sábado, 11 de junio de 2016

PÍFANOS Y CLARINES PARA UNA DESPEDIDA.




   Uno sabe que va perdiendo interés por todo lo que le rodea y que ya no puede mantener la atención sobre todo aquello que lo apremia. Uno entiende que los sentidos comienzan a no responder como antaño lo hicieran. Y comprende entonces que su tiempo ya no es tan suyo, sino que va siendo de otros que aguardan tras su paso. Siempre supo que lo nuestro era fluir, ser sólo tránsito y que no hemos venido aquí para tomar asiento. Pero quizá ahora sí va necesitando que alguien le diga: "Pase usted y tome asiento". Uno entiende que todo va quedando atrás y que requiere volver la cabeza para reconocerse, porque el futuro se acorta y va poniendo límites a lo por venir. Uno es consciente de su fragilidad y su vulnerabilidad, y los demás observan. Ya sólo aspira a que le permitan marcharse con dignidad. No pide reconocimiento ni tampoco gratitud: sólo que le dejen el paso libre, sin zancadillas que le hagan tropezar y caer para regocijo y entretenimiento de desocupados, ya que estima ridículo considerarse merecedor de envidia alguna. Uno quiere irse sin hacer ruido, tal y como llegó, con su dignidad como único equipaje, con sus fracasos como los de cualquier ser humano, con su tristeza acumulada, con su melancolía por no haber encontrado respuestas que lo reconforten en su despedida, casi sin ninguna certeza que llevarse a las mientes, en pleno desconsuelo, con su escepticismo sobre la bondad del ser humano y su certidumbre en el desasosiego. 
   A vuelta de los años, sabes que te has dejado la piel en el intento, como casi todos; haces balance y te dices: "Bueno, he cumplido. Estoy en paz conmigo mismo y con mis semejantes. No tengo nada que recoger para marcharme. No tengo nada que llevarme. Todo se queda aquí o va por ahí, en el viento, por las carreteras y los caminos de la vida". Valoras más que nunca el perdón y la misericordia. Los suplicarías para ti, si hiciera falta. Pides indulgencia para contigo, como tú crees que la tuviste para con los demás. Temes al juez implacable que juzgue tu  proceder interpretando la ley con el rigor exigible. Alegas que, cuando se trata de seres humanos, ha de procederse siempre con especial benevolencia. Que alguien tenga piedad de ti y sostenga tu brazo para mantenerte en pie mientras seas capaz de ello. Que alguien acuda en tu auxilio cuando lo necesites. Y bendices anticipadamente a quien esté a tu lado a la hora de tu tránsito para ofrecerte consuelo y cerrar tus ojos, si es que se resisten a dejar la luz.


                                                                              José Antonio Sáez Fernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario