viernes, 2 de enero de 2015

CAMPANADAS DE AÑO NUEVO.




   Heme aquí, cristal o piedra de sol que refleja la luz que ha recibido. ¡Si supieras cuánto te he echado de menos! Me miro en tus ojos oceánicos, como en los de la amada de Neruda, y navegando voy por ellos en la nave crepuscular de tu alegría, muchacha de largos cabellos color de la noche que cubre los cielos de vibrantes estrellas taciturnas, las cuales relampaguean como luces diminutas en la ternura de mis manos desiertas. Desierta está la calle, desiertos los últimos paseantes que naufragan en la melancolía, desiertas las ventanas y las luces de neón de los escaparates en los comercios, desiertos tu corazón, el suyo, el nuestro, el vuestro, el mío y los de todos los deshabitados cabalgando en la helada mueca de las estatuas. 

   Mudas las fuentes, gélidas y glaciales sus aguas difuntas, mudas las rotondas, va el paseante a resguardo del frío: su largo gabán que casi cubre su invisible estatura, la esbelta bufanda, el sobrero calado y la orfandad de su corazón latiendo acompasado en el armónico vals de los violines cuyo sonido va en aire. Vas en el viento y vas en la batuta del director de orquesta, y vas en la mano acompasada y en los pies que marcan el ritmo, y vas en las palmas y en los zapatos del bailaor gitano que taconean levantando el polvo aposentado en las tablas.Vas en las alas del ángel y en las pupilas pasmosamente abiertas del niño ante el regalo y la magia que lo deslumbra, y vas en su ilusión y en el hablar atropellado de las lenguas trabadas. Eres el tartamudo y el que pregona con la lengua suelta ante la curiosidad de quienes cruzan la calle ensimismados, semidifuntos, aletargados, ateridos por el frío y la nieve acumulados en las aceras. Eres el corazón y los corazones desangelados. Eres el río y su afluente y tus lágrimas son la cascada de perlas con que cubres tu rostro; oh tú, la bella, quien encubre sus formas bajo el velo y en cuya frente luce el rubí sangrante de la más deseada entre las deseadas. La preferida, tú.

   Voy tras de ti, luciérnaga que guías mis pasos en la noche difunta. Voy tras tus huellas y tras la verde senda que dejas en mis párpados rosados. Voy tras tu pista, pues me abandonas rendido y acaso exánime en pos de tu aliento perfumado. Ando renqueante y, como el extraviado, gimo en la noche hasta hacer saltar todas las alarmas o poner en luz intermitente los semáforos de las grandes avenidas por donde no pasa nadie a altas horas de la madrugada. Oigo el canto del gallo y siento que me avisas de que está por romper el alba. Recupero entonces el aliento y devuelvo a la noche la onerosa ofrenda de tus ojos crepusculares, hasta que viene a nacer el nuevo día y lo acuno, como una rosa de oro, al vaivén de mis brazos amantes.


                                                                                     José Antonio Sáez Fernández.




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