miércoles, 15 de enero de 2014

ROSA DE ESCARCHA.







Avanza el invierno en el corazón desarropado de las gentes. Va entrando como el viento helado por las rendijas de las ventanas, sin pedir permiso y alojándose en ellos como inoportuno huésped. Hiela las almas y las arroja a un páramo baldío donde la soledad demanda su tributo. Se encoje el corazón, el alma se disipa en una densa niebla que adormece. Te has quedado vacío, cántaro que resuena en el eco de la noche constelada, tambor en la tormenta, imagen que se disipa...Guárecete aquí, entre mis manos cálidas, protégete del frío, avecilla que al alba despiertas a los enamorados envueltos en el calor de las sábanas. Yo te vi, alada flor del gélido viento, posándote como una mariposa de bellisimas alas desplegadas, estirando su espiritrompa. Te vi sobre los nenúfares y entre los rododendros, tras de los girasoles y oculta a miradas ajenas; mas no así a la mía. De tus ojos me fui y ando buscándolos.
Ve al invierno de largas y canosas barbas, el de lacios cabellos níveos. Este hidalgo anciano que se despliega como los comensales en la gran cena inmensa de la boda solemne. Su porte magnífico, su andar pausado pero aún erguido sobre su armazón óseo, como el orgullo. Ve pasar al invierno, sus helados dedos en la ventisca, los copos de sus labios en un extenso réquiem de los besos difuntos. En el túmulo de los oferentes, frente al ara del sumo sacerdote, bajo el altar de los sacrificios y en el tiempo de los indultados. Velo pasar y deslizarse sobre el lago helado de los cisnes, bajo el arco de un puente, mendigando los lotos que se llevara la corriente del río, lentísima y monótona. Abrázate a su cuerpo y declárate a él como aquella joven de doradas trenzas peinadas al abrigo de un añorado sol en retirada.
Despliega el guerrero su alfanje amenazante sembrando de hielo la luz nueva. Azulados carámbanos alertan el alba de los insomnes, invocan la nostalgia de los días perdidos y anhelan el regreso de los últimos pájaros. En la quietud, las nubes alargan su estatura sobre el firmamento inmóvil. Todo se ha vestido de blanco. Así la novia y el luto y las paredes encaladas de los pueblos desiertos. El invierno te besa con sus labios gélidos y humea en tu cálido aliento. Amontona la nieve como un enterrador y se dispone a sepultar el cuerpo de los amantes fugitivos que no alcanzaron a ver la primavera.

                                             
                                                                   José Antonio Sáez Fernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario