y con el
cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña
de pescar, y del no quiero de tu capilla, porque en verdad te digo que de todo
aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la
residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las
partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida. Nunca te guíes por la ley
del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de
agudos. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más
justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre
las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades
del pobre.
Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el
rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que
la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso
de la dádiva, sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún
pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la
verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los
yerros que en ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le
tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer
hermosa veniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos
de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no
quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que
has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al
desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al
culpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable, sujeto
a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de
tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente,
porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y
campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia. Si estos
preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será
eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como
quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de
las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en
vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus
terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de
adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo”.
Capítulo XLII
De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas.
De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas.
(Miguel de Cervantes: El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, Segunda parte, XLII,
1615).
Fueron las palabras que un físico de un lugar cercano diole a leer a su mujer,a la que nombraron juez de paz de la villa.
ResponderEliminarProceden como sabe vuesa merced,del mejor y más luengo poema escrito en lengua castellana.La historia de un señor manchego narrada por un tal Miguel de Cervantes.
Dios de mala ventura a quien no la relea frecuentemente.
Pocas inteligencias en nuestra especie han llegado a un conocimiento tal del alma y la miseria humanas como se refleja en estos consejos de don Quijote a su escudero Sancho.Pero de todo esto sabe usted mucho más que yo, como buen especialista que es en un tema al que ha dedicado gran parte de sus esfuerzos intelectuales.Dice el escritor granadino Antonio Enrique que las nuevas generaciones ya no leerán el Quijote. Y me temo que acierte. Saludos.
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