viernes, 23 de diciembre de 2011

Compañeros de viaje: "Las Capitulaciones".




Poco a poco voy acercándome al final de esta tarea que decidí acometer y que debo concluir en muy pocas entregas. En 2007 publiqué en editorial Alhulia de Salobreña, (Granada), primero bajo los buenos auspicios de Miguel Ávila Cabezas y después bajo los de José Antonio Santano, quien ejercía como director de la colección "Palabras Mayores", mi libro Las Capitulaciones.
 Quise usar este término en el sentido del que firma resignadamente sus acuerdos de aceptación de las condiciones con que venimos a este mundo y que la vida nos impone, a la manera como el ejército vencido firma las condiciones que le impone el vencedor tras la dura contienda. Así como dije con ocasión de Lugar de toda ausencia, Las Capitulaciones es libro de madurez, al menos a mí me lo parece. Y lo digo porque abunda en el proceso de asunción de la realidad vital y las propias circunstancias como algo imprescindible para aspirar mínimamente al sosiego necesario o al equilibrio espiritual. Coadyuban en la tarea, la comunión con el paisaje más cercano, el amor y el erotismo, la reflexión serena y la literatura misma.

   Una de las cuatro partes que integran este libro: "Diván de los amantes", extenso poema erótico dialogado, fue publicada como plaquette por mi buen amigo, el excelente poeta de Fuenteheridos, Manuel Moya, en la colección "Tabula Rosa", de Galaroza (Huelva), con el acuerdo del editor granadino.
El lector advertirá que suelo citar a menudo los nombres de quienes han estado conmigo, de quienes me han venido apoyando y han creído en mi obra, porque para mí es una forma de mostrar la gratitud imperecedera que siento hacia todos ellos. Quede así constancia de este firme propósito.
La primera parte de Las Capitulaciones se titula "Estados de gracia" y consta de 12 poemas en los que resurge el tema de la naturaleza más próxima en sintonía con el estado de ánimo del poeta, quien la convierte en confidente, hermanada con la reflexión intimista. Para introducirla quise poner una cita de Antonio Gamoneda que dice así: "Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel/ enfermo. Yo no quiero pensar ni ser feliz ni/ recordar./ Sólo quiero sentir esta luz en mis manos/ y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de/ pesar en mi corazón/ y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que/ se han ido" (Del libro Arden las pérdidas). "Diván de los amantes" contiene un extenso poema amoroso que lleva por título "Diálogos de amor", el cual tomé prestado al escritor judeoespañol León Hebreo y a cuya memoria rindo homenaje. Consta de 23 breves intervenciones de los amantes Él y Ella, del encuentro amoroso, los preparativos, la sensualidad del ambiente y los perfumes, la naturaleza siempre como aliada y partícipe, la unión amorosa y la obligada separación final. Reconozco la deuda contraída con la tradición literaria, pues este extenso poema se une a la herencia de la poesía bíblica, en especial a la del Cantar de los Cantares de Salomón y a los Salmos de rey David, así como a la poesía de san Juan de la Cruz y a la oriental, en especial a la árabe y a la india.






    La tercera parte de Las Capitulaciones se titula ""Estancias sin nombre" y está integrada por los 12 poemas de sentir más grave, pero más reposado y equilibrado ahora que en libros anteriores, quizás más anhelantes y angustiados. Finalmente, los 12 textos de la cuarta parte: "Ceremonial de iniciados", van introducidos por cita del poeta catalán Salvador Espríu: "Oh, qué cansado estoy /de mi cobarde, vieja, tan salvaje tierra,/ y cómo me gustaría alejarme/ hacia el norte,/ en donde dicen que la gente  es limpia/ y noble, culta, rica, libre,/ despierta y feliz" (De "Ensayo de cántico en un templo"). En esos textos se apela a la soledad, al silencio y la vida apartada como medios para conseguir el equilibrio y la maduración interior, necesarios para ubicarse en el mundo. Otros están vinculados a la dificultad de comunicación en un mundo sobrado de medios y reclamos, pero mermado del sentido transcendente, tan esencial como necesario.


RONDA DE MÍNIMOS.

El que apaga la antorcha y a tientas se conduce.
El hondero entusiasta que recoge los cantos
que en la corriente ruedan y hace girar el mundo
en el vértigo seco de la cuerda ondulante,
instigador del fuego sobre el campo baldío.
El dispuesto al cortejo que una mano pretende
y apenas si se atreve a dirigir los ojos
hacia aquella que aguarda de su boca el milagro.
El ojeador lerdo que levanta la presa.
El altivo que grita en la plaza su suerte
y amenaza al gentío que en revancha lo ignora.
El que eleva en el cielo, vareador excluido,
sus brazos implorando los frutos de la tierra.
El que gime en la noche, a solas, sin que nadie
comparta su secreto y enjuga así sus lágrimas.
Aquel desconsolado, el varón de dolores,
el que lleva en los ojos el brillo de los justos,
estrellas rutilantes bajo un iris marchito.
El que espera en el día de los mínimos altos.

José Antonio Sáez.

2 comentarios:

  1. Pudo el viento tener y tuvo
    Amor entre las hilachas del firmamento
    Tuvo y retuvo el trueno
    Yunque de marfil entre los hielos
    Pero he aquí que el verbo, vió y contempló en silencio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "Pero he aquí que el verbo vio y contempló en silencio". Palabra en el silencio... eso es la poesía. Palabra que roza apenas y pasa para dejar una huella indeleble en el espíritu. Gracias por los versos, don José.

      Eliminar