domingo, 27 de noviembre de 2011

Compañeros de viaje: "La visión de arena".


Quise así que mi segundo paso en el mundo de la literatura viniera de la mano del paisaje más cercano, más íntimo y familiar, más dolido, por íntimo, y más mío; paralelamente unido a una tierra dormida que parecía no tener historia, ni pasado, ni legado cultural alguno.
   Me sentía como si me hubiesen cercenado las raíces: ¿acaso a los desheredados, a los confinados de este rincón del sur no nos había sido conferida la gracia de tener un pasado histórico, una herencia cultural a la que acogernos? Un sentimiento de orfandad espiritual inexplicable me acosaba. Los hijos del desierto no poseíamos legado alguno y si lo tuvimos debió ser exiguo, ya que nadie se había preocupado por dejar constancia de él para legarlo en herencia a las generaciones venideras, entre las cuales se encontraba la mía. Yo era un árbol al que habían cercenado sus raíces, un hombre sin memoria cultural alguna en lo más próximo. Aun así, tenía conciencia de un pasado remoto, más o menos glorioso, del que podía enorgullecerme; a pesar de que yo me sintiese también como uno de los arrojados a la emigración y a la aridez. Esos son los sentimientos que quise plasmar en este segundo libro, que vino a llamarse La visión de arena y del cual vieron la luz dos ediciones: una de ellas, la primera, en la colección "Alfaix", libro-periódico que editaran conjuntamente, en el mes de abril de 1987, el Ayuntamiento de Almería, la Diputación Provincial y la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía.


Aquella primera edición del libro-periódico, llevaba una entrevista al poeta firmada por el escritor Miguel Naveros, un magnífico prólogo de Juan José Ceba, a quien pertenecían así mismo las excelentes ilustraciones y a quien, como ilustrador, el mismo Naveros realiza otra entrevista que cierra esta publicación, según era habitual en la colección.

  La segunda edición fue llevada a cabo por la editorial Corona del Sur de Málaga en 1988, en la colección "Mar de Alborán", bajo los cuidados de Francisco Peralto y de sus hijos Carmen y Rafael. Para ella quise que el catedrático de Literatura y director del instituto de Huércal-Hovera, Gabriel Espinar, que había sido uno de los discípulos predilectos de Celia Viñas, me escribiera el prólogo. Con el título de "Paraíso perdido", cerraba aquella cuidada edición malagueña un concienzudo texto de estudio sobre el poemario que firma Juan José Ceba, cuyas ilustraciones se reproducen igualmente en esta nueva entrega. Había nacido ya mi primer hijo y a él va dedicado el libro.
   Siendo el mío un juicio siempre parcial, por falta de distanciamiento sin duda, estimo que hay un gran paso entre aquél primero, Vulnerado arcángel, del que di fe, y este otro donde el poeta quiso avanzar desde sí mismo hacia los demás; en especial hacia el paisaje, el pasado histórico y la herencia cultural más cercanos como fundamentos sobre los que ordenar el mundo y configurar el presente.


              Recreación del paraíso.

                        I
Criatura en anhelo, hombre de extensos brazos
y plateado pecho acorazado: puedes elegir,
elige entre los más preciados frutos
que, suspendidos, cuelgan para ti,
deseo entre deseos,
desbocado corcel, caballo en ira.

                       II
Erguida como diosa entre los árboles
espesos y la hierba, tendida u oferente,
desnuda esfinje fecunda y femenina.
Todo en ti invita, maestría de líneas,
trazos y perfiles,
prolongación del mar y sus arenas.
Todo perdura en ti, la eterna intuitiva,
preservadora del hombre y de su género.
                   
                            III
         A vuestros pies, hijos del lodo
         y de la arcilla, lo creado se posa.
         Sometido a voluntad vuestra,
         soplos de luz, latidos de la vida.

                         José Antonio Sáez.

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