sábado, 28 de junio de 2014

UNA PERSPECTIVA SOBRE LA POESÍA DE MARTÍN TORREGROSA (y II).




  Setecientos versos para Maindra es un libro de poemas de amor escrito por Martín Torregrosa a petición de su hija Alba, el cual se propuso escribir como un reto y una necesidad de mostrar ante sus lectores una faceta bien distinta a la del poeta comprometido con que solemos identificarlo. Y creo que superó la prueba con alta calificación, pues de no haber sido así, entre otras cosas, el poemario no hubiese aparecido en la editorial Renacimiento de Sevilla. Al publicarlo, el sello editorial sevillano hace una apuesta por el nombre y la obra poética de Martín Torregrosa y está claro que no se equivoca. En el libro el poeta nos conduce de la mano del amor, el recuerdo y la melancolía como íntimas vivencias que van desde la pasión al desasosiego y a la comunión con el otro. Toda una evolución de la relación amorosa vista desde un prisma óptico personal y ungido de una dulce y serena tristeza, esa que parece acompañar al poeta a lo largo de estos setecientos versos, formando parte indisoluble de su ser y estar en el mundo. Un sentimiento arraigado en éste, y creo que en todos los libros de Martín. Se trata de una visión del amor como tabla de salvación de los muchos naufragios a que el mar proceloso de la vida nos somete. Un libro de emociones y sentimientos prístinos que invita a la sintonía entre autor y lector, imbuyendo a este último en una especie de ámbito sentimental o de comunión emocional abductiva. 


   Pasa El tren de la lluvia ante nuestro ojos entre arrobos de lágrimas. Son las lágrimas de los que se despiden en la estación de sus seres queridos, las lágrimas de los que han de abandonar su tierra en busca de otras espacios de promisión, dejando atrás las gentes y los lugares que amaron, separándose de ellos como la uña de la carne, según reza en el Cantar de Mío Cid que el caballero hubo de dejar a su mujer e hijas cuando partía hacia el exilio. Pasa ese tren dejando tu corazón compungido por el desvalimiento de los indefensos, de los desprotegidos, de los desheredados y los expatriados. Vendrá un día en que las gentes de nuestra tierra no tendrán que coger más ese tren del desgarro más íntimo para ir en busca del pan a otros lugares, porque habremos transformado esta tierra en una tierra de acogida, en geografía habitable donde edificar y construir un futuro de esperanza para las nuevas generaciones.

   Amigo Martín, yo he querido hoy poner mi voz junto a la tuya con toda la humildad de que soy capaz. Me siento casi abrumado e impactado por la belleza magnífica de tus últimos libros, estos que hoy presentamos ante las gentes de nuestro pueblo. Creo que nos has hecho un regalo excesivo. Hemos de confesar que no esperábamos tanto ni de forma tan sobrada, pródiga y abundante. Todo un caudal de emociones desbordadas y magníficamente encauzadas en la horma de la palabra, con un castellano tan sobrio como elegante y dúctil. Sin duda, no puede hablar así, cantar así, decir con semejante voz y acento deslumbrante sino aquel a quien le ha sido conferida la gracia revelada por esa rara lucidez que emana de una sensibilidad excepcional. Y qué abundancia no debe anidar en ti, pues que así nos deslumbras con semejante carga y nos hace titubear, vacilantes y sorprendidos, ante lo que nuestros ojos ven y nuestros oídos escuchan.

  Pero tu poesía no deja embargados en la melancolía a nuestros corazones, pues sabe ir más allá, sin duda imbuida por una sana ambición de construir sobre el dolor históricamente acumulado, almacenado sobre generaciones de gentes y familias escindidas por la necesidad. Y es que en tus versos alienta una poderosa llamada a la solidaridad, al hermanamiento entre los seres humanos, como única forma de conquistar un futuro de esperanza y de paz para nosotros y las generaciones venideras. Desciendes a ejemplos de desamor lacerante y tu voz se remonta en el aire embistiendo contra la injusticia y la insolidaridad. Vas de la mano de poetas comprometidos con la verdad y la justicia. Nada hay más hermoso, ni más noble, ni más humano que el hermanamiento contra la sinrazón, el infortunio y la desgracia o el compadecerse y gritar contra la miseria. Tú lo haces y con qué hondura, amigo Martín Torregrosa; poeta, ni más ni menos.

Has de saber que tus paisanos te agradecemos de todo corazón el hermoso legado que dejas a la literatura de tu pueblo, un pueblo de comerciantes, de gentes emprendedoras que, al haber nacido en una tierra hosca y sin duda arisca, han de salir al mundo en busca del sustento para ellos y los suyos.

   Martín Torregrosa es un poeta comprometido en el más digno sentido que esta palabra encierra para mí. Comprometido con las causas más nobles que son aquellas que están vinculadas con los desamparados frente a la injusticia y el desamor del mundo; comprometido con la verdad y con la solidaridad, de modo que  es la suya una voz que clama contra la desigualdad y el egoísmo atroz que nos envuelven. Y es también un poeta compasivo, cualidad esta que no es propia de corazones débiles sino de corazones abundantes y generosos. Nada más grande que el corazón del poeta, donde caben el mundo y los hombres en comunión absoluta. Nada más humano ni más libre que la voz del poeta tronando en la tormenta de una sociedad acomodaticia que mira hacia otra parte para no ver lo que no quiere ver. Pero los ojos del poeta están alarmantemente abiertos y miran, a menudo con espanto, la realidad más próxima. Por la justicia social está el poeta a cuya obra queremos hoy dar la bienvenida. Tanto Lazos de sangre, como Azul es el color de los desheredados, como El tren de la lluvia forman una trilogía sobre el fenómeno de la emigración, tema que, en principio, pareciera que poco ha de tener de poético. En efecto: nadie deja su casa, a sus seres queridos y a su tierra para ir en busca de un futuro mejor sino es a través de un íntimo desgarro y de una honda tragedia. En los trenes viaja todo el dolor del mundo y El tren de la lluvia no es otro que el tren de las lágrimas de quienes se vieron obligados a dejar su patria y su gente para ir en busca de una vida digna. Como escribe el poeta: son trenes que viajan hacia el norte. Los trenes y las estaciones, símbolos de la soledad y el desamparo, irrumpen con inusitada fuerza y desgarro en la poesía de Martín Torregrosa, de forma casi obsesiva. Ese tren de la lluvia que pasa ante nosotros es trasunto del paso del tiempo, del recurso a la memoria y de la misma vida en su devenir.

   Por ello, y concluyo ya, he de insistir en que nos encontramos ante un poeta con un alto compromiso ético, un poeta profundamente humano y solidario que ha hecho del tema de la emigración, de las situaciones de desarraigo y desamparo su más alta divisa. Un poeta que ha sabido transmutar una desgarradora experiencia existencial en verdadera y auténtica poesía. Porque Martín Torregrosa siente, vive y ve el mundo con los ojos de la emoción y el sentimiento, de la palabra verdadera. Los ojos, la voz y el aliento de un hombre que además es poeta y que ha acertado a mostrar ante nosotros la belleza, el desvalimiento y el desamparo a que estamos convocados todos los seres humanos. 


                                                                                         José Antonio Sáez Fernández.


(Texto leído el 27 de junio de 2014 con motivo de la presentación de los dos últimos libros publicados por el poeta Martín Torregrosa López: "Setecientos versos para Maindra" y "El tren de la Lluvia", Sevilla, Editorial Renacimiento, 2014).

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