viernes, 12 de septiembre de 2014

LA INDEPENDENCIA DE CRITERIO.




   Vivimos en una sociedad donde la independencia de criterio se suele pagar bastante caro; a menudo con la marginación y el ostracismo, cuando no con la desconfianza, el recelo, la revancha o la venganza. Ejercer la libertad individual y la capacidad crítica, así como unos principios éticos inculcados desde la infancia y asumidos o fortalecidos con la madurez y el paso de los años es cuestión de alarma para quien ejerce transitoriamente el poder y no lo concibe realmente como un servicio a la comunidad a la que dice servir. Algún poder de seducción y embrujo debe tener el ejercicio de un cargo cuando quien lo ejerce se olvida de que fue ubicado allí de forma transitoria y de que si allí está es porque se le encomendó realizar una gestión, no en nombre propio, sino en el de quienes representa y favorecieron su acceso. Ejercer poder no significa someter, doblegar u oprimir sino servir con capacidad, humildad y acierto a quienes han confiado en ti una gestión para mejorar sus condiciones de vida o de trabajo.
   Para quien ejerce la independencia de criterio y no se conduce por la vida sin otra guía que sus principios éticos no fácilmente sobornables, muchas son las puertas y ventanas que se le cierran al paso y no pocos los sinsabores que se procura con su manera de proceder o de manifestar. Expresiones como: "Pobre, es un hombre de principios" o "No llegarás muy lejos" suelen escucharse con cierta frecuencia. Y es que este ser "incómodo" para quienes ejercen cualquier tipo de poder y que no aciertan a ubicarlo, a someterlo o encajonarlo de una forma concreta o estereotipada, suele ser visto como una cierta amenaza. Pareciera que se ejecutan instantáneamente todas las alertas de peligro cuando se detecta su presencia y, en ocasiones, hasta suele poner nerviosos a quienes de una forma u otra ostentan el poder de manera más o menos legítima. Pero es que la independencia de criterio conlleva la libertad del individuo y a no responder sino ante la propia conciencia.
   La postura más común ante estas personas que se conducen por la vida con independencia de criterio es la de la ignorancia, la descalificación o el menosprecio por parte de quienes las miran con recelo, si no la de ironizar con respecto a sus juicios y su proceder. Se llega incluso a poner en duda su estado mental por parte de quienes se sienten afectados por este tipo de gentes y creen saberse libres de ellos cuando difaman o arrastran su buen nombre por el lodazal del descrédito. Se trataría, no de contrarrestar una virtual amenaza, sino de anularla con métodos aparentemente civilizados y hasta justificados.
   En nuestros días, las personas que van por la vida con independencia de criterio se saben abocadas a la marginación y al ostracismo, a la ignorancia y al descrédito, a la zancadilla o a la sutil venganza por parte de los arribistas, los que medran y quienes ejercen el poder. Por eso, no resulta raro comprobar cómo muchas de ellas eligen voluntariamente el camino que conduce al libre apartamiento y a la consideración de "raros" por parte de quienes así los etiquetan o califican. Y lo que es peor: para muchos son los fracasados, los vencidos, los derrotados, los que no supieron aprovechar las oportunidades que les salieron al paso. Felices los que no agrandaron sus tragaderas hasta comulgar con ruedas de molino. Puede que sólo quienes se sometan al arbitrio o a las decisiones de otros, ya les parezcan justas o injustas, alcancen finalmente el éxito. Y sin embargo: ¡qué ejemplo de dignidad el de estos "raros"!


                                                                          José Antonio Sáez Fernández.

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