jueves, 15 de noviembre de 2012

CARTA AL POETA ÁNGEL GARCÍA LÓPEZ (SOBRE SU LIBRO "POSDATA").



 Mi admirado amigo Ángel García López:

   Recibí, en efecto, el ejemplar de tu libro Posdata, que me hiciste llegar con una afectuosa dedicatoria, la cual mucho te agradezco. Lo leí enseguida y vino luego una segunda lectura para afianzar las primeras impresiones. Vi que son diversos, aunque no excesivos, los cauces por los que discurren los textos que has tenido a bien incluir en esta entrega poética con que nos regalas. 


 Remontas el vuelo con una declaración de amor de perfecta factura, algunas de cuyas claves últimas, en la arquitectura de imágenes y metáforas, no son fáciles de otear para el lector que más bien rastrea y se adentra en un bosque de acertijos. Cambio brusco en la primera parte, que llamas “Prólogo”: choque sorprendente e inesperado giro, porque ahora el ávido lector se encuentra ante el poeta satírico y burlesco, de amplio aliento clásico y quevedesco, más bien implacable en sus juicios y asertos. Se trata del yo consciente de su talento que se siente, en cierto modo, postergado por la mediocridad reinante a su alrededor y por los mediocres que medran gracias a sus manejos e indignidades. Hay dureza en las acusaciones contra ellos, especialmente contra uno, pues el talento se sabe egregio y solitario, injustamente tratado y maltratado por quienes parecen saborear las mieles de un triunfo al que no estaban predestinados. Implacable a veces, la sátira es lanzada como azote quevedesco o catuliano, piedra certera del hondero, en el centro de la diana. Pero el talento posee la dignidad superior de quienes recibieron esa gracia del cielo y no pueden ni deben plegarse a las miserias de lo “demasiado humano”. En esa consciencia se sitúa el yo poético, aun afianzándose en lo humano y denunciando las bufonadas de la corte de los poetas ansiosos de fama y gloria. En algunos libros anteriores ya vimos asomarse esta vena satírica que aquí regresa con inusitado vigor. Vivimos en un país cainita donde la envidia se convierte en seña de identidad y campa a sus anchas. Raras veces el talento y el rigor se ven suficientemente reconocidos. 




   Mas si advertí desde un principio de los diversos cauces por los que discurre Postdata, apunto ahora otro: se trata de la conciencia o de la intuición del final inevitable a que todos estamos convocados. Se siente su advenimiento y se asume con entereza y dignidad, como no cabe otra cosa, pues deviene en el desenlace natural a que la vida está llamada. “Aceptar la muerte” –dijo María Zambrano-, en ello reside el gran trago, el reto inaplazable de quienes viven, de quienes aspiraban a la eternidad. De nuevo aquí el aliento barroco, inagotable de Quevedo y la vana quimera de conseguir en las letras la eternidad anhelada, la gloria inalcanzable, seguro merecida. Aspirar debe el poeta a esa dignidad superior, señera y solitaria, que no recela y está por encima de mezquindades inevitables, ciertas. Una forma de consuelo que compense al egregio y que tal vez no depare otra cosa que una suerte de reparación, de gratificación interior, distinción y distancia únicamente válidas, posibles, perdurables...


   No merece la pena dedicar más esfuerzos ni derrochar más talento en tal sentido y así deviene esa segunda parte del “Epílogo” donde de nuevo se alzan el discurso y la reflexión sobre el balance de una vida gastada en el amor a la esposa y a la poesía, ambas fundidas y confundidas. Brazo y abrazo tendido al sur, a las nubes y al cielo y al sol y a los mares del sur, a Astaroth (tu Rota natal), tierra al par y paraíso perdido al que entregar lo que queda de sí, viva llama imperecedera que alienta en el verso. Esposa, poesía, tierra, nubes, mar y cielo: todo verdadero. Lo imperecedero. Lo demás no es preciso: fama y gloria caducas. Siempre: obra digna, eterna e inmortal. Únicas certezas: “La dignidad del hombre está en su muerte” –dijo el muy grande Vicente Aleixandre-. No ahondar en la herida del tiempo ni incidir en lo tétrico: siempre a salvo la llama en que ardimos, pebetero celeste que el sol alimenta y en el aire se crece. 


   En llegando al final, algo hace dudar al lector sobre la identidad del “enemigo”: ¿fuera acaso el mediocre y la envidia que mendigaron su efímera gloria, fuera quizás el tiempo y la carne que abandona en su desgate o fuera ese presentimiento, esa pertinaz intuición, la íntima certeza de que todo se acaba? Seguramente, todos a una. Y en el otro ángulo: el convencimiento de que vivir fue amar y que la poesía, como la honda llamada de la tierra, como la aspiración a lo azul inalcanzable, fuera también experiencia del mundo, realidad plenamente vivida.

   En esa marea de endecasílabos y alejandrinos magistrales, con versos dignos de ser esculpidos en bronce o tallados en mármol, llamados a perdurar en el tiempo, he visto yo esta Posdata; toda una lección de verdadera poesía, sin duda, mi admirado Ángel García López, ala en el aire, cincel de espumas. Felicidades por el premio y por el poemario. Te abraza con sincero afecto, fraternal y hondamente, tu siempre amigo y lector:

                                                                                                       José Antonio Sáez.

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