domingo, 21 de diciembre de 2014

EL SUEÑO DE LA NIEVE.








Aquel hombre no podía oír hablar de la navidad. Se proclamaba ateo y repetía machaconamente que la navidad era un invento de los grandes almacenes, los cuales venían a hacer su agosto durante unas semanas. Se indignaba ante quien defendía la postura contraria, tal su amigo proclamando las bondades que para él representaban los días navideños. Lo cierto es que salían ambos a las calles y podían ver los letreros luminosos en los que se deseaba a los viandantes paz y felicidad. Las gentes que paseaban parecían lucir otro semblante, más alegre y animado que de costumbre y se paraban en las aceras para saludarse y conversar sin prisas. La atmósfera que se respiraba era, en verdad, otra. Algo bullía en el corazón y en la mente de quienes se apresuraban al reencuentro de los suyos, tras largos meses de ausencia.

Pero también se veía a los vagabundos pedir por las esquinas al frío helado del atardecer y en la oscuridad prematura del invierno, envueltos en cartones e intentado conciliar el sueño al calor del cartón de vino que habían ingerido sin otra cosa que llevarse a la boca. No duraban demasiado las migajas de su gloria porque a no tardar, las parejas de la policía municipal los levantaban de rincones, aceras y cobertizos y los conducían a un albergue donde pasar la noche, la cual se presentaba gélida. En las últimas fechas eran varios los mendigos que habían fallecido por la temperatura glacial alcanzada durante las horas de la noche. 

Algunos solitarios cruzaban las aceras como sonámbulos y buscaban en los escaparates el bullicio y el ajetreo que en su deshabitada vivienda no poseían. Se lleva mal la soledad en estos días, sobre todo cuando en otro tiempo hubo niños que corrían por las habitaciones y gentes que charlaban o se reían al calor de las ocurrencias de unos y de otros con tan buen humor.

Con mayor laceración se veía la situación de los encarcelados, de los enfermos en los hospitales, de los moribundos y de los agonizantes, de los pobres de solemnidad. Aún meditando en ello, dieron con los ojos asombrados de unos niños que contemplaban el majestuoso árbol iluminado de la plaza y corrían, luego, en derredor de él. Y se dijeron entonces que la navidad son los ojos iluminados de los niños y que navidad es recuentro y es siempre esperanza porque apela a lo mejor de los corazones dormidos de los hombres. Navidad es natividad y es nacimiento y los niños vienen siempre, al decir de las gentes, con un pan bajo el brazo.




                                                                           José Antonio Sáez Fernández.

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