lunes, 25 de mayo de 2015

EL RESPLANDOR.






   ¿Qué luz es esta luz? ¿Y de dónde proviene? ¿Qué hay que la origine? Andaba a tientas por las aceras, palpando con la mano izquierda, mientras con la derecha tentaba con la varilla, golpeando levemente a diestro y siniestro. El ciego se hacía acompañar por un perrillo del que no podía separarse y que le hacía las veces de lazarillo. En su muy menguada hacienda, era también el animalillo la única compañía que poseía. Pero ¿qué luz era aquella que creía intuir, si no ver, la cual lo impulsaba a continuar dirigiéndose, irresistible pero irremediablemente, hacia su encuentro? Más que una luz, un resplandor semejaba.
   Cubría sus desgarradas pupilas con unos anteojos redondos y oscuros, y las gentes le cedían el paso cuando con ellas se cruzaba. Tiraba de él el chucho, que tensaba la cadenilla amarrada a su cuello, e iba el ciego caminando un tanto apresurado, como urgido por alguna necesidad. Así anduvo de acá para allá, sin entender a dónde se dirigía, apremiado por el perrillo, detrás de aquel resplandor desconcertante que lo llamaba y lo atraía hacia sí. Con ello vino a dar bajo un puente que se encontraba a las afueras de la ciudad y se cobijó bajo su sombra para recuperar el resuello. Sentado ya, aliviados sus pies y el sofoco, con el perrillo dormitando en su regazo, dio en aliviar su garganta con un trago de vino de la bota que le colgaba del hombro. El resplandor continuaba surgiendo de su propia oscuridad y se sentía verdaderamente inquieto, de manera que llegó a preguntarse si no tendría alguna alucinación fruto de su cerebro o de algún desconocido mal que lo aquejaba.
   Atardecía, y llegó después la noche cubriendo de tinieblas los alrededores. Todo yacía inmerso en la oscuridad, excepto aquel resplandor que lo atormentaba. Fue entonces cuando comprendió que aquella luz provenía de su propia alma, que aquella luz era su propia luz, una luz que sus ojos no podían vislumbrar pero que albergaba en su interior. Era tal su intensidad, y tan espesa era, que invitaba a zambullirse en ella, a embriagarse en ella, a saltar de gozo sobre ella, a dar brazadas y a soltar alaridos en una suerte de dulce locura. Entendió que era la luz de los que no tienen luz, y que era la luz de los justos, de los desposeídos y los bienaventurados. Pues a muy pocos les es revelado ese resplandor que algunos hombres llevan en su interior hasta trasparentarlos ante sus semejantes.

   
                                                                  José Antonio Sáez Fernández.



1 comentario: