miércoles, 29 de abril de 2015

DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS (VI).





26.

El escriba sentado. Ese hombre semidesnudo, de evidentes rasgos egipcios, me habla desde la autoridad que le otorgan sus tres mil años de antigüedad. Y me dice que escribir es un saber mágico y milagroso. Que el escriba es un hombre respetado en la corte y que la escritura tiene ambiciones de eternidad, pues permanece como él, inalterable, a lo largo del tiempo. A su lado quisiera estar sentado, pero lo contemplo de pie.



27.

La música te transporta. El sonido te eleva hasta hacerte semejante al pájaro. La música te abre las alas y las bate en el aire. Sus notas extraen lo mejor de ti y te resultan reveladoras. Mira que la música te roza y te empuja a caminar en el vacío. Ya tienes los pies ligeros y puedes andar sobre las aguas. Eres la vela y el mástil y el mascarón de proa. Eres la indeleble melancolía de los violines. Eres la sublime tristeza del Apocalipsis. Eres la perla y la lágrima: la perla oculta en la cuenca de la mano y la lágrima que compite con ella, esa del corazón lastimado por el desamor.



28.

Se me han ido los pájaros que me nacían de los dedos. Ya no siento el roce de sus alas en la piel de mi cara, abanicándome.Yo ya no soy de los pájaros, ni son míos los pájaros. Este lugar es el manicomio de los pájaros que anuncian su orfandad y es mi más irreparable desesperación, mi más absoluto desamparo, mi más íntima muerte. Es el corazón de las ausencias y el apeadero desierto por donde deambulan tan solo los espectros nocturnos que me rondan.



29.

Hiéreme con el roce de un vilano. Atraviesa mi alma con el plumoncillo de un pichón que apenas si ha abierto sus ojos a la luz del mundo. Deja que pase el aire a mis pulmones y que sea como la amenaza de una espada en alto. Mira esa mota de polvo que me desgarra la piel expuesta a los rayos de este inclemente sol en llamas. Adentra tu lanzada de luz en mi interior y déjame seriamente lastimado, pues convengo en que todo hiere al ser diáfano.



30.

El que dice tener el pecho de amor muy lastimado. El que hunde sus manos en el agua como si se las sajaran. El que abandona sus ojos en la superficie para que floten a la deriva de las olas. El que lanza al aire los suspiros hasta conmoverlo. El que enternece a las flores con un vals en la víspera, cuando la luz se muere en sus pupilas. El que se desangra con sólo presentir que su espíritu está convaleciente por todo el desamor del mundo. Ese que va y se va. Ese ser que no soy.


                                                                        José Antonio Sáez Fernández.




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