miércoles, 26 de septiembre de 2012

"Historietas de Bernardo Ambroz", de Fernando de Villena.



Fernando de Villena (Granada, 1956) es autor de quince obras de narrativa, a las que habríamos de añadir una no menos extensa, si no más amplia, nómina de títulos de poesía por los que es considerado, en opinión de muchos, como uno de los escritores de mayor talento y fecundidad entre los de su generación. Algunos reconocimientos significativos así lo han venido expresando en estos últimos años, tal y como el premio de la crítica andaluza, concedido por la Asociación de Escritores y Críticos de nuestra comunidad autónoma, con motivo de la publicación de su novela El testigo de los tiempos (2008).  

   No cabe duda de que nos encontramos ante un escritor vocacional, consciente de su valía y de ese raro don de la habilidad para tejer e inventar historias que cautivan al lector y le impiden abandonar la lectura de una obra mientras ésta no alcanza su final. Esa destreza, que para algunos puede convertirse en facilidad, no significa en absoluto que sus novelas no resulten espléndidamente elaboradas. Significa más bien que el escritor ha llegado a un dominio sobresaliente en el ejercicio de la narración, pues como ya he tenido la oportunidad de señalar en otras ocasiones, Fernando de Villena posee un acopio de lecturas que han forjado su estilo y formado su maestría en el oficio de la escritura literaria.

   A nadie se oculta que es autor de formación clásica, sin que ello suponga menoscabo alguno a su valía ni en su definición como escritor. Nuestros clásicos de los siglos de oro están en la base de su formación, no cabe duda, pero todo hombre de letras sabe que ha de labrar su propio estilo a partir de la herencia que ha recibido. Y no sólo los clásicos (Cervantes, Lope, Quevedo…) sino también los novelistas del siglo XIX, como Galdós, o los de finales de este siglo que se adentraron en el siguiente, como los del novecentismo o la generación del 98 (Gabriel Miró, Azorín, Baroja…), los hispanoamericanos y hasta los de otras lenguas ajenas a la nuestra. Aún osando entrar en terreno tan resbaladizo y complejo, he de admitir que el caudal de sus lecturas y de sus influencias resulta tan amplio como difícil de sintetizar. No obstante, también me he referido en oportunidades anteriores a la capacidad mimética, camaleónica si se me permite, de este escritor granadino; o si así se quiere, a su capacidad de asimilación de otras obras y autores sobre los que ha ido construyendo un estilo singular y propio, tan personal como atrayente.

   Prueba de todo lo anteriormente expuesto es su última entrega: Historietas de Bernardo Ambroz (2011), que publica la editorial granadina Port-Royal, al cuidado del excelente editor Ángel Moyano, quien viene prestando un inestimable servicio a las letras granadinas y andaluzas en general a través de una amplia, dilatada y magnífica trayectoria editorial; la cual hemos de esperar que sea reconocida con toda justicia en un día no lejano, tal y como merece una labor digna de toda consideración. La proverbial agilidad narrativa de Fernando de Villena queda, de nuevo, puesta de relieve en este libro amenísimo de tan feliz lectura. Obra chispeante, irónica y crítica a la par, soberbiamente ambientada en muy acertadas descripciones que regresan al lector a la Andalucía de los años 60, a la España del Seat 600 que comenzaba a despertar del letargo de la posguerra, la de la supervivencia a costa del trabajo y el sacrificio personales, aquella que empezaba a mirar el futuro con otros ojos tras décadas de escasez y penurias.

   Los protagonistas, el corredor de seguros Bernardo Ambroz y su acompañante Juanito, recorren los pueblos andaluces en nombre de una empresa aseguradora granadina para ganarse el pan y, en sus continuos viajes por la geografía del sur, viven jugosas experiencias que enganchan verdaderamente al lector. No faltan las críticas a los poderes fácticos seculares, tales como los caciques, los terratenientes o el estamento eclesiástico; ni tampoco las escenas o las pinceladas de tipismo costumbrista que sirven al autor para pergeñar un cuadro de esa Andalucía de los 60. Bernardo Ambroz es hombre que conoce bien su oficio, pero que vive plenamente todos y cada unos de los avatares que surgen en sus continuos desplazamientos. Esos avatares se producen, lógicamente, de forma aleatoria e inesperada y en ellos se ven envueltos “maestro y discípulo”, aunque siempre consiguen salir airosos de los trances del destino, ya sea por una capea o por un homenaje prohibido al poeta Antonio Machado, en el que ambos son retenidos por la guardia civil. 

   El contrapunto del personaje principal resulta ser Juanito, quien une a su juventud y a su inexperiencia un tinte realista, pues es joven más pendiente de guardar las horas de la comida y de satisfacer sus deseos que de cualquier otra responsabilidad. Mientras Bernardo se muestra interesado por disfrutar en sus ratos de ocio del urbanismo, la riqueza artística de las poblaciones que se ve obligado a visitar y de la literatura, los intereses de Juanito van por otros caminos bastante diferentes. Bien es cierto que se trata de generaciones distintas las que ambos representan, pero en su caracterización radica, a mi juicio, uno de los logros más significativos de la novela por ese contrapunto que ofrecen al lector (inevitable resulta evocar aquí el aliento cervantino). Fernando de Villena crea, de este modo y quizás sin proponérselo intencionadamente, una pareja de personajes que bien podrían proporcionarle mucho juego en futuras aventuras narrativas.

   Cada capítulo narra una historia completa y como tal puede considerarse que, aun en la incuestionable unidad de la obra, tiene autonomía temática; con lo cual, la lectura del libro podría ofrecerse de forma aleatoria hasta cierto punto, pues el lector bien pudiera elegir a su gusto el capítulo por el que comenzar la lectura, sin menoscabo alguno de la cohesión y la coherencia textuales. En resumen, estas Historietas de Bernardo Ambroz devienen en una obra nunca exenta de costumbrismo y crítica social, pero sin duda harán disfrutar al lector por su agilidad y viveza narrativas, entre otros valores de no menor interés.

                                                         José Antonio SÁEZ.


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