El mundo necesita gente que escuche y no que finja escuchar. Hay quien exige de los demás la atención que él no dispensa. Si tú buscas a gente que sepa escuchar, has de buscarla hoy como el filósofo que andaba a pleno día con el candil encendido buscando a un hombre en medio del mercado. Hoy todo el mundo quiere el protagonismo para sí y convertirse en centro de atención para los demás. Quizá sea porque todo el mundo va a lo suyo y nadie repara en nadie que no sea satisfacerse a sí mismo y a su necesidad de ser escuchado. Pero la mayoría es incapaz de mantener la atención y hay gente que sólo se oye a sí misma. No parece haber nadie que no reclame la atención para sí y cada uno entiende que lo suyo es lo más importante, lo esencial y sustancioso que no debe quedarse sin ser dicho. Apremiamos a los demás con la necesidad de que se nos escuche, los interrumpimos y nos atropellamos en un diálogo de sordos donde la conversación se rompe y acaban creándose varios grupos con diferentes interlocutores donde sólo debería haber uno. ¡Cuántas veces se deja hablar a alguien pero no se le está escuchando! Hay quien no se siente nunca satisfecho de reclamar la atención sobre sí y la requiere, pero también hay quien finge escuchar y no escucha. Pareciera que el saber escuchar se ha convertido en un don, en un carisma, en un signo de distinción para quien lo practica con diligencia y hasta con amor. Lo difícil no es saber hablar, sino saber escuchar sin interrumpir, poniendo todas las potencias físicas e intelectuales de nuestro organismo en captar y entender el mensaje que a nuestro alrededor se nos transmite. A veces es tal el ruido que se hace imposible no sólo escuchar, sino también procesar la información que recibimos. Hay demasiada oferta de ruido y déficit de atención. Tenemos empacho de ruido, estamos saturados de él. Hay demanda de gente que sepa escuchar y la atención está muy cotizada.
Escucha quien está preparado para escuchar, quien se ha ejercitado en ello y para ello. Quien ha hecho el silencio dentro de sí mismo y se ha hecho al silencio. Quien ha aprendido a escuchar en el silencio los sutiles mensajes que al común de los mortales escapan en forma de detalles. Para saber hay que oír y procesar lo oído. Si quieres procesar lo escuchado tienes que hacerte al silencio y no estar rodeado siempre de ruido. Quien está adiestrado al silencio capta dimensiones del mensaje a las que no accede la mayoría. En medio de la marabunta, del jaleo ensordecedor en que vivimos y nos desenvolvemos es muy difícil poder escuchar. Nos hemos vuelto voceros que gritan o pregonan su mercancía en medio del mercado. Pero qué dulce es al espíritu escuchar, sentir y dejarse tocar por las palabras del otro y responder a ellas con las nuestras precisas. Las palabras justas, las bien dichas, ésas que reconfortan y alientan, consuelan o curan los males del alma.
José Antonio Sáez Fernández.
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