viernes, 13 de febrero de 2015

BOTTICELLI SE ASOMA A LA PRIMAVERA.





   Ven, rosa del azahar más limpio. Ven para que aspire tu perfume sublimado, el dulce aroma que tiene la palidez del cuerpo desnudo. Muéstrame tus manos y, de tus dedos, llévame por el sendero que asciende a la montaña donde te transfiguraste por mí y quise desplegar una tienda para que tú descendieras sobre mí. Era tarde avanzada y una nube me cubrió con sus formas. Ya envuelto en ella, me ofrecí a ti y dejé que me invadieras. Tu nívea desnudez galanteaba con el aire purísimo y eras en él la esculpida sombra de la parca que llama a las puertas del olvido. Tus miembros perfectos invitan al enlace y eres la desposada con la lívida armonía del universo. Ven y dime si están en flor los ciruelos y si corren los ríos por los valles verdecidos de las últimas lluvias caídas sobre ti, como sobre un jazmín que palidece en su difunta hermosura. Dime si estás recubierta de flores en la primavera cercana, y dime así también si en tus senos de alabastro cobijas la vía láctea, amamantando a Rómulo y Remo. En la noche deslumbra Venus y vienes hacia mí con paso mínimo, leve y quedo; insinuando tus formas bajo el altar en que inmolas los sacrificios a un dios desconocido.
   Ha llovido azahar sobre la tierra leve empapada por la lluvia. Han llovido tus labios sobre el cuerpo horizontal y paciente, posado sobre la hierba húmeda y seco al sol, tras la visión perfecta del arco iris semicircular en un cielo perplejo. Y dices que eres la única, la impasible y perfecta, la diosa lunar que enjoya el firmamento en la noche estrellada. Haz sonar las ajorcas de tus tobillos y los aros de tus muñecas en una danza en que el triunfo del viento estará asegurado. Vienes cantando en un coro de ángeles y tu voz resuena en mi oído como la música indeleble, o como esa armonía celeste que envidian los pájaros desde sus atalayas magníficas. Eres el ruiseñor y la calandria que hacen sonar su flauta en los sembrados, y eres la mullida espesura en que dejo caer mi cuerpo abandonado. Dices y tu voz resuena en el espacio vibrante como las ruinas oxidadas de un corazón en orfandad completa. Has recogido tu peplo iluminado por la tibia luz que espejea en mi naufragio y avanzas decidida hacia el cisne que enamora en el cristal del lago por el que se desliza. Si supieras que el mar es ancho y ajeno y que sus olas te abrazan poderosas hasta sumergirte en su seno de espumas encontradas. Ay, si supieras que el desposeído de sí, que el abandonado, que el que no tiene patria, ni reino, ni tierra que lo cubra languidece en tus brazos hasta dar con el alba... Vuela de mí y regrésame tus alas para que pueda dormir siempre al abrigo de su vértigo, pues escucho el zumbido de la abeja y presumo de su miel bajo los labios.


                                                                           José Antonio Sáez Fernández.




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