sábado, 22 de noviembre de 2014

EN LOS DÍAS PREVIOS.




   He ahí al hombre desahuciado, piltrafa humana, pobre cristo roto, indefenso y entregado a voluntad de otros hombres sin alma, desalmados. No hay compasión en quien tortura, maltrata, hiere o mata a un semejante. No hay entrañas ni, por supuesto, misericordia alguna. Quien pide compasión bajo las botas de los militares no es otro que el soldado que cayó preso en la batalla y es torturado ahora bajo la mirada feroz de sus captores. Quien llora con tamaño desconsuelo no es otro que el niño hambriento al final de la jornada y son también las lágrimas de su madre, cuyos pechos se han secado. Pero el llanto de la madre no se escucha, sólo resbala lentamente por el rostro consumido donde han hecho mella el sufrimiento y las penalidades. Llora Dios por los ojos del niño y llora por las lágrimas calladas de la madre de pechos resecos.

   En aquella esquina del mundo los jóvenes conquistan la colina. En aquella otra esquina, hay hombres que intentan dominar el espacio y lanzan su cohete más allá de las nubes, en busca de planetas deshabitados. En esta otra esquina de tu ciudad hay seres humanos durmiendo al raso en la noche glacial del invierno inclemente. Yacen entre cartones, sobre el suelo, arrebujados y al calor del alcohol barato. Un poco más allá, en la casa sin luz, padres e hijos duermen apretujados para quitarse el frío. Les cortaron la electricidad. En la misma acera, el piso que fue desahuciado por el banco está vacío. La anciana que lo habitaba fue acogida en un asilo. Si continúas, irás a parar a la casa donde los niños no tendrán regalos esta navidad, pues sus padres no tienen trabajo desde hace tres años y sobreviven de milagro...

   En otro barrio, cuyas calles se encuentran profusamente iluminadas, verás a señoras muy bien maquilladas con abrigos de pieles, asidas del brazo de galantes caballeros que las acompañan. ¡Qué bonito aquel árbol, primorosamente decorado de adornos navideños que relampaguean y hacen felices los corazones anhelantes de los niños! Los grandes almacenes con sus puertas abiertas como bocas feroces tragándose a clientes o vomitando a los ya satisfechos. Las campanas doblando en las iglesias cercanas. La gente deseándose una felicidad estereotipada al cruzarse en la calle. Salen del trabajo apresuradamente para ir a las tiendas o de las cafeterías donde resulta agradable la temperatura. Algunos establecimientos hacen constar claramente al público en sus avisos el derecho de admisión. Faltaría más... 

   Dios sigue teniendo hambre, sigue teniendo frío, sigue muriendo de hambre y de frío en los corazones aletargados de los seres humanos que miran impasibles cómo sus semejantes mueren de hambre y de frío, o hacen su particular viacrucis, su camino del calvario ante la mirada indiferente de los otros.


                                                                       José Antonio Sáez Fernández. 

1 comentario:

  1. Cuanta verdad en tu texto y qué triste la Navidad para esos seres. Que incongruencia

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