viernes, 18 de abril de 2014

"TODO EL DOLOR DEL VIENTO", DE ENRIQUE MORÓN.


Con desigual fortuna, según los manuales, estudiábamos en el bachillerato la existencia de una escuela salmantina y otra sevillana en nuestra literatura de los Siglos de Oro. Don Emilio Orozco hablaba en sus clases de una escuela antequerano-granadina, así como se refería a don Pedro Soto de Rojas (antequerano era su padre), el poeta barroco que en sus días en la Corte tomó partido por Góngora en la batalla poética que el cordobés sostuvo con Lope de Vega y que poseía un carmen, el de los Mascarones, en el barrio granadino del Albaicín (así llaman a las casas con jardín interior en algunos barrios de la ciudad de la Alhambra). A él se atribuye la famosa cita de "Granada, paraíso abierto para muchos; jardines cerrados para pocos", suerte de lema que en realidad pertenece a uno de sus títulos más emblemáticos.
   Parece también más que evidente que, a día de hoy, se dan al menos dos tendencias claramente diferenciadas en la actual poesía granadina. No voy a extenderme en las mismas y a las filas que engrosan los poetas de uno y otro signo, pero sí he de decir que a una de ellas pertenece por derecho propio Enrique Morón, el poeta nacido en el pueblo alpujarreño de Cádiar en 1942. A Enrique siempre lo supe en la amistad de Fernando de Villena, de José Lupiáñez, de Antonio Enrique, del editor Ángel Moyano  o del ya fallecido Juan León. Autor de una dilatada trayectoria que engloba alrededor de unos veinte títulos de poesia, más sus obras de teatro y un libro de memorias, el vate granadino acaba de sacar a la luz pública un nuevo poemario titulado "Todo el dolor del viento", en ediciones Carena, de Barcelona. Continúa en él la línea temática emprendida en anteriores entregas, tales como "Del tiempo frágil", "Inhóspita ciudad" o "Vértigo de las horas", en las que se nos muestra como un autor hondo y reflexivo, preocupado por el paso del tiempo y que en ocasiones se tiñe de tonos melancólicos ante lo perdido y lo por venir. Estamos, sin duda, ante un poeta de la naturaleza, pues el sentimiento de la naturaleza se halla vivamente enraizado en su poesía, constituyendo una de las características esenciales de la misma, junto al paso del tiempo. La vida es ese viento dolorido que pasa tan fugazmente ante nosotros y nos hace caer en la cuenta de cuanto hemos perdido y de qué podemos aguardar en un futuro inmediato que sitúa ante nosotros los límites de la condición humana.
Enrique Morón acentúa aún más en este libro el dolorido sentir existencial, consciente de cuanto la vida y el paso del tiempo nos arrebatan y del escenario que se alza ante nosotros. Con dignidad y nobleza contempla lo vivido y con ellas afronta el devenir existencial. Con serenidad envidiable, aunque con esa dulce tristeza que lo embarga, mira a su alrededor y contempla las cosas amadas que atesora en su corazón, a la par que entra en diálogo sincero con ellas. Los ojos del poeta y su grave semblante observan con minuciosidad el mundo y acusan, quizá, las pérdidas de cuanto vamos dejando atrás. No cabe mayor autenticidad en el decir ni mayor desprendimiento que en quien se despoja de cuanto posee. Un hondo legado contemplativo e interior nos deja en su poesía Enrique Morón, cuya franqueza, cuya hombría de bien nos hablan, con voz clara y profunda en este libro, sobre la vida como continua pérdida. Una voz necesaria, alivio para el alma.
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                                                                                José Antonio Sáez Fernández.

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