sábado, 24 de enero de 2015

LUCES EN LA MADRUGADA.






   Porque tú existes, aún es posible el milagro. Tú eres el milagro. Tú eres el verdadero milagro y estás aquí y yo te veo y puedo rozarte con mis dedos temblorosos. La maravilla existe. La magia existe. Tú eres la maravilla y la magia del mundo. Voy tras de ti como hipnotizado y me llevas en volandas como a una avecilla asustada, por donde tú quieres. Tú eres el imán y eres la belleza, la hermosura, el éxtasis de la creación, el asombro de los ojos estupefactos. Agrandas las pupilas de los que te miran y giras al moverte con la gracia de los tulipanes y las dalias preciosas. Eres la flor mínima y la edad perfecta. Eres el sueño y la realidad que lo alcanza. Eres, cuando pasas, el aire que enamora y eres también la cola nevada de la novia, su diadema de flores perfumadas, el ramo que se lanza y cae en manos de la afortunada. Eres el blanco vestido de la desposada y la ilusión que lleva entre sus manos pálidas que tiemblan al retener en ellas la mano aún más pálida de quien la desposa. Eres el regocijo de los labios trémulos y la fortaleza de mi debilidad. Eres la boca y la miel que destila, las perlas nacaradas del collar que gira alrededor del marfil del cuello, y eres los zarcillos que cuelgan leves de tus perfiladas orejas. Levantas remolinos de aire y en él te alzas conquistando el espacio que nos envuelve. Ve que te sigo de cerca y aspiro tu perfume en el rastro que dejas. Si yo pudiera, si acaso yo pudiera susurrar a tu oído la música que aguardas y tú la escucharas, danzaríamos envueltos en el vals de las olas hasta la madrugada, como entes diversos que buscan la comunión perfecta. Yo soy la hoja que cae del árbol y tú la recibes en tus blancas manos delicadas, evitando su naufragio en los charcos. Acógeme, recíbeme, estréchame en tus brazos como quien entrega su alma, como quien mezcla los latidos de su corazón acompasado con los de aquel que implora con los ojos un gesto de ternura, el cual alivie la congoja del desamor cumplido, la soledad perfecta, la orfandad que puedes redimir con tu sola mirada.


                                                                                                José Antonio Sáez Fernández.

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