miércoles, 23 de noviembre de 2011

Lo inalcanzable.


Siempre me han interrogado y conmovido esas manos que no se alcanzan, esos dedos que no llegan a tocarse. El brazo del Creador es fuerte y musculoso, como su cuerpo todo, sostenido en el aire por ese grupo angélico integrado por niños y adolescentes de dorados cabellos y desnudos cuerpos en abigarrado conjunto. Desnudo está Adán, como ellos; no así el hercúleo Dios -cuya nívea barba y abundante cabellera ondean en el aire-, pues viste recortada túnica que simula su esculpido cuerpo, sus miembros (brazos y piernas) al asomo de los ojos y desprovistos de pudor. Contrasta con la suya, la figura reclinada o semipostrada de la criatura desvalida, como arrojada a este mundo, hechura de manos alfareras, cuyo brazo, aun estirado hacia el Creador y buscando el dedo que le señala, parece caer languidamente y se posa con levedad sobre la rodilla izquierda. Todo es desvalimiento en la figura de Adán, hasta la posición del cuerpo o la mirada. Su dependencia es total respecto a quien le ha insuflado vida. No apreciamos en el ser recien creado sino el desamparo con que llega a este mundo, su debilidad, su falta de vigor y fuerza en contraste con la figura poderosa del Creador. Nada sostiene al hombre, casi yace. No se sostiene Adán si no es recostado sobre la dura tierra y apoyado en su brazo derecho, la cabeza escorada hacia un lado, anhelante, casi acusando ansiedad por su absoluta dependencia. Creado ciertamente a imagen y semejanza de quien le señala y cuyo dedo no alcanza a tocar su mano lánguida. Válete por ti mismo. Álzate del suelo al que has de volver. Levántate para volver a caer. Anda, echa a andar. Lo tuyo es andar sobre la tierra.

                                                        José Antonio Sáez.

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