Si
somos el que va de paso, entonces lo nuestro no es tomar posesión y ocupar
sitio. La transitoriedad y el fluir nos definen. Si tomas algo con tu mano,
úsalo y devuélvelo a su lugar. Sigue tu camino, pues eres el viandante, el
cuerpo in itinere y quien se desplaza, ya que todo está en movimiento y girando
continuamente, cambiando su lugar en el espacio. Tú no tiene meta ni destino: tu meta y tu
destino son las estrellas bajo el cielo iluminado de la noche oscura. Es la
connivencia con los cuerpos celestes lo que te da forma y sentido, mota de
polvo interestelar, lágrima que se asoma a los agujeros negros. ¿Qué hacer,
entonces, con el amor, si en soledad surcas las galaxias, cada una con su sol y
ellas girando en torno a él, atraídas por una fuerza gravitacional que las
convoca? ¿Qué sentido encontrar al sinsentido, a la paradoja que lo envuelve
todo? Tu mente no está conformada para entender ni tu boca para explicar, sino
para morder la fruta y degustarla; tus labios para saciar la sed y tu semilla
para plantar el árbol que ilumina el firmamento. Estás ahí, contemplando la bóveda
celeste y vas a caer a tierra, envuelto en una marea flotante. Dime si con
tus brazos poderosos y con la fuerza de un dios has intentado lanzar los meteoritos para que surquen como
ráfagas luminosas el dosel del cielo en la noche cernida sobre tu corazón en
llamas. Guarda silencio y cierra los ojos: eres el candil y la tea que alumbra
los caminos interestelares, las vías por donde transitan los agonizantes con el
rostro cubierto por sus pudores y vergüenzas. Y eres quien navega y se deja llevar por
las corrientes del vacío que surcan los mares intergalácticos, porque has de
saber que existen y están dentro de ti. Eres el cosmos y estás engalanado de
estrellas, de objetos luminosos para servir a otros como tú. Y eres el polvo
brillante que se desliza por la pendiente del cosmos. Buen viaje.
José Antonio Sáez Fernández.
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