domingo, 17 de mayo de 2015

LOS ESTADOS TRANSPARENTES.




   Y si de pronto en la noche sientes que se ha encendido una luz, y que esa luz está dentro de ti, que es como un estado de transparencia en que tus pensamientos se esclarecen y se llenan de sentido, que se han abierto las compuertas interiores y la luz lo inunda todo: lo de dentro y lo de fuera, lo que está en ti y lo que está en los otros... Entonces comienzas a ser un bienaventurado porque empiezas a entender el mundo y a entenderte a ti y porque ya eres como un libro abierto que ilustra y alecciona a cuantos requieren de él su lectura. Puede que nada o muy poco hayas hecho tú por merecer tal bienaventuranza y la sabes como una concesión que se te ha hecho, como una oportunidad que se ha otorgado para que entres en armonía con el mundo, contigo mismo y con tus semejantes. 
   Sólo esa lucidez te salva en medio del caos que te rodea y sientes que has sido llamado al servicio y las necesidades de los otros. Esa concesión es el resultado de una larga travesía por el desierto en la que bien pudieras haber empeñado lo que ha sido tu vida entera hasta el momento, y has pasado como de estar en la penumbra a salir al sol y que su luz te deslumbre. Una vez que entra en ti esa luz y eres dueño de su transparencia, sientes que has de dosificar su intensidad y la intensidad de su desvelamiento, tal es la carga de su fuerza y la debilidad física nuestra para poder digerir la trascendencia y el gozo de lo desvelado. Eres entonces como el recién nacido que abre sus ojos a la vida y eres también el niño que despierta su curiosidad por todo aquello que le rodea. Y sientes también una infinita de necesidad de proclamar y compartir cuanto te ha sido dado, que es mucho y te sobrepasa. Te preguntas: ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? Y no cabe en tu corazón más que humildad y gratitud. Sólo estos dos sentimientos que están en ti, que nacen de ti como un hontanar de transparentes y fecundas aguas cristalinas. 
   Desde ese mismo instante en que eres consciente de cuanto te ha sido conferido, dejas de ser quien fuiste y eres ya otra persona, aunque tú te reconoces y los demás empiecen a observarte con cierta curiosidad y desconcierto. Miras de otra manera, dices de otra manera, actúas de otra manera; a veces desconcertante, a veces incomprensible, causando cierta perplejidad y asombro. Y caminas en medio de todas las criaturas con una mirada de amor inconmensurable, sintiendo que te crece ese amor por dentro y que dispones de una carga de amor que te sobrepasa y que has de ir repartiendo.


                                                                                       José Antonio Sáez Fernández.


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