domingo, 26 de febrero de 2012

La segunda época de la revista "Batarro" (VIII).




Dos años de preparación costó el número 8-9-10 de la revista, al que titulamos "Vigencia de Miguel Hernández" y que publicamos en el año 1992, con motivo de la conmemoración del cincuentenario del fallecimiento del poeta oriolano en el Reformatorio de Adultos de Alicante, a consecuencia de una tuberculosis pulmonar contraída en prisión. Lo presentamos en el Aula de Cultura de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, en Orihuela, con notable éxito.
   Yo preparé esta edición y, en la presentación de la misma, me referí al flaco servicio que prestaban, para una valoración equitativa de su obra, los apasionamientos, las banderías y la utilización partidista que hasta entonces había venido produciéndose de la figura del poeta. Entendía que Miguel Hernández era un poeta universal y que, por conseguiente, su obra formaba parte del patrimonio universal. Destaqué su figura de intelectual comprometido con la España republicana del momento, su actividad en la lucha fratricida, la nobleza de sus ideales y su vinculación con el drama de su país, del que fue víctima. Su obra, truncada cuando apenas el poeta contaba con 32 años de edad (1910-1942), es un ejemplo de indudable valor ético respaldado por unos ideales y por los hechos históricos que obligaron a definirse a los intelectuales de aquellos años trágicos, los cuales suscitaron tanto apasionamiento y tanta radicalidad en las posturas. Las circunstancias de la España de 1992 no eran, evidentemente, las de la Segunda República, ni aquéllas que tocaron en suerte a Miguel Hernández; por ello me pareció oportuno expresar lo siguiente: 

   En "Batarro" defendemos que el compromiso del intelectual en la España de hoy debe estar vinculado, únicamente, a su propia conciencia y a la verdad. Defendemos, de igual modo, la libertad y la independencia del intelectual; porque sólo a partir de la propia conciencia, la libertad y la independencia puede adoptarse una postura crítica frente al poder establecido y el mundo que nos rodea. Pues la verdad no es dogmática ni patrimonio exclusivo de ningún ser humano o grupo.
   El escritor, el intelectual en general, debe ahondar en las simas de su conciencia, estar muy atento a la realidad de su tiempo para, utilizando la razón como instrumento, aportar fórmulas, parcelas de verdad que contribuyan a configurar como más justo, más equitativo y humano el mundo en que vive, su propia vida y la de sus semejantes.


   Un retrato del poeta oriolano, realizado por el pintor alicantino Francisco Díe -quien dibujara también aquel rojo gallo que figura en la portada de los números de "El Gallo Crisis", la revista de catolicismo positivo que dirigió Ramón Sijé-, nos fue cedido por el abogado oriolano don Antonio García-Molina, y con él iniciamos esta entrega de homenaje a Miguel Hernández. Las ilustraciones que delimitan las distintas secciones de poesía, testimonio y ensayos en que se estructura el número son del pintor oriolano Rafael Bascuñana, que venía colaborando con nuestra publicación ya desde entregas anteriores.
   Dieciséis poetas firman las colaboraciones líricas que incluimos: Aureliano Cañadas, Santiago Castelo, Julio Alfredo Egea, Miguel Florián, Manuel Gahete, Carmen García Bellver, Diego Granados, Andrés Mirón, José Luis Morante, Carlos Muñiz Romero, Antonio y Carlos Murciano, Ramón Pérez Álvarez, Jesús Poeveda Mellado, Armando Rojo León y Fernando de Villena.



   En la sección de testimonios dimos a conocer seis trabajos inéditos: "...Y también hace cincuenta años (Con un apéndice documental: Carta de Justino Marín, Gabriel Sijé, a Ramón Pérez Álvarez)", de Antonio García-Molina Martínez; "Pablo Neruda-Miguel Hernández. Un documento confidencial particular (Contiene el Informe Confidencial de Darío Carmona:"Miguel Hernández, poeta español, preso en la España de Franco)", de Jesucristo Riquelme; "Una carta inédita y un texto en prosa", de Manuel Molina; "Una revista <<pobre>>, editada por humildes poetas: Silbo, de Orihuela (1936). Con el apéndice documental: "Dos premios Nobel en Silbo", de Ramón Pérez Álvarez; y, finalmente, "Variantes formales, textuales y de interpretación en una carta de Miguel Hernández a Ramón Sijé", de José Antonio Sáez Fernández.


 
En la tercera parte, la de ensayos propiamente dichos, publicamos doce trabajos firmados por Manuel Cifo González, quien se ocupa de analizar los paralelismos entre el teatro de García Lorca y El labrador de más aire, de Miguel Hernández; el catedrático de la Universidad de Murcia Francisco Javier Díez de Revenga comenta algunos detalles del libro de Juan Guerrero Zamora Proceso a Miguel Hernández. El Sumario 20.001 (publicado por editorial Dossat en 1990); Pedro M. Domene analiza la bibliografía más representativa sobre el poeta oriolano; Francisco Esteve, presidente de la Asociación de Amigos de Miguel Hernández, firma "Hacia una culminación definitiva de la obra hernandiana"; Leopoldo de Luis analiza la simbología frutal del limón y la manzana en la lírica del oriolano, mientras que Manuel Muñoz Hidalgo estudia el tema de Dios en su poesia y el también profesor de la Universidad de Murcia, José Muñoz Garrigós, pone una nota introductoria a un texto de Ramón Sijé. Seguidamente, el escritor onubense José María Padilla Valencia glosa la Elegía de Hernández a su amigo; el poeta de Elda Antonio Porpetta suscribe el trabajo titulado "Miguel Hernández, memoria que no cesa" y Vicente Ramos se refiere a la figura del poeta en la aurora de la República. Finalmente, el sevillano Javier Sánchez Menéndez le dedica su homenaje y Concha Zardoya se refiere a los valores cromáticos de la poesía hernandiana. También en esta ocasión, el autor del excelente collage de portada fue el escritor e impresor malagueño Francisco Peralto.





Poemas de José Luis Morante en el número 8-9-10 de "Batarro":

TRÍPTICO A MIGUEL HERNÁNDEZ.



                         A Miguel Hernández, en el cincuentenario
                         de su muerte.
        
                           
                                     ... CON TRES HERIDAS YO


                                 I
                     LA DE LA VIDA


Son las más de mis noches
trozos de pan sobre el mantel dispersos,
volúmenes frutales convexos, como puños;
platos sucios y vasos
marcados por la sed del hastío;
son las más de mis noches
el aleteo incorde de un insecto
oficiando en los ritos
de una desolación concelebrada,
y otros tantos cigarros sepultados
en la fosa común del cenicero;
son las más de mis noches
como ríos agostados de sangre.
Y hablo de nuestra sangre: impune
un tiempo amorfo la evapora.


                              II
                    LA DEL AMOR

Y vienes tú, y resulta tan fácil
descolgar del armario, ahora sin llave,
una impoluta risa de domingo,
enjalbegar de blanco espeso la impotencia,
abrir los ojos y olvidar en el vientre
vacío de la noche
el bulto flácido de esta enorme tristeza,
como si fuera un acto ingenuo,
un gesto repetido y cotidiano,
el instante propicio de arrojar sus despojos
al desván del olvido,
o envejecidos trastos.
Tu liviana presencia
calcina mi pasado y me recrea.



                                                                         III
                                                           LA DE LA MUERTE
                    

                                    Tampoco dramatices... Puede que sea la muerte
                                    ejemplar funcionaria, en una sucursal
                                    del Retorno Imposible -frágil de aspecto,
                                    linfática, miope,
                                    el pelo ceniciento y abrumada la espalda
                                    por días laborables-
                                    que anocheciendo torna a su buhardilla,
                                    lejana como un faro, en la desolación de los suburbios.
                                    En su pequeña estancia se despoja
                                    del oscuro uniforme, toma una ducha fría,
                                    sorbe algún refrigerio y, ya en la cama,
                                    se obstina en resolver un crucigrama extraño
                                    que comenzara en el cincuenta y seis,
                                    justo en la fecha de mi nacimiento.
                                    En aquel se entrelazan múltiples sustantivos,
                                    tiempos, definiciones, evidencias, sucesos...
                                    Se van llenando espacios
                                    y un día queda el último: es mi nombre.
                                    La muerte, satisfecha, va cerrando los ojos,
                                    la vence un sopor dulce;
                                    mi vida, el crucigrama, está resuelto.

                                                       José Luis Morante.















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