jueves, 4 de diciembre de 2014

TANGO DEL DESALMADO.





- Dime, tú que portas con tan pesada carga y nada llevas contigo: ¿eres, por ventura, aquél de quien dicen las gentes va sin rumbo fijo, como el sonámbulo que se levanta en medio de la noche y echa a andar por los pasillos de la casa en sombras, dirigiéndose luego hacia la puerta tal si quisiera escapar de sí mismo? ¿De qué pretendes huir, a dónde refugiarte si todas las salidas están vigiladas por los soldados de tan implacable soberana como es esa a la que no deseas nombrar?
-Yo, señor, soy el loco que pasa ante vuestra puerta, y soy el refugiado que no encuentra asilo. Ved estos jirones que me sirven por ropas y las sandalias desvaídas que cubren mis pies doloridos sobre los que descansa el polvo de todos los caminos. Mirad mis manos renegridas, surcadas por las venas y encallecidas, las arrugas que cruzan mi rostro atormentado... Soy el que va de paso, el que no se detiene sino para calmar la sed y humedecer sus labios resecos, el desalmado desprovisto de espíritu que no encuentra cobijo ni guarida alguna en donde ocultar su pena. No conozco mi nombre ni cuál fuera mi patria de origen, pues soy el desterrado cuya condena es errar por los caminos inacabables de la tierra, el perdido en el laberinto y nunca hallado. Hace ya demasiado tiempo, dejé la casa de mi padre y me lancé por vías y veredas. No me miréis, porque el pudor me invade y siento vergüenza de mí mismo.
- Mandaré a mis criados que laven tu cuerpo entumecido, ordenaré que te unjan con perfumes y que cubran tus vergüenzas con telas suaves al tacto y, más tarde, te sentarás a mi mesa y me contarás cuanto te acaeció por los caminos de las naciones que recorriste, de qué portentos fuiste testigo, qué tesoros se encuentran en ellas y cómo vestían allí los grandes señores, los visires y embajadores que llegan a esos reinos y cómo son las mujeres que endulzan la brevedad de sus días. Mira que es mi deseo alojarte en mi casa, viajero que vas de paso y no eres sino sombra.
- Sea larga tu vida y pródigo el cielo que nos cubre contigo y con los tuyos. Numerosos sean los corderos de tus ganados y las racimos de tus vides den el ciento por uno, como las espigas de tus sembrados. Corra el vino por las copas de tus invitados y sáciense sus estómagos con los manjares únicos de tu mesa regalada. Corra el agua por tus tierras y crezca la hierba que ha de servir de alimento a tu ganado. Dente tus esposas hijos innumerables y sea tu casa nombrada con fama sin igual en los confines del orbe. Que los cielos te cubran de ventura, pues te apiadaste de mí, diste consuelo al que no tiene alma y anda tras ella con gran desasosiego. Porque mandaste que lavaran los surcos de mis lágrimas y entre las paredes de tu casa encontré calor y cobijo que aliviaron mi pena inacabable.


                                                                                        José Antonio Sáez Fernández.


No hay comentarios:

Publicar un comentario