sábado, 11 de marzo de 2017

FRAGMENTOS DE INTERIOR (1).



(Maruja Mallo: "La Berbena").


                                                                         1



Así como quien se queda absorto y, en el claroscuro, deja a la música que vaya anegando su alma en una gran avenida que todo lo inundase; llegas tú a mi corazón, oh tristeza, aguas arriba de la melancolía. Es tan dulce esta suerte de dejarse morir, tan irremediable, tan sumamente insostenible, que no puedes sino abandonarte a ella, entregarte como la novia al esposo en la noche de sus desposorios. ¡Qué hondo y cruel este sentir en que no cejas! ¡Y qué amado y buscado, tan bello y sublime! No eres, ay amada, sino la superficie de las aguas sobre la que se vislumbran los cuerpos flotantes de los ahogados.



                                                                         2

Te me has muerto, muerto mío, y te has venido a dormir abandonado entre mis brazos, como un muñeco desvencijado, como el pelele destartalado y manoseado que eres. Te me has muerto desnudo, como los cuerpos espejeantes que brillan al sol bruñidos, tal y como si esperases la resurrección. Has dejado caer tus miembros, los has soltado, y recompongo ahora tus pedazos con mis dedos temblorosos como si fueras a romperte, ay cadáver de mis entrañas, muerto mío y difunto. He lavado tu cuerpo, lo he vestido y perfumado, lo he ungido con el óleo antiguo con que ungían a profetas, reyes y jueces. He rozado tu piel con la esponja empapada en vinagre y he posado mis labios sobre ella para besar la carne que amé, las manos que me dieron calor y se expandieron en la caricia. Te me has muerto, muerto mío, y no dejan de doblar las campanas en mi corazón, que he abandonado a la deriva.



                                                                         3

La noche: ¡qué orfandad sin cuento! He aquí mi talón de Aquiles. No hube mayor sentimiento de indefensión, de vulnerabilidad y desamparo! Fue caer la noche y mi alma se anegó en sí y regresó al letargo en donde, amedrentada, se refugiara. Volcán de ígneas cenizas apagadas y ojos vendados, me regresó la noche a las tinieblas, pues allí me engendrara. Yo era la oscuridad en origen y que al final me aguarda. La noche es el hombre deshabitado, el albornoz que no envuelve un cuerpo, la sábanas que cubren al difunto, las camisas colgadas en la percha… Es el silencio pánico de las galaxias por donde vagamos a la deriva por toda la eternidad. La noche es el punto de inflexión, el compás de espera, la ansiedad y el desasosiego, el reloj que marca su tic-tac inaplazable.


                                                                                      José Antonio Sáez Fernández.


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