miércoles, 22 de abril de 2015

DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS (II).






6

¿Oyes los latidos de mi corazón, esclarecido arcángel que me rodeas con los brazos hercúleos que me sostienen? Da aire a tus alas extendidas, bátelas como el águila majestuosa que, soberbia, remonta su vuelo sobre cárcavas y alcores oteando su presa. Ven y dime al oído si soy yo aquella a quien prefieres de entre todas las que te buscan perfumando su cuerpo con los aromas traídos por las caravanas que llegan del oriente. Dime si andas tras mis pasos, tal y como el neblí que, aferrado al puño duro en que posa sus garras, impulsado en el aire, se remonta al cielo e inicia la caza de amor, que es de altanería. Confíame, en secreto, si eres tú para mí o si soy yo para ti, pues los dos somos uno en el férreo espacio en que me anudan tus brazos. Ah, tus labios de frutas...


7

Pon todo tu corazón y toda tu alma en lo que haces. Pon todo tu amor en cuanto te ocupa. Créetelo y harás brotar, como Moisés, agua de la roca. Y en tus ojos, y en los de tus semejantes, verás brillar una atisbo de luz indescriptible.



8

Pon una chispa de magia en tu vida. Da alas a tus sueños. Deja que la felicidad penetre en tu ser, al menos por un instante. Convéncete de que eres un ser privilegiado. Respira profundamente. Deja que tu pecho se esponje, inundándolo de aire. Cierra los ojos y desea fervientemente algo a lo que verdaderamente aspiras. Mírate a ti mismo. ¡Eres, en esencia, un bienaventurado!



9

De la sana curiosidad nace el anhelo en el saber: aquella que busca dar respuesta a los interrogantes que plantea el devenir humano. Del no conformarse con la evidencia y buscar en las raíces las causas últimas de cuanto acontece. A las respuestas debes llegar tú en soledad, aunque algunos de tus semejantes puedan acompañarte en el camino. Toda respuesta es un hallazgo y la satisfacción de haber alcanzado la verdad no tiene logro equiparable.



10

“Si volviera a vivir mi vida –dicen algunas gentes-, no incurriría en los mismos errores que cometí”. El sabio es consciente de que ha vivido la única vida que le era posible. Y de que, si erró, fue sólo en cuestiones no esenciales derivadas del azar y no de su libre albedrío. No obstante, es posible que la vida no nos proporcione tantas certezas como demandamos de ella y que sea cada cual quien deba decidir si fue mayor el número de sus aciertos que el de sus errores.



                                                                 José Antonio Sáez Fernández.






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