sábado, 24 de diciembre de 2011

Compañeros de viaje: "Limaria y otros poemas de una nueva Arcadia".


Uno de los motivos determinantes de mi poesía ha sido el del "paraíso perdido", que entraña un contenido esencial de alto valor simbólico, vinculado a la tradición bíblica pero extrapolable a otros campos de la existencia. Si la imagen proviene del libro del Génesis y de aquellos versículos que narran la expulsión de Praraíso Terrenal o Jardín de Edén, no es menos cierto que la vida humana es una continua pérdida de aquello que fuimos y amamos. Somos arrojados del vientre de nuestra madre a este mundo, abandonamos la infancia y la inocencia, atravesamos la adolescencia y la juventud como espejismos de la dicha y evocamos esas etapas de la vida como algo que tuvimos y perdimos. La felicidad posible no es sino un compendio de momentos gozosos o de instantes de plenitud, tan fugaces como efímeros.
 Pareciera que el secreto verdadero del vivir estuviera en lo mínimo, en lo pequeño, en lo escondido por íntimo, en lo humilde y esencial, que no en lo superfluo, material y exibicionista.

El nombre de Limaria se corresponde realmente con una pequeña aldea cercana Albox (Almería), en el término municipal de Arboleas. Lo elegí simbólicamente como lugar íntimo de la memoria en donde la felicidad del hombre está vinculada a la armonía con el entorno y con uno mismo. Es topónimo de antiguo origen latino, pues la piscina limaria era aquella adonde iba a parar el agua de algún nacimiento o fuente cercanos y en ella se posaban las impurezas o lodos (limos) del agua, antes de volver limpia a su cauce. No se conserva aquí esa piscina, pero sí el topónimo. Quise ver en la aldea al hombre que es uno con su entorno y recibe de él cuanto necesita para dedicar gran parte de sus anhelos al cultivo del conocimiento y comprensión de las grandes cuestiones de la existencia. El retiro, el alejamiento, la justa ambición de lo necesario y el desprecio de lo superfluo son constantes que el lector sabrá apreciar en el libro. Soy conciente de que ese equilibrio entre hombre y naturaleza se rompió hace mucho y de que esa ruptura parece irrecuperable. Pero el sueño, la autopía es la única ambición que nos queda a quienes constatamos la agonía del mundo.


En 2008 publiqué Limaria y otros poemas de una nueva Arcadia en EH Ediciones, de Jerez de la Frontera (Cádiz), mediando la intervención del poeta Miguel Florián ante el director de la colección Mauricio Gil Cano. Mi gratitud para ambos, así como para Francisco Carrasco Marchal, que sucedió a Gil Cano al frente de la colección y estuvo pendiente de todo en nuestra visita y presentación de la obra en Jerez. Estimo a Miguel Florián, catedrático de Filosía residente en Sevilla, como a uno de los grandes poetas españoles de mi generación y tengo el gran privilegio de contar con su amistad y con el magisterio de su obra. Él escribió un magnífico prólogo para el libro, con tanta sabiduría como acierto.
   Limaria está dedicado a mi abuelo paterno, José Antonio Sáez García, una de las personas claves de mi infancia, y consta de dos "libros": el primero, que da título al poemario, introducido con cita del poeta Manuel Álvarez Ortega; y el segundo, iniciado con cita de Leopardi, Los brazos en el aire. Dos partes de 8 poemas cada una integran el libro primero: "Región luciente" y "Mano que esconde la piedra"; tres partes, también de 8 poemas cada una, el libro segundo: "Invitación al baile", "La vida en un instante" y "Luz en los atrios".

   La aldea retirada se convierte en locus amoenus y se canta la vida sencilla, sin ambiciones, en contacto con la naturaleza. El paisaje y la historia más cercanos son evocados con carácter elegíaco, la destrucción del hábitat por la depredación humana y el espacio interior, el espíritu o el mundo del conocimiento como únicos lugares que pueden ser salvaguardados. Mas ya en el libro segundo se invoca a la danza en su sentido primigenio y ancestral, su poder espiritual, su elegancia y belleza; así como el magnetismo vivificante de la luz y su invocación; pues no en vano, como las luciérnagas, somos seres engendrados en la luz. "Dar a luz", decimos: alumbramiento.




MAR DE LIMARIA.                                                      LUZ EN LA MIRADA.

Véncete en mí, mar azul que agonizas              Esa pálida luz que apenas si penetra          
entre brazos amantes y te entregas                  en los atrios umbríos de la casa en penumbra,
al mundo como una muchacha de húmedos      es tan dulce en tus ojos que emociona al mirarlos.
cabellos a ese joven que, en el baile,
la corona de prímulas vistosas.                         Mima el lívido otoño tus dedos con las rosas
                                                                      últimas que te ofrecen sus tallos mortecinos
Ven hacia mí a intervalos de música,                 sobre la hierba húmeda. Cae la lluvia leve,
a lomos del viento silbante,                                 
con las aves claustrales y las otras                   muchacha de pupilas turquesa que iluminas
que el aire esclarecido surcan                           el mundo con tu sola mirada: conocía
por el brillo pulido de tu frente.                           el sabor afrutado de tus labios cerúleos
Diadema de algas te tejiera.
                                                                       y veía en el brillo de las doradas hebras
Viértete en mí, sereno, palpitante,                      caer lánguidamente sobre tu cuello blanco
desde la cúpula de tu universo,                          el claro sortilegio de una luciente espiga.
con la oscuridad como única aliada,
mar sin nombre llamándome lejano,                  Toda tú, con el alba naciendo y con la aurora,
en innombrable en ondas envolventes,               surgiendo entre las ondas del aire perfumado:
mi seguro naufragio al horizonte.                       sobre tu frente el iris, tu cintura ciñendo.

                                                                       Edificas el mundo sobre tus piernas firmes.
Yo te acojo en mi cuerpo ahora                       
y te dejas en mí como una ofrenda,                                                José Antonio Sáez.
celeste sábana del lecho,                                                       
alcoba donde las íntimas algas
fecundan su pigmentado verdor
de luna entre los peces emergidos.

Admíteme en tu seno, confinado
en el recinto inabarcable
en donde mueren las batientes olas.

En ti vengo a ceder y capitulo,
mar único y perfecto a quien invoco,
polvo lunar de mi cosmogonía.



                                                                            


                                                                                          

   

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