Urge un rearme moral de la sociedad, una
suerte de concienciación general, “un redoble de conciencia”, que diría Blas de
Otero, o un regreso a la propia conciencia, libre y crítica, como guía moral de
las acciones humanas. Puede que nunca la especie, la sociedad y hasta el mismo
planeta corrieran un mayor riesgo que en esta época de incertidumbre y
desasosiego. Pareciera que la cordura no ha de regresar al corazón humano sino
tras una cruenta experiencia de dolor y, si así fuera, ¿qué nueva catástrofe de
dimensiones colosales podría aguardarnos?
El mundo se ha deslizado por una espiral de vértigo, hemos imprimido a
nuestra vida tales cambios y a semejante velocidad que no tenemos tiempo ni
oportunidad para adaptarnos a ellos; lo cual nos crea gran inestabilidad
emocional y psíquica. Los hombres necesitamos espejos de referencia, espejos
donde mirarnos, pero no los tenemos ni podemos reconocernos en la dimensión en
3D que nos proyectan, porque sabemos que todo se equipara con lo virtual y el
autoengaño. La política, la economía, la religión, los medios de comunicación, la tecnología y el modo de vida en que hemos
entrado no nos proporcionan soluciones, sino más desequilibrio y zozobra.
En ocasiones, ni siquiera reconocemos, tanto por sus palabras como por sus decisiones o actuaciones, a quienes más cercanos nos son. Puede que hayamos entrado en la jaula de los locos, que nos encontremos ya en una jaula de grillos y estemos todos a punto de perder la cordura, el sentido común, que dicen es el más común de los sentidos. Debemos ralentizar la máquina para que no descarrile, reclamar el sosiego necesario para replantearnos el rumbo de autodestrucción que llevamos, pues vamos fuera de control, a una velocidad de vértigo suicida. Y nosotros estamos por la perpetuación de la vida en el planeta, por la multiplicación, y no por la extinción, de las diversas especies animales y vegetales que lo pueblan y habitan, por la convivencia respetuosa del hombre con su medio…
Dejemos las estadísticas de desarrollo y productividad aparcadas a un
lado y exijamos una apuesta sostenible para los seres vivos que habitan este
planeta que se llama Tierra. No pretendemos el suicidio colectivo ni la
extinción de ninguna especie, ni tampoco dejar a las nuevas generaciones un planeta estercolero,
un inmenso cementerio de aguas, aire y tierra contaminados, sembrado de tumbas
y fósiles de una civilización extinta. Detengamos la máquina y parémonos a
reflexionar sobre qué estamos haciendo con nuestra vida y nuestro medio
natural. Salgamos de esta espiral de autodestrucción en que nos hayamos inmersos.
José Antonio Sáez Fernández.
Nota: Las fotografías son de William Eugene Smith.
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