Entré en el tabernáculo, en el Sancta Sanctórum,
aquel
lugar sagrado que yo desconocía.
Apenas si entendí qué me estaba
ocurriendo,
quién me arrastró hacia el centro donde
te me mostraste
y pude ver tu rostro, ay cómo me subyugas...
Fue, pues, un entender, un ordenar el
caos,
andar sobre las ascuas, dar por fin
con la llama:
la lucidez completa por mí nunca aprendida.
Algo así como un ver (un mirarte, ¿qué
fuera?),
comprender que la entrega sólo es
dejarse hacer,
ceder a la corriente, pues fui greda en tus manos.
¡Qué me sedujo en ti, me incendiara por
dentro
apenas un instante en que pude ver
todo!
Y fue luego conforme, con tu deseo,
el mío.
Te confié cuanto dieras y te
pertenecía.
Cejé y me abandoné a cuanto tú quisieras.
A tu encanto cedí, confín de los
rubíes,
esmeralda preciosa, topacio azul
cobalto…
Como la piedra, el centro: El que no
tiene forma.
José Antonio Sáez.
Buen poema.
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