jueves, 1 de noviembre de 2012

La escritura del esteta (A propósito de "La mala letra", de Domingo F. Failde).



   La editorial madrileña Vitruvio ha publicado recientemente el poemario de Domingo F. Failde (Linares, Jaén, 1948) titulado La mala letra, dentro de la colección “Baños del Carmen”. Es ésta una obra de madurez que ubica al poeta giennense en la vanguardia de la poesía andaluza de nuestra hora, si bien su generación es, por edad, la de los novísimos, de quienes viene a ser contemporáneo. Obra valiosa, sin duda, la suya, puesto que nos deja constancia en sus sucesivas entregas del esteticismo (nunca excesivo, con discretos guiños culturalistas) y el desengaño de un poeta que ha vivido parte de su existencia entre el franquismo y la última etapa democrática de nuestro país. Su voz personalísima resuena con gravedad y distinción entre el coro de las voces más autorizadas del parnaso español en esta hora tan confusa de nuestra poesía.

    La mala letra se escribe sobre lo escrito o para encabezar lo escrito, y compendia cuanto fuimos o cuanto va a explicitarse con ánimo, quizás, de justificación ante la propia escritura, ante sí mismo o ante los demás.  Acumulamos dolores y derrotas como quien atesora algo excepcionalmente valioso: pues eso, al fin y al cabo supone, nada más ni nada menos, que una vida. Reos de juicio, esperamos el veredicto final que ha de condenarnos o simplemente indultarnos. Merecemos, acaso, una mirada indulgente. Quienes vivimos, necesitamos la indulgencia de los otros y, si no sonara mal, hasta su misericordia. Cualquier ser humano merece la piedad y el indulto de su propia conciencia. Infeliz aquél que no fue capaz de indultarse a sí mismo, de alargar la piedad hasta tocar el hueso y mostrar misericordia ante los desvalimientos de la edad y la derrota de la carne, con todos los errores y fracasos que el vivir depara en demasía, desde la desmesura. 

 


   Desdichado aquél que no alcanzó la generosidad para merecer su propia indulgencia, el indulto de sí mismo ante sus múltiples derrotas. Nos redimen las lágrimas nunca vistas ni sabidas por nadie, nos redime el cansancio, ese dulce sentimiento de rendir las bien probadas armas en el combate de vivir y ese dejarse ir como el río que entrega al mar sus aguas. Gozoso el perdón para con uno mismo.


   Domingo F. Failde escribe desde la cálida luz de la madurez para hacer balance y recuperar retazos de la memoria con que dar cumplida razón de una vida que se justifica en sus errores y en sus fracasos, en sus ilusiones y en sus luchas, cuando no en algunos de sus logros que exhibe con orgullo de gladiador. También sus palabras transmiten la serenidad y la calidez que el tiempo ha fraguado sobre la conciencia. Sobre ellas deja caer los haces de luz que tiemblan en el firmamento de su más íntimo y verdadero saber. Un saber que no deviene sino de la propia experiencia y de las circunstancias en que ésta se vio sobrevenida, del íntimo convencimiento y de la clara conciencia. El poeta ve en la noche las antorchas que lo muestran desnudo y a la intemperie, solo ante sí mismo y ante su memoria. Y sólo por ese esfuerzo, por ese ejercicio de sinceridad y hondura, merecería la indulgencia de sus semejantes. Aguarda así el veredicto de la propia literatura. Dichoso quien se prodiga y ejercita su misericordia para proyectar la luz con que juzgar su propio devenir existencial, y se yergue sobre la cabalgadura de la vida, aun tambaleándose. Reconfortante, la gracia del perdón.

Failde dice lo que quiere decir y como quiere decirlo, con el derecho a decir y a contradecirse, poniendo en solfa, del derecho y del revés, cuanto considera oportuno, doblando o redoblando las palabras, mostrando sus pliegues y dejándolas en evidencia, subvertiéndolas, extrayendo de ellas la última esencia de su significación paradógica y transitoria. Con la plena libertad y la autonomía que da el saberse a salvo o de vuelta de los juicios de sus contemporáneos, pues se sitúa sólo ante sí mismo y ante su propia conciencia, desde la perspectiva única que proporcionan el ejercicio de la razón, el recurso a la memoria y la consciencia del ser. En La mala letra, como en paralelo quizás con la mala conciencia y no tanto con el mal poema de Manuel Machado, el poeta lleva a cabo un ajuste de cuentas con su propia vida y con la poesía. Debe la primera rendir cuentas a la segunda, y hasta absolverla, o quizá deba la segunda hacerlo con la primera. O tal vez, al hacer balance, debieran ser indulgentes la una con la otra.

                                                                            José Antonio Sáez.


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