viernes, 3 de octubre de 2025

ESPALDA CONTRA ESPALDA

 




Nos hemos vuelto de espaldas los unos a los otros para ignorarnos y fingir que no estamos obligados a convivir. Caminamos en sentido contrario. Nos hemos dado la vuelta, de manera que podemos oírnos, pero no mirarnos a los ojos ni tampoco a la cara. Hemos trazado una línea divisoria que separa mis límites de los tuyos y hemos alzado un muro infranqueable por ambos lados. Los que tú me has puesto y los que yo te he puesto. No te atrevas a traspasarlos. No lo harás sin poner en riesgo tu integridad física. Ni te reconozco ni me reconoces. Ni me fío de ti ni confías en mí. Y mira que nos parecemos. ¿Cómo hemos podido llegar a esto, si estamos cortados de la misma tela, si tú me complementas y yo te complemento, si nos necesitamos para sobrevivir en esta jungla espesa que nos asfixia? Acaso sea el orgullo, todo aquello que nos ensoberbece, la quiebra de la lealtad, la ambición de lo que posee el otro, el acaparamiento o la falta de generosidad… O acaso que algo se ha infiltrado en nuestra mente y está pudriendo nuestro corazón, torciendo nuestra capacidad de raciocinio, doblegando el pulso a la bondad, el bien y la belleza. 





No podemos sobrevivir solos, de espaldas a los demás. Nuestra supervivencia ha de ser necesariamente solidaria. ¿Quién nos dirige a todos, también a ti y a mí, hacia dónde nos llevan quienes nos guían en nuestra ceguera hacia el abismo? Aquí no hay un sálvese quien pueda, sino ahí va mi brazo, hermano, agárrate a él. No te abandonaré a la furia de las aguas ni permitiré que la corriente arrastre tu cuerpo al mar. Siente la fuerza de mis piernas: son como troncos de árboles con raíces profundas o como las columnas que sostenían el templo de Salomón. Tú y yo somos seres sagrados.





Cuando te volviste hacia mí, comprendí que no eras un extraño. Fue entonces cuando dulcificaste la rigidez de tus gestos y hasta me pareció que ambos cedíamos en nuestra desconfianza. Y cuando tu mano me tocó, vi que no deseabas mi mal. Tu roce me supo a una caricia en ese primer paso de acercamiento. Y cuando yo también me acerqué a ti sin apreciar en tus gestos ningún asomo de crispación, se escaparon de mi boca las palabras prohibidas durante tanto tiempo: “Hermano, ¿Qué nos ha pasado? Hemos vivido la larga noche de los tiempos. Y desde allí llegamos al abrazo y nos reconciliamos. No hubo momento más vivificante y feliz, que llevara tanta bonanza y serenidad a mi alma, como el de nuestra reconciliación.


José Antonio Sáez Fernández.




jueves, 25 de septiembre de 2025

LA CAJA DE PANDORA.

 




Abrieron la Caja de Pandora, donde estaban encerrados todos los diablos, y de ella salieron apresurados, expandiéndose por el mundo, viniendo a gobernarlo, los ángeles caídos. El caos se cernió sobre la tierra y las gentes vagaban perdidas de un lugar a otro, arrastrando las escasas pertenencias que poseían. Era la caravana interminable de los desposeídos del reino, enviados al exilio, los sin patria en disciplinada formación o en hileras de hormigas, como en las desbandadas o en las históricas expulsiones étnicas realizadas por los monarcas de tiránicos estados. Debió de ser el año de la hégira cuando la humanidad se echó a los caminos en busca de las orillas de un mar donde embarcarse hacia ninguna parte. Se decía que el Juicio Final estaba cerca y, por consiguiente, el final de los tiempos, donde el Salvador vendría a juzgar a vivos y a muertos. Todo el orbe terráqueo se estremecía bajo el fragor de las bombas, y los aviones de combate surcaban el cielo con un ruido aterrador, mientras los edificios de las ciudades se desplomaban como castillos de arena bajo el acoso de las olas. Ancianos de andar pausado y melancólico, mujeres con niños en los brazos que lloraban hambrientos, varones que cargaban sobre sus hombros enormes fardos de miseria, carros y cabalgaduras que penosamente se alineaban en aquel interminable éxodo de los inocentes.




Como el ratón en la ratonera o el ave en su jaula, como el perseguido y el acorralado, como al que nada queda y siente su vida amenazada, marchaba la caravana de los vencidos por la carretera que se prolongaba paralelamente a la orilla del mar. Debía de ser el Día de la Ira o la llegada del Apocalipsis en que los cinco jinetes expandirían su maldición por la superficie de la tierra. ¿Hacia dónde se dirigían aquellas gentes de largas túnicas, los ancianos con báculos en sus rugosas manos encallecidas y de crispados dedos artríticos, sin apenas fuerza para sostenerse en pie, las mujeres con las ubres exprimidas, sin un sorbo de leche para sus hijos paridos con dolor y los hombres con el pecho despejado y dispuesto para recibir la metralla?




Lejos quedaba la Tierra Prometida anunciada por los profetas a los padres de sus padres y, más lejos aún, el becerro de oro al que adoraron, el temor del dios de que adjuraron. Se había completado el círculo, se acababa la historia como se cierran las tapas de un empolvado y voluminoso libro. Lo que pasó desde entonces no he contarlo yo, que solo doy testimonio del final del género humano en los días de hierro que asolaron la tierra. Lo que aconteció después, si lo hubo, has de contarlo tú, pues yo lo desconozco.

 

                                                  José Antonio Sáez Fernández.

 


lunes, 22 de septiembre de 2025

DELIRIOS DEL FUNAMBULISTA.

 




Heme aquí, a pecho abierto, manando tal si fuente, como el pelícano en épocas de extenuante sequía, para dar de beber a sus polluelos. Heme aquí, desvencijado, dispuesto a abandonarme a la corriente del río que nos lleva. El que extiende sus brazos al borde del abismo y se asoma a él para sentir el vértigo, mientras recibe en el rostro el aire que lo alerta. Ese hondero del alba que lanza la piedra al eco y el eco le devuelve la hendidura de la piedra contra las nubes que pasan. Aquel, miradlo, que se empina la botella y quiere beberse la vida en solo un trago o el niño de la calle que necesita esnifar pegamento en la bolsa inflada que le ofrecen los que con él no existen ni cuentan para nada, expuestos a la redada policial que los hace desaparecer de un día para otro. 





Los que buscan en los vertederos de basura algo que llevarse a la boca: tal los restos de frutas podridas que, veo, se reparten entre varios. Los que remueven la basura y buscan en ella algo que puedan vender por unos míseros centavos con que puedan comer algo sus hermanos. Quienes duermen al raso de la noche su bendita inocencia asistidos por los ángeles que velan el sueño de los niños, todos apiñados para darse calor unos a otros o contagiarse la miseria que los abruma.






Heme aquí, el desarmado, el desnortado, el silenciado, el apagado, el desprovisto y el sin rumbo. Todos van conmigo y no son sino uno solo que baila sobre la cuerda floja: el funambulista y el trapecista. El equilibrista y el que hace juegos malabares para sobrevivir en un mundo ajeno a la ilusión y al encantamiento, a la sorpresa y al asombro, al misterio, a lo recóndito y a lo secreto. ¡Con qué gracia y determinación aprende cada día las cosas más inútiles, movido por la curiosidad, este ser casi ínfimo que remueve la casa entera, se adentra en los cajones y desparrama por el suelo lo que alguien había ordenado con tanto empeño! Es el torpe, el estúpido, el simplón, el embobado al que le cae un hilo de baba por la boca abierta hasta el mentón. Ese que ascendió al cielo el día en que le abrieron los ojos y le hicieron despertar a lo que ellos entendían por realidad. Fue entonces cuando comenzaron sus días de gloria.

 

                                             José Antonio Sáez Fernández.





jueves, 18 de septiembre de 2025

CRISPADOS Y POLARIZADOS

 




Quien polariza, quien estigmatiza al otro, sesga y divide, fragmenta y rompe la convivencia. Quien polariza es un pirómano que no puede, ni sabe, ni quiere responsabilizarse de las consecuencias de sus palabras y de sus actos. Es un incendiario inconsciente, un resentido que una vez dominado por la rabia y el odio, no cesará hasta provocar la desgracia. Y es que, en ambientes sociales de polarización, la mecha está dispuesta y preparada para ser encendida por mentes desequilibradas, fanatizadas o desprovistas de capacidad crítica, más propensas al desafuero o al estallido social que a otra cosa. Quien polariza y divide, escinde, invita e instiga a la ruptura de la convivencia. Dios nos libre de exaltados y desafectos, de resentidos e inconscientes que polarizan y levantan muros imposibles de superar por los otros. Digamos que sí a quien construye puentes, a quien supera obstáculos y crea condiciones para el respeto y la tolerancia, para la concordia y la comunión a través de acuerdos que propician la prosperidad y la dignidad a los pueblos. Esos, y no otros, son los líderes que necesitamos.




La polarización es, pues, una quiebra de la convivencia, es una escisión que se produce por donde ya se habían soldado o estaban soldándose las diferencias entre unos y otros, con lo que difícilmente podrá producirse una segunda soldadura o sanación, si no es tras una amarga secuencia histórica de catástrofe. Y es una nueva ruptura que manifiesta la torpeza del intelecto humano y su menguada capacidad para vivir en comunidad. Es el rechazo del otro por la imposibilidad de acordar y perdonar por parte de las mentes ensoberbecidas, por la inútil cabezonería y la tozudez que a nada conducen e impiden el progreso de la negoción y el acuerdo justo y sincero. La torpeza y la imbecilidad humanas son proverbiales y ello conduce a los hombres a caer, en distintas épocas u ocasiones, en los mismos errores. ¿Dónde la inteligencia? ¿Para qué la visceralidad y la revancha?




Los gobernantes del mundo actual están conduciendo a la humanidad hacia posiciones de vértigo que no presagian nada bueno. Los medios de comunicación propician, como ellos, la polarización de la sociedad. Las redes sociales colaboran en la difusión de esos postulados a través de ideologías extremistas, en individuos carentes del más mínimo sentido de la moderación y del bien común. Sé discreto en el hablar y en el manifestarte: no vayas a contribuir tú también a una polarización de consecuencias incontrolables. Fomenta, sí, la fraternidad y la concordia. Porque otra convivencia es posible.

 

                                                          José Antonio Sáez Fernández.


domingo, 14 de septiembre de 2025

EXALTACIÓN DE LA CRUZ

 



Necesitaron escaleras para subir a la Cruz e iniciar el descendimiento. José de Arimatea y Nicodemo, dos hombres piadosos y compasivos, desprendieron los clavos de sus manos, mientras a sus pies lloraban desconsoladas las Santas Mujeres: su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena. No lejos de allí, el Discípulo Amado, Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre”.

La Cruz es el símbolo por antonomasia que ha identificado a los seguidores de Jesucristo a lo largo de los siglos, como en menor medida puedan haberlo sido los panes y los peces. Mas, resulta un signo trascendente mediante el cual se nos muestra lo que ha de ser la travesía de los seres humanos por este mundo y que comprende sacrificio, dolor, resistencia, esfuerzo, incomprensión, ignorancia de los otros… pero también representa el supremo acto de amor: “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos”; y también de solidaridad, de compasión, de perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. La Cruz nos enseña que, si el grano trigo o de mostaza no cae a tierra y se pudre, no puede dar el ciento por uno o convertirse en un gran árbol cuyas ramas vengan a dar sombra en el bochorno y la fatiga a los caminantes, hallen refugio los pájaros y construyan sus nidos al albur de los días de primavera en que se abren a la luz del sol, resucitando a la vida toda. La Cruz no tiene sentido, sino porque tras ella ha de venir la resurrección y la vida, como dijo el Maestro. He aquí, pues, la suprema paradoja: ésa de que hayan de ser necesarios el propio sacrificio y la propia inmolación para alcanzar el Bien Máximo.

Yo miro a la Cruz y veo el rostro inclinado del Cristo con los brazos abiertos y los pies cruzados, sangrantes por las heridas de los clavos, y tras él veo los rostros del africano que cruza el Estrecho de Gibraltar o el océano Atlántico, arriesgando su vida o perdiéndola definitivamente en la sepultura de las frías aguas insondables. Y veo a los “espaldas mojadas” de distintos países latinoamericanos que cruzan el río Bravo, frontera de Méjico con los Estados Unidos, para ser deportados después de su captura. Veo al niño sin pies en la franja de Gaza, a la niña sin brazos, al pequeño hambriento de vientre hinchado de cualquier país de África, al país invadido y borrado del mapa, a los garimpeiros o buscadores de oro en la Amazonía, que trabajan en condiciones de semi esclavitud, a los que buscan afanosamente los diamantes de la codicia en las minas del Congo por salarios de miseria, a los enfermos incurables, a los presos, a las mujeres maltratadas, a los ancianos en soledad y abandono, a los discapacitados y a las madres que parieron con dolor el fruto de su vientre y lo contemplan con lágrimas en los ojos, al joven soldado que da la vida por defender a su patria en una guerra que no entiende y así en la larga letanía de los exiliados, de los desterrados, de los desposeídos de un reino que bien pudiera ser de este mundo, de los maltratados por la fortuna, la insolidaridad y la injusticia en demasiados lugares del planeta. Toda esta caravana del dolor está colgada de la Cruz del Cristo yacente y ella nos marca el camino a los demás. Yo no veo al alzado en la Cruz como a un Cristo triunfante, que es el resucitado, sí como a un Cristo íntimo y revelador e, igualmente, como al credo más firme y la promesa más sólida de esperanza para los que son ungidos en el bautismo con el óleo sagrado que, con los dedos, marca el signo de la Cruz sobre la frente y en el pecho.

   La cruz, nuestra cruz, la cruz de todos, ha de llevarse personalmente de forma inevitable; pero he aquí que una cruz también requiere la solidaridad de un cirineo que ayude a llevarla cuando su peso es atroz. El mismo Cristo lo necesitó, como recibió igualmente el consuelo del ángel que lo reconfortó en su oración del Huerto. Así nosotros recibimos fortaleza, consuelo y esperanza para llevar la nuestra, auxiliados por una fuerza interior inexplicable o por nuestros semejantes, ya sean profesionales o no, que están llamados a socorrernos en esa Vía Dolorosa por donde ha de transcurrir nuestro Camino del Calvario. Feliz quien ayuda a otro a llevar su cruz.

 

                                                     José Antonio Sáez Fernández.



martes, 2 de septiembre de 2025

POEMA DE ALMERÍA

 



 

Hermosa tierra mía, tantas veces dormida,         

¡cómo no habría de amar tu refugio                    

hasta envolver tu cuerpo en un sudario              

y con la blanca espuma que corona                     

las olas abrazando tu cintura                         

en un batir constante de vainicas!                        

En tus playas de doradas arenas                         

donde van a morir los hipocampos,                     

entre límpidas aguas relinchando;                         

mi cuerpo, nudo, baño y me sumerjo                     

en la fría corriente que me arrastra                       

hasta un fondo de corales marinos.                          

Me has de partir el alma en mil pedazos 

y no sabré vivir si no es pisando 

en rojo tu sangre coagulada,

donde glaucas pupilas de jinetes oscuros 

vienen a coronar la cresta de las dunas

o el fino polvo de oro que deslumbra 

la cegadora luz del mediodía.

¿A qué dios menor oran las pitas implorando 

el perdón del águila que devora 

el firmamento donde arde el esparto?           

Minas que son bostezos de la tierra sedienta 

como bocas famélicas masticando la plata,  

el mineral de yeso, el alumbre y el plomo,

el hierro con que tañer las espuelas

o bebiendo la ciega luz del día

en cálices forjados con oro de las minas;

traslúcidos racimos en uvas apiñados 

que mima el Andarax y, por Ohanes,

alivian mi boca con el azúcar 

del anhelado néctar que es delicia; 

labios de dátiles que en las palmeras 

maduraréis bajo el sol del desierto; 

naranjas que, entre azahares, ceñís 

las plateadas sienes de la novia,  

cuyos sueños de amores se columpian  

en el azul turquesa de las aguas: 

acudid en favor del almeriense 

inerme, aquel que su rostro protege 

bajo el ala del pájaro que se mira en sus ojos

y al raso vuela en el erial cercano. 

 

                             José Antonio Sáez Fernández





jueves, 21 de agosto de 2025

DOBLE O NADA.


 


Allí donde el camino se bifurca, tienes varias opciones: o ser un inadaptado con criterio propio y negarte a aceptar el sistema imperante, denunciando los atentados que se cometan por parte de quienes detentan el poder y lo salvaguardan, sabiendo que caerás en desgracia y no podrás librarte de su acoso o marginación; o bien adaptarte a sistema, asumirlo y comulgar con ruedas de molino, contribuir a su perpetuación, aun sabiendo que eres un ser domesticado y adocenado, que ha renunciado a su individualidad y a su dignidad en aras de un mayor bienestar físico y material; si bien sometido al arbitrio de quienes disponen de su recompensa y la otorgan tras comprobar tu fidelidad; lo cual no deja de ser una pseudo esclavitud o al menos un cierto servilismo militante. Si deseas hacer uso del pensamiento crítico, pues te consideras apto para ejercerlo, aceptarás que la verdad es molesta siempre y desagrada a quien no puede vivir si no es en la mentira y la inmundicia. 




La humanidad, pobre de ella, no puede vivir en la verdad y prefiere sobrevivir en las cloacas del fingimiento y la hipocresía. Vivir abiertamente en la verdad haría la vida insoportable, por lo que resulta más cómodo engañarse a sí mismo y contribuir a que los demás vean al rey vestido cuando solo hay una mirada infantil, bendita inocencia, que se atreve a decir que el rey está desnudo. El hombre libre, resulta tan molesto, que es él mismo quien decide apartarse de la sociedad y de sus semejantes, pues no tolera la miseria y la podredumbre humanas. Le aguarda la soledad y el cultivo del conocimiento, así como la vida retirada y modesta. 




Mira que si no sigues las consignas que se dictan desde arriba no podrás progresar ni labrarte un futuro medianamente brillante. Mira que si pones en tela de juicio esas consignas y te atreves a contradecirlas estás acabado. Te lo advierto. Sé dócil. Sé sumiso. Lo tuyo no es pensar. Solo obedecer y contribuir a la causa.

 

                                         José Antonio Sáez Fernández.



viernes, 15 de agosto de 2025

EL CIRINEO.

 



Tú que vienes hacia mí renqueando, zigzagueando, vacilante por la acera, con los pies arrastrando y te conozco, pues eres mi semejante, mi hermano, mi otro yo cansado, perseguido, atormentado, aleccionado por la vida y tus semejantes. Eres la vasija rota, el puzle descompuesto al que le faltan piezas o le sobran, esas que no encajan en este mundo cruel y sin sentido. Te he tomado de más arriba del codo porque ibas a desplomarte, dando bandazos, despojado de los clavos, y te has rendido al soldado que te alanceaba o a ese otro que te dio hiel mezclada con vinagre cuando tenías sed. Y ahora vienes a mí surgido de la arena y pronuncias las palabras proféticas: ”Abba, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

He tenido que salir al medio de la calle y parar el tráfico para pedir que se te socorra o al menos que alguien me ayude a socorrerte, porque eres el pájaro abatido, el aliento que escapa de la boca del moribundo, la cometa que cae inerte a tierra. Y los conductores no han hecho otra cosa que hacer sonar el claxon y llamarme loco, demente, desquiciado… ¡qué sé yo!, dando virajes con el volante, haciendo eses, rozando a otros autos más brillantes y costosos que deambulan por la ciudad luciéndose. Acaso nadie había notado nada en tu semblante o que las fuerzas te fallaban y te ibas a dar de bruces contra las losas de la acera o caer directamente sobre el asfalto, pobre cristo roto, carne doliente y supurante, pura llaga abierta que mana sangre y agua. 




Eres el de la quimioterapia o el aquejado de esclerosis múltiple, el desahuciado por los médicos y el que no espera nada, el trasplantado de corazón que vive cada minuto, cada segundo con la esperanza de vivir el siguiente. Y eres el diagnosticado de esquizofrenia que a diario debe levantarse, tiene que alzarse sobre la ruina de su mente alucinada para empezar de nuevo, para emprender la huida hacia sí mismo, pues no encuentra salida. Eres el rechazado, el marginado y el amordazado que no tiene quien le escuche y yo estoy pidiendo auxilio por ti y para ti, para que alguno de entre los hombres se compadezca, descienda hasta ti y te ayude a llevar tu cruz, ah misericordioso. Yo, el cirineo.

 

                                                       José Antonio Sáez Fernández.




domingo, 10 de agosto de 2025

NEGAR LA TRASCENDENCIA

 



Por mucho que la niegues, no podrás escapar de ella. Por mucho que tu razón se obstine en rechazarla, no lo conseguirás. Tú que pretendes ir más allá de las entrañas y el vómito humano, no lo lograrás, porque te obcecas e insistes en ir al centro de la condición humana y si desciendes hasta el foso de tu infierno te encontrarás con ella. Es la trascendencia, el sentido último de nuestra existencia, la última puerta que se abre ante los hijos del barro, emparentados con las otras fieras con las que compartimos tiempo y espacio. 




Esa dimensión espiritual está ahí, aunque no la tocas ni te dejas caer en ella, te topas contra su realidad invisible y caes de bruces desde el caballo cegado por su incuestionable presencia. No importa que la niegues tres veces o treinta y tres veces: serás vencido por su contundencia y tu intuición, tu sexto sentido te avisará cuando se presente ante ti, buceador en la conciencia, topillo ciego de galerías insondables, lombriz crepuscular de la tierra mojada, termita husmeadora que rumias la esencia de los maderos de tu propia cruz. 




Caerás de bruces contra su evidencia, tú el orgulloso, el soberbio, el que no sabe ni ha aprendido nada, el que se obstina y obceca en lo innegable, el que no ha aprendido hablar la lengua de su estirpe ni la entiende, el que no sabe hablar ni se hace inteligible para sus estupefactos y atónitos semejantes. La más pobre y desvalida de todas las criaturas que se mueven bajo el sol y bebe de las aguas de los ríos sorbiéndola de las cuencas de sus manos, el que come de los frutos de la tierra y, en la noche, cae rendido por el sueño, vencido por el cansancio. El que ama sin atrapar el alma del otro o de la otra y siendo uno, es un extraño para sí y sus semejantes. El transeúnte, el que va de paso, la especie nómada e itinerante.

 

                                                    José Antonio Sáez Fernández.





jueves, 24 de julio de 2025

EL QUE FLUYE

 




Si somos el que va de paso, entonces lo nuestro no es tomar posesión y ocupar sitio. La transitoriedad y el fluir nos definen. Si tomas algo con tu mano, úsalo y devuélvelo a su lugar. Sigue tu camino, pues eres el viandante, el cuerpo in itinere y quien se desplaza, ya que todo está en movimiento y girando continuamente, cambiando su lugar en el espacio. Tú no tiene meta ni destino: tu meta y tu destino son las estrellas bajo el cielo iluminado de la noche oscura. Es la connivencia con los cuerpos celestes lo que te da forma y sentido, mota de polvo interestelar, lágrima que se asoma a los agujeros negros. ¿Qué hacer, entonces, con el amor, si en soledad surcas las galaxias, cada una con su sol y ellas girando en torno a él, atraídas por una fuerza gravitacional que las convoca? ¿Qué sentido encontrar al sinsentido, a la paradoja que lo envuelve todo? Tu mente no está conformada para entender ni tu boca para explicar, sino para morder la fruta y degustarla; tus labios para saciar la sed y tu semilla para plantar el árbol que ilumina el firmamento. Estás ahí, contemplando la bóveda celeste y vas a caer a tierra, envuelto en una marea flotante. Dime si con tus brazos poderosos y con la fuerza de un dios has intentado lanzar los meteoritos para que surquen como ráfagas luminosas el dosel del cielo en la noche cernida sobre tu corazón en llamas. Guarda silencio y cierra los ojos: eres el candil y la tea que alumbra los caminos interestelares, las vías por donde transitan los agonizantes con el rostro cubierto por sus pudores y vergüenzas. Y eres quien navega y se deja llevar por las corrientes del vacío que surcan los mares intergalácticos, porque has de saber que existen y están dentro de ti. Eres el cosmos y estás engalanado de estrellas, de objetos luminosos para servir a otros como tú. Y eres el polvo brillante que se desliza por la pendiente del cosmos. Buen viaje.

 

                                                                José Antonio Sáez Fernández.

 


lunes, 14 de julio de 2025

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

 

"La romería de San Isidro" (F. de Goya)


Porque tenemos que ir aprendiendo a hablar de nuevo y a poner un nombre a las cosas para poder referirnos a ellas y para que tú y yo, que no nos entendemos, podamos comenzar a aclararnos; aceptemos que una vez que llamemos a las cosas por su nombre, sin trampas ni juegos de trileros, podemos iniciar el diálogo, que no ha de ser de sordos, sino de gentes que buscan el acuerdo con su asentimiento, y el bien común en mutua convivencia. Si llegamos al acuerdo de llamar al pan, pan y al vino, vino; no digas entonces que pan es piedra y que vino, agua, porque juegas con las cartas marcadas y buscas la confusión, sino mi aturdimiento y mi fatiga en la comunicación que no está siendo tal. Pongámonos de acuerdo en lo básico, que es llamar a las cosas por su nombre para, a partir de ahí, comenzar a dar los pasos que nos lleven a construir puentes entre tu orilla y mi orilla. Los desacuerdos no se resuelven a base de desencuentros y agresiones, con desconfianza y deslealtad. 


(F. de Goya y Lucientes)


Si en verdad traes voluntad de acuerdo, llamemos a las cosas por su nombre. No me hagas comulgar con piedras de molino. Mi mente está despejada, abierta a los valles poblados de frutales y a las cordilleras nevadas en invierno, no la obstruyas desde tu babel confusa. Dialogar y argumentar es propio de criaturas evolucionadas, como nosotros nos preciamos de serlo. Pero no llegaremos a un acuerdo si uno de los dos no está dispuesto a ello y pretende sacar tajada sobre el otro e imponerse sobre él con su cerrazón y su mente obtusa. Si chocamos nuestras manos, si las apretamos, no traiciones el pacto a que hemos llegado con tanto esfuerzo.

 

                                        José Antonio Sáez Fernández.

 


jueves, 10 de julio de 2025

VOSOTROS Y NOSOTROS


 



Vosotros sois los que otorgáis la cédula de legitimidad, nosotros somos los que la solicitamos. Vosotros dais el pan y la sal o nos lo negáis, nosotros somos quienes pedimos insistentemente a vuestra puerta y tenemos los nudillos rotos de tanto llamar. Vosotros sois los privilegiados, los de arriba, y nosotros los de abajo, los que carecen de lo que acaparáis en vuestras bodegas y almacenes. Nosotros somos los desposeídos del reino y no tenemos patria, vosotros sois los imprescindibles, los insustituibles, los llamados a administrar con equidad las sobras que caen de vuestra mesa y los salvadores de la patria. Nosotros somos carne de cañón, carne de bala, los destinados a las trincheras, esos que van a morir en la primera línea de fuego. 




Para vosotros el reino: comed y bebed, holgaos, haced ostentación del lujo y el dispendio, mientras nosotros bailamos la danza de los andrajosos. Para vosotros palacios y castillos, para nosotros bancos y puentes donde dar acomodo a nuestro malhadado cuerpo, parques que nos den sombra bajo el sol ardiente del verano, árboles inconmovibles, brisa que nos avienta. Vosotros sois los justos desde siempre y heredáis la tierra que fue vuestra, los que juzgáis y condenáis, los que dictáis las normas que nos han de regir. Sois el puente entre el pasado, el presente y el futuro que haya de venir.

Otorgadnos vuestra venia, si es que hemos de vivir para ser útiles o hemos de morir para dejar de ser molestos.

 

                                                            José Antonio Sáez Fernández.




sábado, 5 de julio de 2025

DESHEREDADOS.

 


Llegan arrastrando los pies los despojados de suerte o de fortuna. Llegan sucios y oscuros por la labor cumplida bajo el sol abrasador. Los jornaleros, quienes emigran, los perseguidos, los exiliados, los vagabundos y enfermos, los marginados…Vienen de alguna o de ninguna parte; mas, a nadie interesan. Y vienen, quizá, de allende el mar, huyendo de la guerra que no es sino muerte y destrucción. Los “benditos del Padre”, aquellos para los que “su reino no es de este mundo”, los que mueren aplastados por la vida y bajo el peso de una carga insoportable; quienes conocen el sufrimiento tan de cerca que son ellos mismos el sufrimiento, carne de dolor, llaga que supura. Los sin techo y quienes sienten la mordedura del hambre en sus entrañas, los enfermos y los desarrapados, los que duermen en los bancos del parque, bajo los puentes o en los sembrados que los acogen y abrigan, los alcohólicos, los adictos, los que piden siempre perdón y dan las gracias por nada a cualquiera que no les demuestra repulsión. 




Son tus hermanos, son tus semejantes, son el Cristo ultrajado y escupido que aguarda un Simón de Cirene que le ayude a llevar la cruz por la calle del Calvario en su calvario, o tal vez una mujer que enjugue su rostro del sudor y la sangre que resbalan por él. Son carne semejante a la tuya y su sangre tiene el mismo color que la tuya. Son, sí, los desposeídos de la suerte y maltratados por la fortuna, los que no eligieron ni pueden hacerlo, aquellos que ignoramos y hacemos por no ver; los "Juan sin tierra" y los que no tienen donde caerse muertos. Somos tú y yo, aunque lo neguemos tres o mil veces.

 

                                           José Antonio Sáez Fernández.




domingo, 29 de junio de 2025

EL REGRESO

 

Eladio Begega

 

Cuando hubo crecido la hierba a la altura de sus rodillas, regresó al lugar donde viera la luz primera para morir allí, según había previsto. Toda vida es un ciclo y la suya pretendía cerrar ese círculo. Cuando llegó a la vieja casa, lo primero que hizo fue abrir las ventanas para que entrara el aire en las estancias y se ventilasen. Una pátina de polvo se cernía sobre los viejos muebles y los objetos, como si toda la vivienda hubiese sido estancia de ausencias, únicamente habitada por una desolación de décadas transcurridas infructuosamente. ¿Qué espectros hubieron de haberla poblado hasta su llegada? ¿Qué fantasmas de la memoria iban con él donde quiera que se desplazara, formando parte de su ser mismo o acompañándolo de forma obsesiva, imposibles de negar o rechazar? Un hombre es su pasado, ¿Qué somos si no eso y al presente, pues no hay futuro para quien entiende que no ha de tenerlo?


Eladio Begega


Al salir de nuevo a la calle para que le diera el aire y dejar de respirar ese olor a cerrado que le sugería el mismo aroma a violetas de la muerte, comprendió que nada era lo que fue ni lo sería nunca, que todo había cambiado a su alrededor, que las personas con que se cruzaban no eran las mismas, si es que no habían fallecido para entonces; que las casas, las calles, sólo mantenían el trazado que se les dispuso y venían a dar a plazas donde el bullicio de las gentes discurría entre extraños a los que era ajeno en su devenir ensimismado, aunque muchos eran los que le miraban con el recelo con que se mira a un desconocido. Lo vigilaban de reojo las madres tomando celosamente de la mano a sus hijos, cruzaban los mozos y aprendices con sus recados a toda velocidad, advertidos de su tardanza ferozmente por sus patronos; lucían las muchachas las galas de sus vestidos y reían burlonas de los galanes que no se atrevían a cortejarlas, seduciéndolos con sus atrevidas poses y requiebros que no pasaban inadvertidos.


Eladio Begega


El caminante anduvo paseando hasta el cementerio de la villa y allí se dio en comprobar que el nicho que había adquirido estaba dispuesto para acoger un día no lejano sus restos que habrían de ser transportados en el furgón de la funeraria local. ¿Quién asistiría a su entierro, si carecía de familiares directos que lo hubiesen adecentado y asistido en sus últimos días? Para facilitar esos ingratos trámites contrataría seguramente un ama de llaves que se fuera haciendo a la casa, a él y a sus últimas voluntades. Unos cuidados que habría de recompensar espléndidamente.

Cuando regresaba al pueblo sobre sus pasos notó en sus huesos el cansancio que se adueñaba de él. No obstante, pudo apercibirse de que una anciana enlutada, con pañuelo sobre la cabeza y amarradas sus puntas bajo la barbilla, le seguía a un medio centenar de metros. Hizo ademán de detenerse y ella se detuvo. Prosiguió su camino y lo reinició también ella. Fue entonces cuando se volvió y se dirigió a tan enigmática figura, mientras ella permanecía impasible e incólume en su lugar.


Eladio Begega

-      - ¿Por qué me sigue? –le preguntó él.

-   -¿Acaso no me reconoces? –le respondió ella-. Soy el espectro de tus antepasados que vivieron y murieron en esta tierra. Pero tú decidiste alejarte de ella un día y regresas ahora para morir aquí. Abominaste de mí, renunciaste a los tuyos, maldijiste el día y la hora en que tus padres te hicieron nacer en este solar de tus mayores. Arrepentido, vuelves a mí como quien espera el perdón a tantos errores cometidos que jalonaron su vida de dolor. Aquí hallarás la paz y el reposo que buscas entre el recelo de tus vecinos y la soledad que te acompaña. Plantaremos un ciprés frente a tu tumba, tú lo estercolarás con tu podredumbre y lo harás crecer mirando siempre al cielo. A él vendrán los pájaros en los atardeceres y poblarán su tupido interior de una inusitada algarabía. Y entonces puede que te sientas reconfortado de haber servido para dar cobijo a alguien que se sitúe bajo su sombra en los días ardientes del verano. Y en invierno escucharás el ulular del viento que doblará tus ramas con su insistente empuje. Este es un lugar para la soledad y dar reposo a tus malhadados huesos.

-     - Ya estoy preparado para recibir mi última morada. Sé tú quien me guíe hacia ella, pues me dispongo a adentrarme en su habitáculo, hecho a mi medida.

-      - Sea, pues –dijo el espectro-. Descansa. Reposa tu cabeza sobre este lado. Duerme.

 

                                               José Antonio Sáez Fernández.

                                                       29 de junio de 2025.