jueves, 29 de enero de 2015

EL TIEMPO PERSEGUIDO (ESTAMPAS DE INVIERNO).





  El tiempo en tus manos. Me visto de blanco para recibir a un tiempo que es arena entre los dedos. Qué ha sido, qué es de mí y de cuanto creo haber aprehendido... Nada tengo. Nada poseo sino un cuerpo doliente que progresa vertiginosamente a la deriva de los continentes. Un cuerpo que cubro con ropas para guarecerme del gélido enero que discurre como el río hacia el mar y que ha de firmar su entrega. Llama febrero a la puerta y apenas sé qué ha sido de este enero fugaz. Se me fue como se me va todo, mirando al cielo rosado y ventoso del atardecer. Miro tristemente caer la tarde. La luz se va haciendo cada vez más tenue y dolorosa: ¿puede, acaso, dolernos la luz? Esta luz apagada de finales de enero es como un réquiem, como una liturgia de difuntos, como un salmo o un responso que viene a posarse agotadoramente en mi corazón, como vienen a posarse los pájaros sobre las ramas del árbol solitario que los acoge cuando llama a sus hojas la noche cercana. Recibo en las pupilas la luz mortecina del final de enero como quien ve pasar el cortejo fúnebre de algún ser querido. Enero es la mortaja de la luz y mis ojos reflejan esa luz malherida. ¡Qué débiles los rayos de este sol que entra en mi alma surcando dulcemente el costado que mana sangre y agua! Aplica tus labios a mi llaga para que sane.
   Atraviesa el carruaje la humedad de las calles aplastando con sus ruedas el verdín que, ajustado a las aceras, crecía abriéndose paso. Los pájaros ateridos por el frío glacial esponjan sus plumas en los últimos aleros de los tejados. Hay una quietud de cementerio, un silencio sepulcral que no es roto sino por un lejano toque de difuntos. Pasan algunas nubes oscuras bajo el cielo de finales de enero. La luz delimita ahora el perfil de los cabezos cercanos que abrigan en su seno ancestrales osarios. Se me ha ido la tarde atesorando avariciosamente en mi alma esta luz de invierno, recogiéndola febrilmente del espejo del aire para que no se extravíe. ¿Qué queda en pie? Y qué queda en el tiempo, sino un cuerpo tendido que reposa al final de la tarde, aguardando el último rescoldo de la luz.



                                                                                                José Antonio Sáez Fernández.



sábado, 24 de enero de 2015

LUCES EN LA MADRUGADA.






   Porque tú existes, aún es posible el milagro. Tú eres el milagro. Tú eres el verdadero milagro y estás aquí y yo te veo y puedo rozarte con mis dedos temblorosos. La maravilla existe. La magia existe. Tú eres la maravilla y la magia del mundo. Voy tras de ti como hipnotizado y me llevas en volandas como a una avecilla asustada, por donde tú quieres. Tú eres el imán y eres la belleza, la hermosura, el éxtasis de la creación, el asombro de los ojos estupefactos. Agrandas las pupilas de los que te miran y giras al moverte con la gracia de los tulipanes y las dalias preciosas. Eres la flor mínima y la edad perfecta. Eres el sueño y la realidad que lo alcanza. Eres, cuando pasas, el aire que enamora y eres también la cola nevada de la novia, su diadema de flores perfumadas, el ramo que se lanza y cae en manos de la afortunada. Eres el blanco vestido de la desposada y la ilusión que lleva entre sus manos pálidas que tiemblan al retener en ellas la mano aún más pálida de quien la desposa. Eres el regocijo de los labios trémulos y la fortaleza de mi debilidad. Eres la boca y la miel que destila, las perlas nacaradas del collar que gira alrededor del marfil del cuello, y eres los zarcillos que cuelgan leves de tus perfiladas orejas. Levantas remolinos de aire y en él te alzas conquistando el espacio que nos envuelve. Ve que te sigo de cerca y aspiro tu perfume en el rastro que dejas. Si yo pudiera, si acaso yo pudiera susurrar a tu oído la música que aguardas y tú la escucharas, danzaríamos envueltos en el vals de las olas hasta la madrugada, como entes diversos que buscan la comunión perfecta. Yo soy la hoja que cae del árbol y tú la recibes en tus blancas manos delicadas, evitando su naufragio en los charcos. Acógeme, recíbeme, estréchame en tus brazos como quien entrega su alma, como quien mezcla los latidos de su corazón acompasado con los de aquel que implora con los ojos un gesto de ternura, el cual alivie la congoja del desamor cumplido, la soledad perfecta, la orfandad que puedes redimir con tu sola mirada.


                                                                                                José Antonio Sáez Fernández.

lunes, 19 de enero de 2015

SOL DE INVIERNO.






   El invierno es la caverna a donde se retiran quienes hibernan. El invierno es el caparazón de la tortuga y la coraza del guerrero. El invierno es el oso y el armadillo. El invierno es la mujer de Lot que vuelve la cabeza para mirar atrás y queda convertida al instante en estatua de sal. El invierno es el ensimismamiento, y la concentración y el regreso a uno mismo, pues desandas lo andado y vuelves al inicio. El invierno es la ceguera de los sentidos para facilitar la interiorización. Es el desierto del anacoreta y es un andar a tientas, palpando las tinieblas de la noche perpetua. Refúgiate en el invierno si te buscas entre el gentío y no en las cafeterías. Hállate en el invierno si deseas encontrarte contigo mismo. Camina por el invierno como el que se desliza por un terreno resbaladizo. Adéntrate en él como quien se interna en la gruta de Polifemo. Realiza tu viaje interior en el invierno por la región de los hielos perpetuos. Los caballos de hielo del invierno tienen de nieve las crines y la carroza de que tiran es la escarcha. No subas a ella, pues podría conducirte al silencio de los camposantos.
   El invierno es la boca y la oquedad, el corazón y el estómago, el vientre del cetáceo, la concavidad, la letra o y el número cero, la diana y su centro. Si te adentras en él te ocurrirá como a quien se adentra en la oscuridad de un túnel: te pondrá a prueba y, si sales airoso de nuevo a la superficie, te sentirás como el recién nacido, como quien emerge de las aguas, como el que ha sido dado a luz porque, en verdad, habrás vuelto a nacer. Intérnate en el bosque, entrégate a la espesura del invierno: es un paisaje boscoso, una vegetación enmarañada y copiosa. Porque el invierno es el arca de Noé y en ella entran los que intentan salvarse del totum revolutum, del caos y el desorden, del marasmo y de la confusión. El invierno es una corriente subterránea y un fumadero de opio, la adormidera y el letargo. Es la estación a que conducen todos los trenes y a donde, tarde o temprano, has de llegar tú, el hombre de las nieves, el llamado por la montaña.


                                                                                   José Antonio Sáez Fernández.




sábado, 3 de enero de 2015

"TRES INHALACIONES", DE LUIS MIGUEL RABANAL.



(Luis Miguel Rabanal con su hijo en 1991. Fotografía de M.J. Romero Nicieza)

   Tres inhalaciones es el título del ultimo libro de poemas de Luis Miguel Rabanal (Riello, León, 1957). Tres inhalaciones necesarias para expandir y relajar las vías respiratorias, a fin de poder realizar esa función tan elemental, esencial y necesaria como constituye la respiración, vital para tantos seres que inspiran y espiran, mientras su corazón golpea a ritmo de sístole y diástole la sangre que circula por su organismo. Tres inhalaciones que se efectúan aspirando el inhalador y reteniendo el aire momentáneamente en los pulmones hasta expulsarlo por la misma boca y la nariz, cuando comienza a ser difícil la retención del mismo.
   El libro de Luis Miguel Rabanal es bastante crudo en su conjunto, pero especialmente en su tercera parte: "Un poema de amor", que versa sobre el maltrato femenino o sobre la violencia de género, si así se quiere. Las otras dos partes llevan por título: "Las luces largas" (la primera) y "Pequeña galería de poetas sin reloj" (la segunda). El poeta de Riello hace uso aquí del fragmento o de una poesía fragmentaria, corriente formal de la lírica española actual que cuenta con bastantes seguidores, tanto entre los poetas practicantes como en los lectores que saben apreciarla.
   La primera parte del libro: "Las luces largas" está compuesta por un conjunto de poemas que constituyen a su vez, y según mi modesta intuición, un conjunto de percepciones sensitivas y cognitivas las cuales bien pudieran corresponder a las de una persona que ha sufrido un accidente de tráfico y no por ello deja de experimentar en su propio cuerpo y elaborar en su cerebro esa serie de sensaciones y percepciones a que me refiero; las cuales, en mayor o menor medida, contienen una buena dosis de carga conceptual y constituyen todos y cada uno de los textos integrados en esta gavilla inaugural del poemario:

Extendido, el cuerpo/parece menos artificial/que de costumbre./Colman la carretera/sombras reservadas/y árboles añiles. Apura/ahora el corazón sus/penúltimos latidos. Las/manos no responden,/aún no han descubierto/su teatro. Duele la/garganta de tan poca/y tan poca reticencia" (p. 12). 

Pareciera como si el herido en el accidente elaborase un dictado de esas sensaciones y percepciones desde el momento en que este se produce, hasta el instante en que llega el auxilio en carretera, pasando por el dictamen de los médicos sobre su estado. Y en el transcurso de ese proceso, el poeta elabora un discurso esencial y depurado, fragmentario a veces y en ocasiones roto de cuanto procesó en su memoria sobre aquellas horas de dolor.




  La segunda parte, "Pequeña galería de poetas sin reloj" está constituida, a su vez, por una serie de envíos a distintos poetas, algunos españoles y otros extranjeros, que seguramente deben haber sustentado la formación poética de Luis Miguel Rabanal o, en su caso, haberle ayudado a entender el mundo. Así: Efraín Huerta, Rosal Chacel, Jaime Gil de Biedma, Anna Ajmátova, Victoriano Crémer, Pablo Neruda, Auden, Cernuda, Álvaro Mutis, Cesare Pavese, etc. Son textos de mayor extensión que la que exigen los poemas fragmentarios, los cuales se incluyen especialmente en la tercera parte del volumen, y que poseen un lenguaje muy elaborado y depurado, con un bien marcado ritmo y de los que disfruta con mayor sosiego y claridad el lector. Y ello porque el poeta nos da esta tregua intermedia para volver a golpearnos duramente en la tercera parte del libro: la de los poemas propiamente fragmentarios, que como ya anuncié lleva por título: "Un poema de amor". No se trata, en verdad, literalmente, de un poema de amor sino de desamor, y afronta uno de los desgarros sociales más dolorosos de nuestro tiempo: el de la violencia de género, todo un viacrucis para quien la padece o la ha padecido. El lenguaje aquí se hace áspero y arrojadizo, hiere como una piedra en el rostro y como una cuchillada en las entrañas. El verso se recorta hasta quedarse pendiente de un hilo en el abismo. Todo un aldabonazo y un redoble de conciencia.
   El poeta de Riello, residente en Avilés, da muestras así de una extrema sensibilidad hacia un problema lacerante, especialmente para la mujer en la sociedad del siglo XXI, el cual termina, con demasiada frecuencia, en tragedia. Estos son los versos con que concluye el libro: "pégame duro da igual/ya no siento nada debo de estar muerta" (p. 102). Se alternan aquí, en un doble lenguaje, textos de vocabulario coloquial y realista, en los que se recogen las expresiones y situaciones que engendra la violencia de género; o bien, a través de la voz femenina propiamente dicha; o bien a través de los improperios de la voz masculina, con otros de un lenguaje "justificativo" en donde se intenta reproducir, no sin cierta ironía en ocasiones, algunas de las posibles excusas del maltratador.
   Por todo ello, Tres inhalaciones es un poemario que, por su dureza y necesaria radicalidad emocional, por su hondura y sinceridad, por su desgarro y por su verdad impacta al lector; no pudiendo dejar ubicado a nadie que se acerque a él, con generosidad y amplitud de miras, en los aledaños de la indiferencia o el escepticismo.


                                                                               José Antonio Sáez Fernández.

Luis Miguel Rabanal: Tres inhalaciones, Amargord Ediciones, Col. Helado de mamey/ Punto verde, Madrid, 2014, 108 pp.




viernes, 2 de enero de 2015

CAMPANADAS DE AÑO NUEVO.




   Heme aquí, cristal o piedra de sol que refleja la luz que ha recibido. ¡Si supieras cuánto te he echado de menos! Me miro en tus ojos oceánicos, como en los de la amada de Neruda, y navegando voy por ellos en la nave crepuscular de tu alegría, muchacha de largos cabellos color de la noche que cubre los cielos de vibrantes estrellas taciturnas, las cuales relampaguean como luces diminutas en la ternura de mis manos desiertas. Desierta está la calle, desiertos los últimos paseantes que naufragan en la melancolía, desiertas las ventanas y las luces de neón de los escaparates en los comercios, desiertos tu corazón, el suyo, el nuestro, el vuestro, el mío y los de todos los deshabitados cabalgando en la helada mueca de las estatuas. 

   Mudas las fuentes, gélidas y glaciales sus aguas difuntas, mudas las rotondas, va el paseante a resguardo del frío: su largo gabán que casi cubre su invisible estatura, la esbelta bufanda, el sobrero calado y la orfandad de su corazón latiendo acompasado en el armónico vals de los violines cuyo sonido va en aire. Vas en el viento y vas en la batuta del director de orquesta, y vas en la mano acompasada y en los pies que marcan el ritmo, y vas en las palmas y en los zapatos del bailaor gitano que taconean levantando el polvo aposentado en las tablas.Vas en las alas del ángel y en las pupilas pasmosamente abiertas del niño ante el regalo y la magia que lo deslumbra, y vas en su ilusión y en el hablar atropellado de las lenguas trabadas. Eres el tartamudo y el que pregona con la lengua suelta ante la curiosidad de quienes cruzan la calle ensimismados, semidifuntos, aletargados, ateridos por el frío y la nieve acumulados en las aceras. Eres el corazón y los corazones desangelados. Eres el río y su afluente y tus lágrimas son la cascada de perlas con que cubres tu rostro; oh tú, la bella, quien encubre sus formas bajo el velo y en cuya frente luce el rubí sangrante de la más deseada entre las deseadas. La preferida, tú.

   Voy tras de ti, luciérnaga que guías mis pasos en la noche difunta. Voy tras tus huellas y tras la verde senda que dejas en mis párpados rosados. Voy tras tu pista, pues me abandonas rendido y acaso exánime en pos de tu aliento perfumado. Ando renqueante y, como el extraviado, gimo en la noche hasta hacer saltar todas las alarmas o poner en luz intermitente los semáforos de las grandes avenidas por donde no pasa nadie a altas horas de la madrugada. Oigo el canto del gallo y siento que me avisas de que está por romper el alba. Recupero entonces el aliento y devuelvo a la noche la onerosa ofrenda de tus ojos crepusculares, hasta que viene a nacer el nuevo día y lo acuno, como una rosa de oro, al vaivén de mis brazos amantes.


                                                                                     José Antonio Sáez Fernández.