Algún día habrá que hacer justicia a la editorial granadina Antonio Ubago y a los incansables esfuerzos que su director, Ángel Moyano, ha venido realizando a lo largo de las últimas cuatro décadas de nuestra literatura. Las letras andaluzas y españolas le deben ese reconocimiento y también Granada, su ciudad, se lo debe igualmente. En la década de los años 90 esta editorial sacó a la luz la colección "Campo de Plata", en la que se publicaron libros de significados poetas andaluces, tales como Antonio Enrique, Fernando de Villena, José Lupiáñez, Enrique Morón, Juan J. León, José García Pérez o Antonio Garrido Moraga. A ellos vine a sumar un poemario escrito en su mayoría en los años de residencia en Linares (Jaén), pero que no se publicó hasta 1995.
El prólogo del mismo lo firma Domingo F. Failde, a quien conocí
personalmente en la ciudad giennense, por ser él natural de allí; si
bien residía en Algeciras (Cádiz). De aquél primer encuentro nació una
profunda amistad entre ambos que se mantiene a través de los años. Debo
mucho a este poeta linarense, a quien tanta admiración y afecto me unen y cuya obra destaca, con reconocido prestigio, entre la de los poetas andaluces de su generación y de las posteriores.

Dediqué el libro a mi segundo hijo, Francisco Javier, en estos términos: "A mi hijo Francisco Javier, viajero luminoso que me regresa al tiempo y con él reconcilia mis heridas; carne de luz y en luz bañada que, en su esplendor, milagrosamente resucita: porque con su risa ilumina el dolor de haber vivido. Para él, algún día (12-12-92)". Espacio y tiempo, paisaje y espiritualidad se dan la mano y van del exterior al interior en busca de lo esencial permanente.
CIUDAD PARA EL RECOGIMIENTO.
(EL SILENCIO EN BAEZA).
Para don Antonio Machado.
Apenas el silencio corona los tejados
y las blancas paredes en Baeza.
Has de callar, si quieres,
para escuchar su canto.
Es mansa esta ciudad de muy crecidas lunas
que guarda, en el arcón alígero del tiempo,
sus más preciadas joyas interiores.
No está dormida, no. No recela del sol
ni los olivos. No aguarda, quizá,
más daño que le hicieran.
Ha de llegar, sin duda, ese soplo de luz
que enérgico voltee sus brisas encaladas,
mientras los mirlos a disputarse vienen
el talle más fino de sus torres esbeltas
y el cielo besan, de estaño,
con sus picos.
Regresan, luego, arcángeles viajeros
a perfumar el aire de unciones olorosas
y, con sus pies desnudos,
sobrevuelan las calles
bajo signos de aceite
en piedra, musgo y pasos ya perdidos.
Guarda silencio Baeza bajo un blanco sudario.
La arritmia expande un corazón
que añora sus latidos.
Obvia ciudad interior,
vela su luz para el recogimiento:
¡con qué fervor anhela
el mensaje frugal
de las doradas poomas que le hirieran!
Deviene, Baeza, en sus silencios,
la más reveladora.
Vuelta hacia sí, el esplendor
ignora cuanto el acontecer
adverso pretendiera.
Aguarda tú y verás
que el brillo aquí perdura
bajo el disfraz del tiempo
y su cortina.
Mas, cuida, no sea te deslumbre.
José Antonio Sáez.
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