lunes, 10 de marzo de 2014

PUES AMARGA LA VERDAD...




"Pues amarga la verdad, /quiero echarla de la boca; /y si al alma su hiel toca, / esconderla es necedad./ Sépase, pues libertad/ ha engendrado en mi pereza/ la pobreza". Así escribía don Francisco de Quevedo en una de sus letrillas sobre la pobreza y el dinero, aunque yo traigo su cita aquí a propósito de algunas connotaciones significativas de verdad y realidad. Sin duda, la verdad resulta, en primer lugar y cuando menos, incómoda para mucha gente. Para otros, simplemente, la verdad, como la realidad misma, se muestra insufrible, si no insoportable. Muchos son los oídos que rechinan ante la verdad y aún más en quienes no desean oírla. Cuando la realidad es demasiado cruel y amenaza con conducir al desvarío y la locura, ¿cuántos no prefieren refugiarse en la mentira de una cámara acorazada y cuántos no protegerse de ella instalándose en un pseudoparaíso artificial, fabricado a imagen y semejanza de quien con ansiedad lo demanda? No es menos cierto que nadie puede huir de la demencia a que conduce la amarga realidad instalándose en algo que sólo es producto de su imaginación o de su falta de valor para enfrentarse a esa misma realidad cotidiana, en el acoso y derribo a que nos somete la vida. Entiendo que a menudo resulta más fácil sobrellevar la existencia cuando se sortean con equilibrio los desniveles a que nos conducen realidad y supervivencia. La vida no resulta fácil para casi nadie y para muchos supone una carga difícilmente soportable. "No es tan fácil morirse, créame", le oí decir a aquel hombre junto al hospital.
La dura realidad obliga a mucha gente a fabricar "mundos" donde refugiarse. Quizás el arte o la búsqueda de la belleza sean también algunos de ellos y no, por cierto, los menos deseables. La mentira pudiera resultar entonces como una verdad piadosa, un gesto de bondad y de generosidad, de misericordia también, para tantos que no pueden arrastrar la dura y amarga cruz de la realidad en su Camino del Calvario. Resulta obvio que proclamar la verdad supone un compromiso y un riesgo, a veces vital,  para muchos, y de ello son prueba los rotundos versos que el mismo don Francisco de Quevedo nos dejó escritos en su "Epístola censoria al Conde-Duque de Olivares": "No he de callar por más que con el dedo/ ya tocando la boca o ya la frente/ silencio avises o amenaces miedo". Aun así, entiendo que en ocasiones conviene el silencio, que no la mentira, para evitar mayores sufrimientos.
Antonio Machado nos dejó escrito, a través de su heterónimo Juan de Mairena, que "La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero". Las medias verdades no huelen sino a falsedad. De sabios es la lengua que se administra en su debida proporción y no parece menos cierto que a veces valemos más por lo que solemos callar que por lo que podamos decir. Sin duda hacen falta lenguas que proclamen la verdad, sobre todo ante los poderosos y ante quienes pudiendo hacer más llevadera la desventurada existencia de muchos seres humanos no hacen nada por mejorarla o, incluso, y lo que es peor, perjudican deliberadamente a quienes más deberían ayudar. La verdad suele estar del lado de los que nada tienen que perder en este mundo, y la dignidad también.

         
                                                                                          José Antonio Sáez Fernández.
         

                                                           

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