lunes, 19 de diciembre de 2011

Compañeros de viaje: "La edad de la ceniza".



"No preguntes por otro,/ es el único tiempo, la edad de la ceniza/ demorada en la piedra, de espaldas a la luz". Estos versos del libro Mar último de Miguel Florián me proporcionaron el título para el séptimo de mis poemarios: La edad de la ceniza, publicado en 2003 por la editorial granadina Port Royal, dirigida por Ángel Moyano, en su muy cuidada colección de poesía.
A él puso prólogo el vate cordobés Manuel Gahete, a quien siempre he considerado un buen amigo, en sintonía espiritual y estética. Abunda Gahete en las circunstancias condicionantes que se perpetúan en un discurso lírico que discurre paralelo a la maduración personal y al devenir existencial. Un discurso barroco en su esencia, e inmerso, por tanto, en la condición humana. Profundiza así el poemario en cuestión en los temas determinantes de mi trayectoria lírica, temas que me habrían de acompañar configurando un estilo, una forma de ver y entender el mundo.

 Creo, pues, que La edad de la ceniza es un libro hondamente triste y reflexivo, de oscuros presagios y resignados silencios. También de desgarrada elocuencia, de pesar y verdades, de maduración de emociones, de firmes convicciones, presentimientos y algunos hallazgos interiores. Lo presentamos en Granada, en el Aula Municipal "Las Nuevas Ideas", dirigida por Gregorio Morales, el día 29 de abril de 2003, en el Salón de Actos del Centro Cultural "La General". Debo al poeta granadino Enrique Morón la generosidad de su glosa o comentario sobre libro, en aquella ocasión; si bien esta obra obtuvo una amplia resonancia crítica en medios de prensa y revistas especializadas.
De nuevo utilicé la socorrida estructura trimembre para esta entrega, y a "Epístola espiritual", título del prólogo de Manuel Gahete, siguen las tres partes en que se divide el libro: "Son de efímeros", "Las jerarquías de los ángeles" y "Jardín de las cenizas", esta vez de 15 poemas cada una, con citas de Kavafis, Rilke y Miguel Florián. Lo dediqué a la memoria del escritor albojense Diego Granados y a mis amigos los poetas granadinos Antonio Enrique, José Lupiáñez y Fernando de Villena; así como al editor Ángel Moyano.



LETANÍAS DEL DESHABITADO.

            "Es la hora de partir, oh abandonado"
                                       Pablo Neruda.


Abandonados, como las calles en la madrugada
y las luces baldías que no asisten a nadie;
como los puertos tras la partida del vapor que se lleva
los rostros en la niebla de los que tanto amaron;
como las playas desiertas al final del verano,
transitadas ahora por el postrer bañista
que corteja en silencio melancolía y ausencias
y el oculto dolor de quien se sabe efímero;
como los palacios y las villas soberbias
erigidas en vanidad para ostentación y antojo;
como las habitaciones de los difuntos
signadas por el olor de quien las poseyera;
como ceremonial del descreído y de los desahuciados;
como los lechos de los amantes tras el encuentro
o la doncella tras entregar su cuerpo;
como los gemidos de los huérfanos tristes
que inútilmente aguardan el beso en la mejilla
o la mano que alivie la febrática frente;
en la soledad letal de los ancianos,
cuyas horas transcurren con lentitud entregada;
como las sábanas tendidas blanqueando en la luz
y los sudarios y los nichos vacíos
y las ruinas milenarias de los palacios deshabitados
y las iglesias tras el oficio dominical
o las plazas a la espera de los paseantes perdidos.
Abandonados, como arcángeles en el destierro;
como el largo lamento de los exiliados;
como soldados yacentes en el campo de batalla
cuya sangre no sirve para hacer más fecunda
la tierra que acoge su cuerpo agonizante;
con la desolación de los yermos y páramos baldíos,
con la inquebrantable certeza de los desalojados,
la angustia y desazón que dejan las lágrimas del mundo.

    



ROSA DE PASIÓN.                                          IMAGEN TRAS LA LLUVIA.


Vi allí la rosa, al esplendor del día:                  El aire en la mañana expande su pureza
sus pétalos abiertos perfumando                     y filtra entre las hojas las fragancias del día.
el aire que, transido, levitaba                           La lluvia bienhechora, en la noche cercana,
hasta su propia ingravidez gozosa.                  limpió el espacio abierto y asiste a los colores
Miré su talle esbelto, las espinas                    que se muestran intensos. Los árboles lavaron
anhelando el roce de la furtiva                        el traje de sus ramas y lo exponen lujoso,
mano que fraguara en aquél sus dedos,          ebrios de sombra y trinos. En qué espejo se miran
las uvas de los labios, las almendras               altivos visionarios, prolongando al azul
ajadas de los ojos, insinuado                          la ofrenda de sus frutos, saciando los deseos
arco el agua dormida de las cejas.                  del que sueña en las sombras. Y el pecho solitario,
Así, me dije, moriré como ella,                       henchido de fragancias, se recrea en la vida,
cuando el sol decline su ascua dorada            se afirma en la esperanza y se dice a sí mismo
en las frutas maduras del manzano.                que es posible vivir porque el aire está vivo
Ella exigió los dones de lo efímero.                 y la lluvia es posible, aunque no lo parezca.
Yo la seguí por ver su oscura pena.
                                                 José Antonio Sáez.






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