sábado, 30 de marzo de 2013

"SI TOCAMOS LA TIERRA", DE AURORA SAURA.


Aurora Saura Bacaicoa (Cartagena, Murcia, 1949), es poeta que no comenzó a publicar hasta el año 1986, en que se dio a conocer con su libro Las horas, en la Editora Regional de Murcia. Posteriormente dio a la luz otros dos títulos: De qué árbol (1991) y Retratos de interior (1998); y así hasta este Si tocamos la tierra (2012), aparecido el la prestigiosa colección "El Bardo" (Los Libros de la Frontera), que se iniciara allá por el año 1964 bajo la dirección de José Batlló y que anda ya por su cuarta época, ahora bajo la dirección de Amelia Romero.La cuidada edición modélica de "El Bardo" es destacable en todos sus aspectos, tanto por la selección del papel, su gramaje y textura, el color atrayente y cálido de la portada, su originalidad; como por la tipografía, el diseño y el juego de los espacios en blanco.

Profesionalmente dedicada a su cátedra de Lengua y Literatura en EE.SS., Aurora Saura posee buena parte de su obra inédita, pero con sólo cuatro poemarios ha logrado granjearse, a mi juicio, el respeto y la consideración de cuantos conocemos, al menos parcialmente, su quehacer poético.

Si tocamos la tierra es un poemario que nos acerca a la realidad más cercana y palpitante, tanto la propia como la solidariamente vivida, pues la poeta da muestras del valor que concede a sus propias emociones y afectos personales; aunque, si cabe, otorga una mayor relevancia al dolor y a la injusticia del mundo, a los que por supuesto no es nunca ajena y por los que se muestra singularmente afectada; en especial hacia los más desvalidos e inocentes que son víctimas de un sistema social en el que día a día vemos imponerse la depredación y la insolidaridad. No obstante, es esta una obra que abunda en la diversidad temática y discurre libremente en su métrica, con un adecuado sentido del ritmo. Así, frente al joven terrorista que alguna vez fue niño y sintió miedo, abrazándose a su padre; frente a las injusticias y afrentas socialmente consentidas por la sociedad con respecto a la mujer; también muestra su sensibilidad y emoción hacia el amor, los hijos, la música, la pintura o determinados instantes de su infancia, adolescencia, juventud y madurez; e incluso, frente a la naturaleza en general y el paisaje marino en particular. Sin olvidar tampoco la reflexión existencial, de la que hay excelentes muestras en el libro. De la fragilidad, del desvalimiento humano, de la indefensión frente a la maldad, de la necesidad de protección y afecto, de la generosidad sin esperar nada a cambio, del consuelo del arte, de la literatura y de la música, de la amistad, de los viajes y de la contemplación de la belleza como elementos salvíficos que configuran la vida y ayudan a hacerla soportable, hay también muestras subrepticias o explícitas en este poemario de Aurora Saura.






 Formalmente estructurado en 6 partes: "<<Eternidad>> y otras preguntas", "Los sueños", "Para afrontar el olvido", "Imágenes del consuelo", "Paradojas" y "Naturaleza", más un poema introductor, titulado "Destino" (p. 7), con abundantes citas que hemos de interpretar en clave de débitos poéticos o lecturas que en ocasiones bien pudieran ofrecer algunas claves en afinidades compartidas con Ángela Figuera, J. Vinyoli, M. Yourcenar, A. Pozzi, E. de Andrade, C. Marzal y Alberto Caeiro; sobre todas ellas se alza la voz personal de la poeta, su canto sosegado y bien medido:

DESTINO

Pero
no apartes ahora
a la mariposa nocturna del camino.
¿Por qué disuadir
al que desea
arder en el fulgor de una querencia?

Insistiré de nuevo
en busca de la luz:
ella le da sentido a su obstinado vuelo.

Tal vez sólo el calor que la destruye
la salva de sí misma.

"Tocar la tierra" no es sino tomar contacto con la realidad y transmutarla en poesía, elevar aquélla a la categoría de belleza verbal y conceptual; es, en definitiva, adoptar una aptitud positiva ante la vida, celebrar la vida en su integridad apostando por la esperanza. Y es también sentir entre las manos la materia de que estamos hechos. Aurora Saura nos muestra en sus versos a una poeta y a un ser humano que vibra y se emociona ante unos puntos de referencia, pero que no oculta sus temores y sus miedos ante el desamor del mundo. Porque sabe que sólo el amor es la única fuerza capaz de redimir al ser humano y remontarlo a una escala superior de dignidad frente a los demás seres vivos.

                            
                                                                                                             José Antonio Sáez.



jueves, 28 de marzo de 2013

"ELEUSIS", DE MIGUEL FLORIÁN



Respeto y admiro la poesía de Miguel Florián (Ocaña, Toledo, 1953) como a uno de los mejores poetas de mi generación por la belleza y pulcritud de su palabra, por su sentido del ritmo, por su densidad conceptual, por la originalidad de sus imágenes, por el tono suave que la tradición dejar caer sobre sus versos, por la hondura desde la sencillez con que alcanza, para mí, las más altas cimas poéticas.

Ahí están para probarlo los premios que ha conseguido con algunos de sus títulos, como el "San Juan de la Cruz", el "Claudio Rodríguez" o el "Jaime Gil de Biedma". Y entre sus títulos: Los mares, las memorias (1992), Anteo (1944), Lluvias (1995), Memoria común (1998), Mar último (2000), Habitación 328 y otros poemas (2001), La antigua llama (2004), Antología (2004), La luz abandonada (2004), Reparto de sombras (2005) Problemas (2005), Cuerpo nombrado (2005), Gilgamesh (2006) y Cuerpos (2008). 

El lector habrá advertido que es Miguel Florián un poeta casi tardío, pues se dio a conocer en la década ya iniciada de los noventa, cuando la generación a la que pertenece creo que debe ser la de los ochenta. Algún día, cuando se escriba desapasionadamente y con verdad la historia de la poesía española en estas décadas, habrá de decirse que ésta no se ciñó en exclusiva a la corriente llamada "poesía de la experiencia" y que esa tendencia, a pesar de haber sido auspiciada por editoriales y críticos, no superó en categoría humana y artística a otras corrientes que convivieron con ella y fueron sistemáticamente marginadas, así como sus cultivadores.

La poesía de Miguel Florián debe mucho, en sus inicios, a la del Juan Ramón último, indagador de la conciencia. Pero no sería justo dar la impresión de que el poeta toledado residente en Sevilla, catedrático de filosofía en un instituto de la capital hispalense, tiene a nuestro Nobel como fuente primera y única. Las influencias de su poesía son múltiples y variadas, remontándose, en sus últimas entregas, hasta los escritos de la más remota antigüedad, de cuyo conocimiento hace gala en sus libros, especialmente en su etapa más reciente. A menudo, sus textos parecen imágenes retenidas por la memoria y con qué belleza las evoca, con qué pulcritud y limpieza verbal, con qué tenue luz nos las hace ver a sus lectores. Siempre con contenida emoción; pero también, en otras ocasiones, con pasión, con vitalismo irrefrenable. 


Miguel Florián es un poeta reflexivo, meditativo, de honda vida interior. Un contemplativo y evocador que recurre a la memoria para aprehender los instantes que hicieron mella en el corazón y retenerlos, devolverlos a la vida para impedir que sean devorados por la vorágine del tiempo destructor o la desmemoria, que es lo mismo que el olvido. Al poeta le volaron los ojos, se le fueron tras las olas, las velas, el horizonte, las gaviotas y los demás pájaros. Se le fueron flotando en la ingravidez de la brisa marina; pues no en vano es un poeta del mar, de la contemplación del mar, de la vivencia íntima del mar. Y es, al mismo tiempo, un poeta que evoca la infancia y a los seres queridos a través del instante o la escena atesorada en la memoria.


VEÍAMOS LOS BARCOS SURGIR DEL HORIZONTE
bañados por el oro del estío, se alzaban
como ágaves desafiando al viento,
mostrando su flor blanca.
                                       Hombres oscuros
tendían en la arena laberintos de espuma,
en sus ojos vacíos se iba apagando el mar.

La visión del poeta se posa a menudo sobre elementos mínimos, aparentemente invisibles para la mayoría, y se deleita en ellos con la perfección exhaustiva del orfebre, paladeando el instante con sensualidad, pues no hemos de olvidar que su vitalismo le conduce a poner en juego y disfrutar de la realidad con los cinco sentidos.Vida y muerte confluyen en su discurso lírico; es más: en el disfrute del vivir está siempre presente la amenaza de la muerte, su sombra constante. En ese vitalismo al que me refería, el poeta convoca a la luz, a los pájaros, a los árboles, las flores y los frutos y a los cuerpos llenos de vida como a una fiesta pagana o primigenia. El otro gran tema de su poesía es el amor y, junto a él, el delicado y vigoroso erotismo que, en ocasiones, se expresa en vibrantes imágenes de singular apasionamiento. El mar y el agua, pero también la tierra, en una suerte de panteismo: el poeta es todos los seres y las cosas; pero tambien todos los seres y las cosas son el poeta, como si creyera que nuestro final está, en efecto, en ser todos los seres y las cosas.Hubo un tiempo en que todos los continentes fueron uno (Pangea). Todos los mares en un único mar (Panthalassa). Al final, el río apacible y vertiginoso de Miguel Florián desemboca, como todos los ríos, en el mar. Ante el mar se extasía y con el mar se confunde. Algo así también en Juan Ramón y de algún otro modo le sucede a Vicente Aleixandre con el cosmos. Somos parte del universo y la materia se disuelve y esparce en él; pues nada se crea ni se destruye, sino que se transforma.

                  
                                                                                         José Antonio Sáez.




jueves, 21 de marzo de 2013

MAGMA INTERIOR.








Ven a mí desde el fondo
de la tierra, desde las altas cumbres
de las cordilleras nevadas
y haz de estos ojos que arden,
de este brillo que esplende en las pupilas
dos lucientes antorchas,
dos hachones incombustibles
que consumen la brea
en ellos impregnada.
Ven a mí como el cóndor,
majestuoso sobre las nubes,
cuyo tránsito, en el azul celeste,
va y deja una estela a su paso.
Inflama tú mi pecho,
henchido del perfume
de una irisada orquídea
que hiende en el herbazal su aroma
muy semejante a la dulzura
del almíbar dorado.
Ven y atúrdeme con tu lava
volcánica y luego atorméntame
con el magma vibrante
y las columnas de humo
de los sones marinos;
así como las empinadas olas
cifran su cobertura
envolvente entre los abrazos
de espuma de los que copulan.
En primavera entierro
los bulbos para que florezcan.
La vulva de las flores
fascina al firmamento
y deja ver su secreto más íntimo.
Soy el que extiende sus raíces
y regala sus frutos
a las rubias muchachas
que se bañan desnudas
a la luz de la aurora.
Soy como el árbol que no tiene nombre.
El más desesperado de los seres.


               José Antonio Sáez.