sábado, 6 de febrero de 2016

MÁSCARAS. MARTES DE CARNAVAL.



   Cuando nos levantamos, nos ponemos la máscara. La llevamos todo el día puesta, hasta que nos despojamos de ella al acostarnos. Para dormir no la necesitamos. Andamos todo el día de acá para allá con la máscara puesta, incorporada a nuestro ser y actuar, porque todo está reglado y convenido. Tú también tienes tu máscara y, aunque quisieras, no podrías desprenderte de ella ni renunciar a ella. Es la que te han adjudicado y es de la que tú te has provisto para resguardarte de la intemperie, para no exponerte, para no ir desprotegido, para no andar desnudo por la calle y con las vergüenzas al aire. No salgas a la calle sin tu máscara puesta o, de lo contrario, irás haciendo el ridículo, pues nadie te tomará en serio. Resulta evidente que para andar en sociedad es necesario recurrir a la máscara que nos ubica en el mundo, que nos da legitimidad y por la que podemos desempeñarnos en nuestras relaciones con los demás. 


   En "el gran teatro del mundo" se nos asigna un papel. Era necesario que todos representáramos un papel en la comedia a veces, en la farsa las más de las veces o en la tragedia demasiadas veces. Representemos convenientemente nuestro papel. Ve que yo soy arlequín y tú polichinela, ve cómo llora arlequín y que polichinela te hace reír. ¡Qué ocurrencia! Resulta chocante. Quien reparte el papel, reserva para sí y los suyos la mejor parte. "Para los demás: días de garrafa; para mí y los míos -se dice-, días de vino y rosas". 


   La máscara es como nuestra segunda piel: nos sentimos identificados con ella porque, de lo contrario, no seríamos aceptados en sociedad. Ella nos resguarda y con ella nos sentimos protegidos. También podemos jugar nuestra suerte en el papel de ser auténticos e ir por la vida a lomos de un corcel, lanza en ristre, con armadura y vacía de barbero, defendiendo a los desprotegidos, a los condenados a no llevar máscara. En la puerta de la catedral, sobre los muros de la soberbia alcazaba, en la residencia del gobernador había colocado un cartel que decía: "¡Ay de los que no llevan máscara! ". Así que pasamos la vida intentando representar nuestro papel, protegidos por la máscara. Algunos hasta intentan ridiculizar a otros colocándose ocasionalmente la máscara ajena en el carnaval injusto y desigual de la vida.


   Pan y circo: démosles a las gentes días de jolgorio. Beban hasta hartarse. Resbale el vino rojo por las comisuras de sus bocas y corra por sus vientres orondos la cerveza. Copulen, celebren y regálense mientras nosotros pensamos por y para ellos, dirigiendo sus vidas...
   Debajo de la máscara no hay más que desnudez, desvalimiento y miserias humanas. Ve que no hay sino desprotección y desamparo, más que fragilidad y dolor. Debajo de la máscara no hay más que llanto y necesidad de ser feliz, de amar y ser amado, de cubrir la soledad con el manto de otro cuerpo que te dé abrigo en las gélidas noches de invierno. Sin la máscara, la vida se haría difícilmente soportable.


                                                                             José Antonio Sáez Fernández.



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