viernes, 24 de enero de 2014

VAE VICTIS.



"Venid, vencidos de mi padre. Para vosotros es el reino que he labrado en la tierra"-dijo en voz alta, mientras se alejaba dejando tras de sí el aura de una estela fugaz. Era el maestro y su voz traía consuelo a los desesperados, lágrimas a los ojos de los derrotados, brillo al rostro de los humillados... Me encontré con él y desde entonces no he podido hacer otra cosa que contar cuanto he presenciado: yo vi su rostro entre los maizales. Iba descalzo y los guijarros no herían, incomprensiblemente, las plantas de sus pies desnudos. Fue allí, junto a la fuente de aguas claras, en el cercano desierto, cuando aquella joven se le acercó y derramó a su paso el costosísimo perfume que atesoraba, para después rendirse ante él y limpiar con sus cabellos el polvo de los caminos que se les había impregnado. La increpaban algunos y otros quisieron apedrearla, pero el maestro se volvió hacia ellos y les dijo:
- Criticáis a esta mujer afirmando que con el dinero que ha gastado en el perfume podría haberse dado de comer a muchos hambrientos; pero ella ha querido verterlo sobre mí y os ha escandilazado. Aun viendo cuanto ha sucedido ante vuestros ojos, no habéis entendido nada. Y yo os digo que ven más en la oscuridad y a plena luz del día los ojos sellados de los ciegos que vuestros propios ojos.
Nadie se atrevió a replicar al maestro. Enmudecieron quienes habían murmurado contra la joven de largos cabellos que emulaban las más preciadas sedas de Persia y de la India. A otro día, llegaban al lugar las gentes venidas de muy lejos e iban tomando aposento sobre la fría y dura tierra con la esperanza de escucharle. Todos aguardaban el momento y algunos llevaban días sin probar bocado. Los que conservaban unos mendrugos de pan los compartían con quienes nada tenían que llevarse a la boca. Se acercó entonces él, rodeado del grupo de sus más cercanos y, en viéndolos, los miró con dulzura y exclamó:
- "Venid a mí los que sentís acosados, maltratados y bapuleados por la vida o por las injusticias de los hombres. Venid los que os sentís desalentados, burlados y estafados por vuestros semejantes, porque vosotros heredaréis el reino que edifiqué en la tierra. Alzad vuestra mirada porque vuestros son el ahora y el mañana. ¡Ay de los vencedores! Poque su corazón está podrido y ellos nunca conocerán la dignidad de la derrota". Un desesperado se arrastró hasta él y quiso tocar sus vestiduras. Dicen que, en ese instante, sintió gran alivio en su corazón y que vieron salir de su pecho, remontándose en el cielo, al pájaro negro de la angustia.


                                                                                    José Antonio Sáez Fernández.

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