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(Maruja Mallo: "La Berbena"). |
1
Así como
quien se queda absorto y, en el claroscuro, deja a la música que vaya anegando su
alma en una gran avenida que todo lo inundase; llegas tú a mi corazón, oh
tristeza, aguas arriba de la melancolía. Es tan dulce esta suerte de dejarse
morir, tan irremediable, tan sumamente insostenible, que no puedes sino
abandonarte a ella, entregarte como la novia al esposo en la noche de sus
desposorios. ¡Qué hondo y cruel este sentir en que no cejas! ¡Y qué amado y
buscado, tan bello y sublime! No eres, ay amada, sino la superficie de las
aguas sobre la que se vislumbran los cuerpos flotantes de los ahogados.
2
Te me
has muerto, muerto mío, y te has venido a dormir abandonado entre mis brazos,
como un muñeco desvencijado, como el pelele destartalado y manoseado que eres.
Te me has muerto desnudo, como los cuerpos espejeantes que brillan al sol
bruñidos, tal y como si esperases la resurrección. Has dejado caer tus
miembros, los has soltado, y recompongo ahora tus pedazos con mis dedos
temblorosos como si fueras a romperte, ay cadáver de mis entrañas, muerto mío y
difunto. He lavado tu cuerpo, lo he vestido y perfumado, lo he ungido con el
óleo antiguo con que ungían a profetas, reyes y jueces. He rozado tu piel con
la esponja empapada en vinagre y he posado mis labios sobre ella para besar la
carne que amé, las manos que me dieron calor y se expandieron en la caricia. Te
me has muerto, muerto mío, y no dejan de doblar las campanas en mi corazón, que
he abandonado a la deriva.
3
La
noche: ¡qué orfandad sin cuento! He aquí mi talón de Aquiles. No hube mayor
sentimiento de indefensión, de vulnerabilidad y desamparo! Fue caer la noche y
mi alma se anegó en sí y regresó al letargo en donde, amedrentada, se
refugiara. Volcán de ígneas cenizas apagadas y ojos vendados, me regresó la
noche a las tinieblas, pues allí me engendrara. Yo era la oscuridad en origen y
que al final me aguarda. La noche es el hombre deshabitado, el albornoz que no
envuelve un cuerpo, la sábanas que cubren al difunto, las camisas colgadas en
la percha… Es el silencio pánico de las galaxias por donde vagamos a la deriva por
toda la eternidad. La noche es el punto de inflexión, el compás de espera, la
ansiedad y el desasosiego, el reloj que marca su tic-tac inaplazable.
José Antonio Sáez Fernández.
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