sábado, 3 de mayo de 2014

FÁBULA DE UN HOMBRE A QUIEN NO LE FUE OTORGADO DEMASIADO TALENTO.





En aquel tiempo avisté entre el gentío el corpúsculo de un ser casi humano, el cual no se atrevía a elevar su rostro hacia el cielo y ni siquiera a encararse con los hombres. Caminaba entre ellos como haciendo bulto, sin que nada ni nadie reparase en él, arrastrado por la marea humana, si no por la vorágine de los que caminaban apresuradamente, no se sabía bien hacia dónde. Mas he aquí que, cuando anocheció y todos se hubieron ido, aquel cuerpo pareció erguirse desde la insignificancia de su deformidad y, abriendo entonces sus entornados ojos hacia el cielo, exclamó:
- Os doy gracias, oh dioses soberbios que me miráis sin compasión desde lo alto, pues me hicisteis mortal y no me dotasteis del talento y la lucidez que poseéis. Al crearme así, dispusisteis que al menos pudiera entender y aceptar, con resignada humildad, mi limitación, la cual no compartís. Lo vuestro es la desmedida. Míos, los límites. Pues nací de la carne y ésta es tan caduca como los días mismos con que pueden contar los hombres en su pasar por este mundo. Efímeros son los perfumes del incienso y la mirra, si no se renuevan o se remueven en el vaso donde acudo a quemar mis ofrendas. Grato es su olor para vosotros. Breve es la dicha del hombre sobre la tierra y larga es la noche, larga y desoladora, donde vengo a gemir mi desconsuelo.
Se escuchó entonces un gran estruendo y la voz de algún dios poco paciente se dispuso a contestar, airada, a quien se atrevía a mirar hacia lo alto:
- Con razón dices, ser, cuanto tus palabras manifiestan. Mas has de saber que, si acaso no te fue concedido demasiado talento, no fuera por temor a que pudieses hacer sombra  u oscurecieses el de quienes quisieron ser pródigos contigo. A estas alturas, bien pudieras haber entendido algo. A cambio de no poseer la lucidez y el talento de los dioses, su poder creador, pudiste ser feliz en el tiempo que te fue concedido. A mayor lucidez, a mayor talento, mayor habría de ser tu desmesura y el desequilibrio, la incomprensión y el desprecio de tus semejantes. La lucidez y el talento no habrían de conducirte sino a la soledad y a la desventura. Mira si no han sido objeto perenne de la envidia...
Cuando cesó la voz, vino el relámpago y aquel ser osó de nuevo a tomar la palabra antes de caer a tierra, fulminado, y con temblor en la voz y en las manos, dijo así:
-Mas habéis de saber, oh dioses, que tampoco privado de lucidez y de talento, cegado por vuestra ira, me hicisteis ser feliz; pues viví con el anhelo perpetuo de equipararme a vosotros. Y esa habría de ser la desmesura que pago ahora.

                                                                                         José Antonio Sáez Fernández.

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