Llegan arrastrando los pies los despojados de suerte o de fortuna. Llegan sucios y oscuros por la labor cumplida bajo el sol abrasador. Los jornaleros, quienes emigran, los perseguidos, los exiliados, los vagabundos y enfermos, los marginados…Vienen de alguna o de ninguna parte; mas, a nadie interesan. Y vienen, quizá, de allende el mar, huyendo de la guerra que no es sino muerte y destrucción. Los “benditos del Padre”, aquellos para los que “su reino no es de este mundo”, los que mueren aplastados por la vida y bajo el peso de una carga insoportable; quienes conocen el sufrimiento tan de cerca que son ellos mismos el sufrimiento, carne de dolor, llaga que supura. Los sin techo y quienes sienten la mordedura del hambre en sus entrañas, los enfermos y los desarrapados, los que duermen en los bancos del parque, bajo los puentes o en los sembrados que los acogen y abrigan, los alcohólicos, los adictos, los que piden siempre perdón y dan las gracias por nada a cualquiera que no les demuestra repulsión.
Son tus hermanos, son tus semejantes, son el Cristo ultrajado y escupido que
aguarda un Simón de Cirene que le ayude a llevar la cruz por la calle del
Calvario en su calvario, o tal vez una mujer que enjugue su rostro del sudor y
la sangre que resbalan por él. Son carne semejante a la tuya y su sangre tiene
el mismo color que la tuya. Son, sí, los desposeídos de la suerte y maltratados
por la fortuna, los que no eligieron ni pueden hacerlo, aquellos que ignoramos
y hacemos por no ver; los "Juan sin tierra" y los que no tienen donde caerse muertos. Somos tú y yo, aunque lo neguemos tres o mil veces.
José
Antonio Sáez Fernández.