martes, 12 de agosto de 2014

LOS DÍAS DE LA IRA.






  Vivimos tiempos en que los seres humanos se han vuelto decididamente la espalda unos a otros. Nunca hubo más sistemas y formas de comunicación que ahora y nunca estuvimos tan lejos los unos de otros como ahora. Una especie de virus parece haberse extendido por doquier aislando a las personas de sus semejantes y convirtiéndolas en seres a la deriva. En torno a cada uno de nosotros hemos ido construyendo una fortaleza invisible, un espacio rodeado por doquier de silencios o ruidos imposibles de superar. Hablamos, sí, pero no nos entendemos. Pareciera que cada uno de nosotros utiliza para comunicarse un idioma distinto. En nuestro mundo hemos edificado la Torre de Babel, la Babel de todas las confusiones e incomprensiones. Cada hombre una fortaleza, cada ser una isla y un idioma distinto. A los problemas y dificultades de comunicación hemos unido la adoración de la tecnología como suprema deidad incontrovertible. Y lo cierto es que la gran diosa del consumo tecnológico nos ha dividido aún más, no ha separado y escindido hasta convertirnos en seres despersonalizados y dispuestos para ser manipulados subrepticiamente. Pocos aciertan a ver ese dirigismo que se nos ha impuesto en aras a no se sabe bien qué efectividad y en nombre de un malentendido progreso, pues más bien hemos retrocedido escandalosa y peligrosamente en nuestros índices de comprensión, tolerancia, respeto, convivencia y solidaridad; valores, todos ellos, asumidos y aceptados como pilares básicos de la sociabilidad.
   Una suerte de apocalíptico virus se expande por nuestro mundo en una crisis de valores sin precedentes, anulando las capacidades intelectivas del ser humano, reduciéndolo y cosificándolo, anestensiándolo y convirtiéndolo en alguien casi amorfo, de manera que sólo somos un compendio de deseos que buscan ser satisfechos de forma inmediata y placentera, pues huimos del dolor y del sacrificio como en otro tiempo de la peste. Los medios de comunicación de masas: prensa, radio, televisión, internet, telefonía móvil, el cine y hasta gran parte de la literatura y el arte muestran manifiestamente el abismo a que estamos abocados y al que ellos también contribuyen como inductores y colaboradores necesarios. Hacia ese abismo nos dirigen por oscuros intereses económicos, políticos y religiosos. En el control de las masas y de las mentes por ese Gran Hermano que parece no tener rostro, ni miembros ni alma, pero que se materializa en formas de dominio tan sutiles como difícilmente detectables para la inmensa mayoría que no piensa, ni reflexiona, ni medita, radica la clave de este totum revolutum, de este desajuste, inarmonía o desacorde planetario. Anuladas nuestra mente y nuestra voluntad, no somos sino reses conducidas al matadero o hacia donde "mentes privilegiadas" quieran llevarnos.
   Estimo que estamos poniendo en grave riesgo la supervivencia no sólo del planeta, sino de la propia especie humana; pues nos dirigimos sin duda hacia un mundo inviable, hacia una sociedad donde el miedo, la angustia y la insatisfacción nos garantizan una existencia de ansiedad e infelicidad perpetuas. La sociedad del bienestar puede que no sea más que un anestésico para controlar las angustias y las insatisfacciones de aquellas clases a las que mejor necesita controlar el sistema, porque en ellas bien pudieran generarse los mayores focos de rebeldía y desenmascaramiento del "Gran Hermano" controlador de mentes, vidas y destinos. Y en medio de todo constatamos a diario que nos vamos alejando cada vez más unos de otros, que cada vez somos menos dueños de nuestra vida y nuestro destino, que se nos han tendido unas redes de las que parece imposible escapar.
   Logrado el control de mentes y voluntades, anuladas voluntad y pensamiento, el virus de la intolerancia, la ambición desmedida, la corrupción, la deslealtad y el engaño se extiende por doquier de la mano de la desconfianza, el desequilibrio mental, el fanatismo y hasta la locura. Somos la masa amorfa que se mueve a voluntad de quien decide por nosotros lo que más nos conviene. Somos el sueño del animal racional, creado libre, dotado de voluntad y forjado en el propio esfuerzo. Somos la mascarada y la piltrafa que han hecho de nosotros en aras de un control eficaz de nuestra mente y de nuestro destino. Ojalá no sonaran con tamaña fuerza las trompetas del Apocalipsis, anunciando el final de un destino irrecuperable para el ser humano, basado en el conocimiento, la voluntad, la libertad y la capacidad crítica. He aquí una reflexión alarmista y desmesurada. Un análisis, sin duda, equivocado.


                                                                        José Antonio Sáez Fernández.



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