jueves, 1 de febrero de 2018

ESCRITOR EN CIERNES.



  
 Cada día cargaba sobre sí la noble tarea de escribir unas líneas sin demasiado estímulo, marcado por la monotonía y el compromiso que tenía contraído consigo mismo. Entregado a una profesión que le había dado de comer, se había visto forzado a dejar la escritura en el terreno de las aficiones, la cual había sido siempre su verdadera vocación, aun siendo consciente de las limitaciones de su talento. Entendía que eso de la escritura debía de ser no sólo cuestión de vocación y de esfuerzo, sino también de relaciones y de suerte, de saber moverse, con mayor o menor fortuna, en el mundo de los contactos literarios que, llegado el momento, fueran capaces de echarle una mano para ir dando salida al material inédito que se acumulaba en los cajones de su escritorio.

   

   Como quiera que las puertas de los editores se le cerraban y las respuestas al ofrecimiento de sus originales venían cargadas siempre de delicadas palabras de negativa, no le faltaban tentaciones de abandono y serias dudas sobre sus capacidades como escritor o de su talento para la escritura. Pero he aquí que tenía muy asimiladas aquellas palabras de Camilo José Cela en las que afirmaba que "En España, el que resiste, gana" y, por otro lado, sabía que, aunque no las tenía todas consigo, el secreto estaba en trabajar y seguir trabajando, resistir y seguir resistiendo, escribir y continuar escribiendo, sin dejar de creer en sus posibilidades y, sobre todo, en su destino.
   Siempre le habían echado en cara que su mayor defecto era la falta de ambición por encumbrarse, pero él pensaba que de lo único que tenía que preocuparse un escritor era por escribir una obra digna que dejar a sus contemporáneos, una obra lo más personal y auténtica posible, que aportase, si acaso, una visión en algo distinta de la vida y el mundo. Y esa visión no podía ser otra que la suya. De lo demás ya se encargaría la propia obra o, acaso, el tiempo. El márketing no es asunto que sepan manejar muy bien la mayoría de los escritores. Eso era cosa del mercado y de los mercaderes de libros. Nada más ajeno a un escritor que comerciar con su propia obra ni nadie más inútil para comerciar con un producto que el escritor con su obra. 
   El mundo editorial y la vida literaria habían impuesto la necesidad de ser continuamente noticia, pues si no se hablaba de un escritor y de su obra, ello suponía que no existía. Por supuesto que no siempre suceden las cosas de ese modo. Los silencios, los largos silencios, son muy necesarios para el escritor, así como el llenarse de experiencias que maduren y fecunden por dentro. Acudir siempre a la vida, la gran maestra. Vivir es la gran experiencia para el escritor, además de su imaginación y su constancia.


                                                           José Antonio Sáez Fernández.

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