lunes, 27 de enero de 2014

SALÓN DE INVITADOS.





¡Qué misterio el de la vida y el del azar que nos trae a este mundo! Frutos fortuitos de una concepción aleatoria, abrimos los ojos a la paradoja que supone la maravilla, la magia del escenario a que llegamos y al que somos arrojados entre lágrimas y esfuerzos desgarradores. Somos totalmente dependientes de los demás y ese desvalimiento de la cuna ha de continuar hasta el desenlace final. No hay criaturas más frágiles, más desamparadas que los seres humanos y sus necesidades apremiantes: la primera de ellas, el hambre; la segunda, quizás, la necesidad de afecto. Ante el dolor, no hay escaramuza posible. Somos el varón de dolores. El sufrimiento forma parte de nuestro ser y de nuestra condición ineludibles. Seres del dolor y de esa gratificación que llamamos felicidad. Tras solucinar las necesidades vitales, el ser humano se proyecta hacia el amor, formando parte este mismo de esas necesidades esenciales. La necesidad de afecto nos proyecta al universo y nos convierte en seres con aspiraciones a superar sus propias limitaciones. Nada como el amor muestra al desnudo nuestra fragilidad y nuestra dependencia de los otros. El reconocimiento de esa dependencia no resta credibilidad a la dignidad, a la grandeza y a la miseria de estos animales sugerentes que caminan alzados sobre sus pies y cuya evolución hizo erguir su espalda, desarrollar su capacidad craneana y comunicar sus emociones a través del lenguaje.
Desembocar en este mundo, tener la oportunidad de expandir nuestros sentidos para captar la belleza y la fealdad, el dolor y la dicha de la realidad que nos envuelve, aspirantes al fin y al cabo, náufragos de la felicidad, son sensaciones que provocan en nuestra alma sentimientos e intuiciones tan contradictorios que se nos va la vida en el intento de entender meridianamente el viaje en que andamos inmersos, ese que iniciamos al tiempo de nacer y que finalizamos en el instante mismo de nuestro óbito. Ahí van las naves de los desvalidos, de los desamparados orgullosos de su nombre, aquellos que se sientieron como dioses eternos en un instante de dicha y, embriagados en su desmesura, quiseran perpetuar el gozo del momento que, apenas sido, parte es de la memoria. Allí van, tan perdidos, tan aturdidos, siempre pesarosos y afligidos, buscándose a sí mismos, corazones solitarios en la noche del desamor, dormitorio de ausentes, mendigos de la caricia y el afecto, gigantes de la lágrima. Yo soy uno de ellos y voy de su mano, comensal de su mesa, invitado menor del sueño de la vida.


                                                                             José Antonio Sáez Fernández.

2 comentarios:

  1. Quizás si tratasemos de estar "presentes" en el único tiempo que se nos ha dado vivir ("el aquí y ahora") nos permitiese vivir con plenitud y maravillarnos de cuanto nos acontece. Educados en la idea del trascurso del tiempo solemos vivir más en el recuerdo o en la proyección del futuro que en el recurrente instante, en donde trancurre únicamente nuestra "existencia". Ni el pasado, ni el futuro es. El ser reside solo en el ahora.
    De todas formas tus reflexiones están llenas de esa delicada reflexión que ha todos nos corresponde personalmente desentrañar. Te felicito.
    Abrazos.

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  2. Gracias por el oportuno y esclarecedor comentario. Un abrazo.

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