lunes, 28 de noviembre de 2016

ESPERANDO EL ALBA.




(Ilustración pictórica de El Bronzino)


Oigo tu respiración y contengo la mía. Acerco mi oído a tu pecho y acierto a escuchar los latidos de tu corazón. He ahí, me digo, el corazón que tanto amó y hubo de dolerse aún más, apagándose lentamente como el fuego que no se alimenta... Aire que insuflas sus pulmones y oxigenas su sangre, otórgale la vida a este cuerpo que no fue creado sino para el amor. Da vigor a estos brazos que no fueron concebidos sino para abrazarse a otro cuerpo. Yergue esta figura que se halla postrada ahora ante mis ojos y deja que los suyos recuperen la viveza y la luz de antaño. Vida que fue de mi vida, vida que fui de su vida, ¿por qué ahora abandonas la feble materia caduca en que estamos fabricados los mortales? Si tomo su mano en la mía advierto que está fría. Su palidez me alerta. Empaña su aliento el espejo. No duerme. Registra una inusual actividad su cerebro. Pasa ante él su vida como en un daguerrotipo. Escenas de su vida que lo alertan. Ha oscurecido y la noche es muy larga. Temo a la noche. Teme a la noche. Tememos a la noche. Sólo el amanecer nos reconforta. Al alba, con la luz primera, la luz comenzará a filtrarse por entre las rendijas de la ventana. El segundero del reloj irá marcando machaconamente todos y cada uno de los instantes. Las campanas de la iglesia irán dando los cuartos, la media y la hora en punto. Así uno tras otro y otro tras uno. No existe solución de continuidad para el enfermo, porque todo el tiempo es el mismo tiempo. ¿Qué más da si se perpetúa en la misma situación? Dormita acaso y hasta el sueño le resulta doloroso. Sólo desea que concluya de una vez la lenta e inagotable espera.


                                                                                José Antonio Sáez Fernández.



No hay comentarios:

Publicar un comentario