Después
de haber vivido tantos días felices
con
que la vida quiso regalarle
y
de haber relegado al ostracismo
el
desamor de otros muchos que el cielo,
en su piedad, cedió a la desmemoria;
confió
todo el amor que le cupiera
al
Creador de quien lo recibió.
Fue tanta la gratitud que albergara
en su seno, y tan hondo el gozo que sentía
allí, en lo más recóndito (lejos ya los dolores,
las
dudas, las angustias, los temores, los miedos);
que tan sólo acertó a llover con sus lágrimas
el consuelo de aquellos que confortaban su ánimo
y
cerraron sus párpados por gracia del instante.
José Antonio Sáez.
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