lunes, 6 de abril de 2015

GUÍA DE PERPLEJOS (XIV).






SURA SEXAGÉSIMO SEXTA.

Mirarán al que atravesaron. Alzado en el aire está para su escarnio y mío, expuesto a las miradas resentidas que odian la dicha de quienes aman y son correspondidos. Vedlo ahí, alzado en el madero, sin entender muy bien por qué ese ensañamiento con su cuerpo desnudo, exhibido para escarmiento de no se sabe quiénes. No hay ningún motivo ni causa alguna que justifique tamaña agresión, ni tampoco razón en que argumentar el ensañamiento con el pacífico. Mas, ay de aquel que gastó su crueldad con el cuerpo exhibido manifiestamente en desamparo y se envileció hasta rebajarse al nivel de las bestias enloquecidas!


 SURA SEXAGÉSIMO SÉPTIMA.

Tejió para mí una guirnalda con el color y el aroma de las flores en primavera. Vino hasta mí y la colocó alrededor del blanco cuello reclinado. ¡Y qué hermosa se veía, pues deslumbraba al sol y ante los ojos de quienes la admiraban! De ese modo, me tomó de las manos e iniciamos la danza. En sus brazos me conducía y yo me abandonaba y me dejaba hacer al ritmo de la música. Allí me percaté del zafiro de sus ojos marinos, de las turquesas que irradiaban luz, mientras me transportaba en ellos como en una barcaza en que remaban sus brazos vigorosos, tal los de un titán.


SURA SEXAGÉSIMO  OCTAVA.

Me he quedado solo frente a la tormenta y me he sorprendido a mí mismo luchando contra ella. En el fragor de la batalla, te llamé y acudiste; aunque yo no te viera; pues que sobreviví a su ímpetu devastador. Ella me envolvió en su vorágine y vine a dar sobre la arena de la playa, empujado por las olas. Ignoro con qué fin urdiste mi naufragio ni con qué otro fin mi salvamento. Sólo sé que deambulo por la arena y que las huellas de mis pies descalzos van quedando impresas sobre ella.


 SURA SEXAGÉSIMO NOVENA.

Si el hombre pudiera al menos vislumbrar para qué su vida, con qué sentido viene o qué objeto tiene su llegada a este mundo. Cuesta trabajo creer que todo sea por el azar, esa rueda de la fortuna que gira y gira sin detenerse hasta que te toca el turno y se repliega para enlazarse en el rescate de todos los que no existen y aguardan con impaciencia su oportunidad. Estaría en nuestra mano, entonces, conceder u otorgar la vida, cuando según parece, no somos sino meros intermediarios en la concesión de la misma.


SURA SEPTUAGÉSIMA.

Vendado, que me has vendido. Ay, corazón, cómo me has entregado a la afilada lengua y al gentío. Yo he salido a las calles a buscarte, a pesar del escándalo de las gentes que murmuran y he arrastrado mi nombre por honor al tuyo. No he reparado en mi fama por el amor de mi alma y la pasión que me domina. Si tú me hubieras dejado curar las llagas de tus manos y yo hubiera besado las plantas de tus pies donde las clavos fueron… Si yo hubiera acudido al sepulcro y hubiera visto el rodar de la piedra que cubre su entrada, te estaría aclamando aunque peligrara, ciertamente, mi vida.


                                                                    José Antonio Sáez Fernández.



No hay comentarios:

Publicar un comentario