lunes, 19 de enero de 2015

SOL DE INVIERNO.






   El invierno es la caverna a donde se retiran quienes hibernan. El invierno es el caparazón de la tortuga y la coraza del guerrero. El invierno es el oso y el armadillo. El invierno es la mujer de Lot que vuelve la cabeza para mirar atrás y queda convertida al instante en estatua de sal. El invierno es el ensimismamiento, y la concentración y el regreso a uno mismo, pues desandas lo andado y vuelves al inicio. El invierno es la ceguera de los sentidos para facilitar la interiorización. Es el desierto del anacoreta y es un andar a tientas, palpando las tinieblas de la noche perpetua. Refúgiate en el invierno si te buscas entre el gentío y no en las cafeterías. Hállate en el invierno si deseas encontrarte contigo mismo. Camina por el invierno como el que se desliza por un terreno resbaladizo. Adéntrate en él como quien se interna en la gruta de Polifemo. Realiza tu viaje interior en el invierno por la región de los hielos perpetuos. Los caballos de hielo del invierno tienen de nieve las crines y la carroza de que tiran es la escarcha. No subas a ella, pues podría conducirte al silencio de los camposantos.
   El invierno es la boca y la oquedad, el corazón y el estómago, el vientre del cetáceo, la concavidad, la letra o y el número cero, la diana y su centro. Si te adentras en él te ocurrirá como a quien se adentra en la oscuridad de un túnel: te pondrá a prueba y, si sales airoso de nuevo a la superficie, te sentirás como el recién nacido, como quien emerge de las aguas, como el que ha sido dado a luz porque, en verdad, habrás vuelto a nacer. Intérnate en el bosque, entrégate a la espesura del invierno: es un paisaje boscoso, una vegetación enmarañada y copiosa. Porque el invierno es el arca de Noé y en ella entran los que intentan salvarse del totum revolutum, del caos y el desorden, del marasmo y de la confusión. El invierno es una corriente subterránea y un fumadero de opio, la adormidera y el letargo. Es la estación a que conducen todos los trenes y a donde, tarde o temprano, has de llegar tú, el hombre de las nieves, el llamado por la montaña.


                                                                                   José Antonio Sáez Fernández.




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