31.
Quiéreme mientras cae la noche sobre tus
pupilas iluminadas. Dime que me quieres y obrarás en mí el milagro, al igual que
actúa la luz en las flores inclinándolas al calor del sol. Dime que sí, que hay
amor en tus manos y calor en tus brazos para alejar los oscuros presagios de mi
corazón dolorido. Dime que has conquistado las almenas de mi atalaya,
extendiéndote sobre mí, prolongándome; ay bienaventurada. Dime que han madurado
las cerezas y que vienen los pájaros cenicientos a picotear la púrpura de mis lívidos
labios, los cuales sólo tú besas con veneración.
32.
Llorara yo sobre tus hombros. Regara con mis
lágrimas tus manos. Diera rienda suelta al lacrimal, abriera sus compuertas. Y vinieras
tú a derramar sobre mí la ternura de antaño, secando mis mejillas con tus dedos
temblorosos, donde laten apresuradamente los corazones diminutos de los pájaros
ausentes. Vinieras tú a recoger mis piezas rotas, puzzle yo al que tu alma se
ha empeñado en recomponer. Vinieras y extendieras tu mano para erguir al caído,
aquel que ha sido arrojado al polvo de todos los caminos por los sicarios pagados
por su enemigo.
33.
Dime
“amor”. Di “qué tienes, amor”. Di que ha irrumpido la luz por un ángulo de la
habitación en penumbra y que se te han iluminado las manos para la caricia. Di
“incorpórate, que llega el día y hemos de salir a la calle a compartir nuestra
dicha”. Di que están en flor los cerezos y tienen los almendros en sus ramas,
cuajadas, las allozas. Dime que salgamos al aire y pisemos la hierba húmeda con
los pies descalzos. Anda, dime que sigamos el canto de los pájaros, ocultos en
la arboleda, y que se entere el cielo de que no morirá nuestro amor cuando tú y
yo muramos.
34.
De
nuevo, extendiendo tu mano, me invitas al baile. Eres la danzarina que cautiva
y fascina. Cuando giras en el aire, invicta y triunfante, recojo tu requiebro;
alta e inmortal criatura, de gracia revestida por la pálida luna que se mira en
las aguas, tal si no fueras de este mundo. Alto cisne que iluminas el estanque
dorado, deslizándote por el cristal que ha de ser tu espejo; mientras tu cuello
me interroga, como al ilustre poeta de Metapa.
35.
Por
amor se perpetúa en la luz la creación entera. Por amor se yergue de la tierra el
maltratado y el caído, y por amor alzamos nuestra copa de oscuro vino hasta los
labios que sorben su color violado. En amor los bosques y los ríos, en amor las
sierras y las cordilleras nevadas, en amor los cauces de las ramblas, en amor
las veredas, los caminos, los altos senderos y las cárcavas. En amor tú y yo,
recreando el universo, engendrando de nuevo el origen primero en que nos
fundamos. En amor elevamos nuestro cántico y lo repiten después los segadores y
aquellos jornaleros que regresan, cumplida la faena en los viñedos.
José Antonio Sáez Fernández.
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