martes, 1 de septiembre de 2015

DE AQUÍ A LA ETERNIDAD.





   Te has desprendido de todo lo que te sobraba y ahora eres el despojado, el desposeído, el que no tiene patria, quien no existe... Apenas te haces visible y eres el invisible para los más. Hacia donde te diriges, no necesitas nada. Así, no llevas bolsa, ni alforjas, ni sandalias y pasas como sin ver a nadie. Casi has cumplido tu ciclo y hay gentes que llaman a tu puerta esperando ocupar tu lugar para hacer de tu lugar el suyo. Eres como el rey desnudo, o como el traje inexistente del rey desnudo que sólo un niño es capaz de denunciar. Has pasado por la vida sin hacer ruido y ahora eres la transparencia y la insignificancia, como la gasa que deja ver al trasluz las formas que se creían ocultas. También el agua clara que discurre es como el cristal y deja ver, en el fondo, los guijarros que acaricia a su paso. Tú eres líquido y discurres mansamente, como el cristal del agua por su cauce. Pudieras haber sido como las alas de las mariposas en el aire, leve y etéreo, liviano y ligero, límpido y lábil. Pero te decantaste por la mansedumbre e hiciste de ella tu bienaventuranza. Y no cesa ese aire envolvente de danzar y danzar en torno a ti, dando giros, haciéndote girar como los astros soberbiamente ordenados en el firmamento. Eres el planeta que gira alrededor del astro más luciente. Tus anillos irradian su luz y tu brillo. No has podido seguir vigilante, como el centinela en la noche, y has cedido al empuje y la fuerza de quienes te repudian. De tu mano va el aire y tus pies descalzos llevan el ritmo. Al compás, tus dedos que se crispan...
   Pues no es otra tu suerte: cedes y dejas paso a la corriente. Imposible detener la fuerza de las aguas. No desconsueles. Mira que has culminado tu obra y estás cansado de bregar. Sabe que te has dejado el alma en el intento y que cuando llegue el otoño, regresarán las lluvias y germinarán de nuevo las semillas que dejaste al pasar. Tú no eres el desconsolado que arrastra su tristeza por los caminos del mundo ni llevas la melancolía ceñida a la cintura. Eres como el firmamento cuajado de estrellas y reflejas la luz que has recibido, una luz que no es tuya y que te fue prestada. No te sacudas el polvo del camino, porque ese polvo es la única ofrenda que has de presentar a tu llegada.


                                                                              José Antonio Sáez Fernández.




No hay comentarios:

Publicar un comentario